Por Carlos Fanjul.- Con sus más y sus menos, Latinoamérica genera respuestas a la firme ofensiva del neoliberalismo.
Méjico terminó con 70 años de gobiernos de derecha o extrema derecha, con un cambio que, esperemos, sea profundo.
Lula exige el respeto que merece mientras la justicia reafirma injusticia desde trampas políticas que nada tienen que ver con pruebas de delito alguno.
Colombia siembra una esperanza a futuro.
Y Evo en Bolivia, siempre Evo, mostrando que sí se puede gobernar de una manera opuesta a las políticas de desigualdades y exclusiones que hoy parecen reinar.
Mientras esto ocurre, las derechas mantienen su ofensiva y muestran formatos casi iguales a los que expone en nuestro país la restauración conservadora (los que la gobiernan, y los que la garantizan desde los demás partidos tradicionales).
Y hasta ningunean a las poblaciones que encabezan. Actúan desde la obscenidad del poder que tienen, pero no parecen ver que esa cuestión de desconocer al pueblo que lucha, es la semilla más efectiva para derrotas futuras.
Les pasó a todos los que se creyeron eternos, en cualquier época y en todo el mundo, incluida, claro está, nuestra tan castigada Argentina.
Hoy lo sufre la derecha azteca eternizada en su dominio histórico, como aquí lo padeció, y lo padece, el propio PJ, aún en su expresión remasterizada conocida como kirchnerismo: los argentinos más vulnerados se cansaron de esperar ser sacados de la pobreza por quienes les repetían hasta el cansancio que gobernaban para ellos, mientras cada uno veía pasar su vida siempre al lado de la misma zanja nauseabunda.
La inmanejable Lilita Carrió, que hace ostentación de su hipocresía cada vez que le habla a sus espectadores únicos, que habitan la clase media del shopping, mostró hace pocas horas su sinceridad brutal.
Reconoció, no tenía otra escapatoria, que nota en el pueblo un gran desaliento. Y lanzó sin anestesia: “Yo sé que esa desesperanza existe, que hubo un impacto sobre los salarios. Esa es precisamente la dureza del desierto, por el que tenemos que pasar. Y, por eso –mandó su remedio mágico- lo primero que le quiero recomendar a la clase media y media-alta es que dé propinas y pague changas, aunque le cueste. Hay más de dos o tres millones de personas que viven de esas changas, y a veces, cuando nos ajustamos, es lo primero que dejamos de hacer, y es ahí cuando cortamos un círculo, un esfuerzo solidario”.
Lo hizo, claro está, con su cara angelical de tomadora serial de hostia, pero confesando, desde sus entrañas, cual es el lugar que le da a cada clase en su sociedad perfecta.
Ese es el tipo de ninguneo que, a la larga, el pueblo no admite. Y que lo cobra por ventanilla cuando encuentra con quien hacerlo.
Desde su celda en Brasil, Lula acaba de decir que “no sólo quieren mantenerme preso; quieren impedir que hable y que el pueblo oiga. Están engañados si con eso creen que van a callar las ideas”.
Están engañados, Lilita y sus jefes, si creen que vamos a permitir mucho tiempo más esperar sus propinas, derramando desde copas rebosantes de hipocresía y humillación.