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Nota publicada el 19 / 08 / 2023

Crónica de una muerte anunciada

Desde Purmamarca al Obelisco, cómo se fue macerando el terreno para el crímen político de Facundo Molares.

Por: Christian Madia

Ilustración: Adictos Gráficos

Demasiados son los videos, fotos y testigos, sumado a la innumerable cantidad de cámaras de seguridad que la Ciudad de Buenos Aires tiene a su alrededor, que documentaron el crimen de Facundo Molares el pasado 10 de agosto: boca abajo y por el cuello, la bota de un policía local le apretaba la cara contra el suelo. El Obelisco porteño de fondo. 

Molares, como sus compañeros y compañeras del “Movimiento Rebelión Popular” estaban desconcentrando después de una pequeña manifestación pacífica sobre la vereda. La represión de la policía fue injustificada, brutal y sin intimación previa.

Preparando los ingredientes

El crimen político en el Obelisco estaba cantado. Con la agenda pública explícitamente corrida a la derecha en el tránsito hacia las elecciones presidenciales, la última gran teatralización antidisturbios había sido el 20 de junio, cuando se inició la Operación Jujuy de Gerardo Morales: más de 170 heridos y 68 detenidos en tan solo cuatro horas, si contamos solamente la primera jornada de represión contra manifestantes que protestaban contra la reforma de la constitución provincial. 

Los responsables políticos de la Operación Jujuy no pretendieron que pase desapercibida. Las imágenes del despliegue policial significaron una declaración de principios de Morales, que buscaba radicalizar la posición de la fórmula encabezada por Horacio Rodriguez Larreta para así demostrar ser igual de virulento que su contrincante de interna Patricia Bullrich en la previa de las Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias (PASO). 

Tampoco evitaron la responsabilidad en la decisión, y defendieron el operativo. “¡Dejen de joder!” contestó Gerardo Morales a las denuncias de brutalidad. “Todo mi apoyo en este momento en donde está poniendo orden y aplicando la ley contra quienes quieren avasallarla”, añadió Rodríguez Larreta. “Impondremos la firmeza de la ley y el orden en Jujuy” respaldó Patricia Bullrich. Corriendo el límite más a la derecha, Javier MIlei tildó a Morales de tibio y dijo que él hubiera aplicado “todo el peso de la ley” antes para evitar llegar a esta escalada del conflicto.

Es sabido que en un escenario de criminalización de la protesta incluye correr el eje de la injusticia señalada hasta plantear que lo que está sucediendo es un “delito”, una “amenaza para el orden legal”, una “violación a la ley”, deslegitimando los reclamos.

Semanas más tarde de la Operación Jujuy, la policía de Larreta se desplegaba en el Obelisco porteño para teatralizar un operativo exagerado. Y así, de Purmamarca hasta la Plaza de la República en un vuelo sin escala, asesinaron a Facundo. 

Los muertos siempre los pone el pueblo

Una vez más el pueblo trabajador es quien derrama su sangre, como ocurrió con Mariano Ferreyra, Maximiliano Kosteki, Darío Santillán, Teresa Rodríguez, Claudio Lepratti y Santiago Maldonado, entre otros y otras.

Con los resultados de la elección en la mano, los y las votantes del candidato con más votos consagrarían propuestas que implican la supresión de la obra pública estatal, la eliminación de diez ministerios (entre ellos el de Salud, Educación, Desarrollo Social y el de las Mujeres, Género y Diversidad), la libre portación de armas y la defensa de los genocidas detenidos por crímenes de lesa humanidad. Pero también le otorgarían un cheque en blanco para la criminalización de la protesta de manera indiscriminada, y el desarrollo de una casta anti humana que puede terminar con lo bueno que aún tiene este país: la gente que todavía queda y abraza la defensa de los Derechos Humanos, sabiendo que uno es uno porque hay un/a otro/a, porque el/la otro/a completa quienes somos. 

Lo que la ultraderecha quiere aplastar contra el piso, a través de las fuerzas represivas, no es la cabeza de Facundo Molares, sino las ideas creativas, solidarias y refundacionales de una generación revolucionaria que supo ser crítica de su tiempo y espacio para continuar la lucha social en favor de no caer en la  enajenación a la que nos quiere conducir inexorablemente el sistema. 

Ojalá que los fantasmas de un pasado al que no deseamos regresar nunca más, no se transformen en la construcción de una memoria futura y atroz.

Quién era Facundo Molares

Facundo Molares Schoenfeld era un militante de izquierda, nacido en 1975 y criado en José C. Paz. En los años del menemato militó contra el sistema neoliberal de entonces. En 2002, luego de haber establecido algunos contactos en Colombia, viajó a ese país para integrar las “Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia” (FARC) donde pudo configurarse como un cuadro internacionalista marxista. A los 27 años desarrolló en la selva colombiana tareas de ayuda con los pueblos rurales. El apodo que sus compañeros le habían puesto fue el de “Camilo, el argentino”, en referencia al revolucionario cubano Camilo Cienfuegos. Estuvo dentro de la columna de Teófilo Forero, de la cual se desvinculó años después por no aceptar el “Acuerdo de Paz de La Habana” (el cual impartía que las FARC harían política sin el uso de armas).

En 2018 regresó a Argentina para trabajar como periodista en medios de comunicación del campo popular, lo cual lo llevó en 2019 a cubrir en Bolivia el golpe institucional contra Evo Morales. Durante las manifestaciones en Montero, Santa Cruz de la Sierra, Facundo fue baleado, quedando en coma durante casi 30 días.

En 2021 se impuso una circular roja de Interpol para capturarlo y en noviembre de ese año quedó detenido y alojado en la Unidad 6 del Penal de Ezeiza por 263 días, bajo el supuesto delito de tráfico de armas y secuestro extorsivo, lo que en realidad para el propio Molares era el “Plan Cóndor 2.0, ahora con democracias y no con dictaduras”, consiguiendo la libertad la noche del 29 de julio de 2022.

Molares era un cuadro político, militante de los que ya no se encuentran a la vuelta de la esquina. De esos que ponen el cuerpo a pesar de haber sufrido ataques represivos durante varios años en distintos puntos de Nuestra América. Era quien tendía una mano solidaria de apoyo y no quedaba su accionar únicamente en palabras, sino que lo hacía carne en su cotidianidad.

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