Los recientes buenos desempeños electorales en Chile y Paraguay de exponentes de la nueva derecha regional y la continuidad del gobierno ilegítimo de Dina Boluarte en Perú confirman que el “bolsonarismo” no era una moda política pasajera.
Opinan: Alejandro Galliano, docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y colaborador habitual de las revistas Crisis, La Vanguardia y Panamá; y Matias Caciabue, Politólogo y Docente Universitario. Analista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional.
Por Emiliano Guido
Ilustración: Adictos Gráficos
El fenómeno político de la nueva derecha global tuvo su amanecer en Europa, donde mostró su vena racialista, demostró perdurabilidad y capacidad de gestión gubernamental con la victoria de Donald Trump, ápice del antiglobalismo económico, y llegó a las costas latinoamericanas con el triunfo de Jair Bolsonaro. La derrota, precisamente, del ex capitán brasileño en las urnas subió los ánimos de la segunda oleada progresista regional porque el escuadrón rival perdía aparentemente a su principal cabecera política.
Además, al momento de narrar al actual team de gobiernos populares latinoamericanos – una escudería en formación, cauta hasta el momento en su agenda común integracionista-, el citado optimismo se hincha porque varios análisis incurren en una cuenta matemática fácil e hiper endulzada: la de mencionar que los gobiernos de las economías más grandes de la región (Venezuela, México, Brasil, Argentina) son contrarias al neoliberalismo.
Por otro lado, como señala en sus papers el investigador Claudio Katz, la oleada de derecha (Piñera, Macri, el ya mencionado Bolsonaro) instauró “una hegemonía de corta duración”. Los referentes de las coaliciones que habían interrumpido la “primera oleada progresista” no solo perdieron en las urnas su intento reeleccionista sino que carecieron de la fuerza política necesaria para construir un mecanismo de concertación política zonal.
El denominado “Grupo de Lima” o la fugaz mesa del “ProSur” tuvieron un kilometraje político corto; a su vez, no posibilitaron a los Estados Unidos ser los mediadores gubernamentales capaces de tejer un tratado de libre comercio continental. El nuevo ALCA nunca llegó.
Pero, si el continente latinoamericano es visto como un forcejeo continuo de bloques políticos, es evidente que hay una nueva tendencia o corpus de pedigrí ultraliberal, que vocifera contra lo público o estatal con mucha más virulencia que “los padres fundadores” de la derecha zonal.
José Kast, que se declara admirador del dictador Augusto Pinochet, ganó el reciente comicio constituyente de Chile. Antonio “Payo” Cubas, un performer mediático con una gestualidad violenta parecida a la de Javier Milei, desplazó a Fernando Lugo como líder de la oposición en la reciente elección presidencial paraguaya. Otros exponentes, como el general retirado Guido Manini Ríos, ya son una pieza “de ascendente influencia” (en palabras del influyente semanario El Observador) en la coalición conservadora de gobierno uruguaya.
Al tratarse de un aparente momento fundacional de una corriente política, es oportuno realizar algunas preguntas de rigor: ¿Los Milei de la región constituyen una real “falla geológica” en el balance de poder latinoamericano? ¿Qué autores o manuales tienen como libros de cabecera? ¿Tienen interés en enhebrar un proyecto político continental?
Alejandro Galliano, autor de un libro de imprescindible lectura “Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no” y asiduo ensayista sobre “futuros posibles, tecnologías y medio ambiente”, explica a Malas Palabras cuál a su entender la matriz de pensamiento común de la nueva derecha zonal.
“La nueva derecha es menos responsable con las estructuras de poder con las que tiene que gobernar, a pesar de que las reivindiquen. Es decir, reivindican un tipo de capital al cual no le ofrecen garantías de gobernanza ni de mantener el orden social”, explica Galliano.
“Para mí son el emergente de dos crisis. La del agotamiento de los modelos progresistas en la región porque se observa un desencantamiento de las ciudadanías con los gobiernos. La otra crisis es material, atravesamos una crisis de escasez de energía, como se ve en Europa con la guerra de Ucrania, también es una crisis de disputa por la infraestructura digital. Paradójicamente, este contexto de escasez limita la agenda de libertad irrestricta para los individuos que ofrecen estas derechas. Entonces, las nuevas derechas pueden ganar localmente, pueden ganar en la aldea, pero el mundo marca que los individuos van a consumir menos, que vas a viajar menos, que vas a tener menos intimidad en el uso de Internet”, complementa Galliano.
En diálogo con Malas Palabras, Matias Caciabue, analista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, entiende que la emergencia de la nueva derecha “se manifiestan una serie de dimensiones orgánicas, entre las que podemos enumerar: la emergencia del movimiento de la “alt-right” o “derecha alternativa” en los Estados Unidos, que brindó sustento ideológico, político y financiero al trumpismo; la comprensión de que el capitalismo contemporáneo está mutando aceleradamente con la revolución tecnológica y digital; y la obsolescencia que la democracia está teniendo como sistema de organización social producto de esa misma revolución tecnológica”.
A su vez, Caciabue explica que: “Todo este movimiento de la derecha alternativa tiene varios elementos en común. Entre ellos se destacan: la naturalización de una ideología abiertamente neofascista; la repetición dogmática de los preceptos económicos del neoliberalismo; su estrecha articulación regional (en la Fundación Libertad o la Red ATLAS) y mundial (“Carta de Madrid”); su vinculación estrecha, y a la vez difusa, con acciones políticas terroristas, como el intento de magnicidio de Cristina, el asalto al Capitolio en los EEUU y a la Casa de Gobierno en Brasil; y el uso de las redes sociales y las fake news como medios centrales de su accionar político”.
Por último, Caciabue agrega que: “resulta evidente que los déficits, las vacilaciones y la falta de voluntad transformadora del progresismo han sido caldo de cultivo de la emergencia de esta derecha neofascista. Esta última, a diferencia, del progresismo expone programa, vocación de autoridad y un horizonte social estratégico”.