El músico, poeta y pintor murió a los 96 años y dejó una obra fundamental sobre su tierra, el trabajo y la fragilidad de la existencia.
“Yo creo que mi vida es una vida natural. Creo que así debe ser el hombre: amar la naturaleza, quererla, tratar de sacar de ella lo más expresivo, lo más profundo. Y devolverla en obras. Porque la naturaleza no habla, hace. Nosotros somos los que tenemos que transformar las mudas palabras de ella. ¡Qué maravilla!”.
Para Ramón Ayala no había para él oficio más elevado que ser portavoz de la naturaleza. En su exhuberante litoral, entre sus aguas y su tierra colorada, aprendió a mirar y contar para hablar del hombre hecho paisaje. Y lo hizo con una obra que quedó para siempre en el corazón del arte popular de nuestro país.
Ayala murió el 7 de diciembre pasado a sus 96 años en un hospital de Buenos Aires. Su nombre real era Ramón Gumercindo Cidade y sus oficios múltiples: compositor, intérprete, guitarrista, pintor, narrador de historias; todos ejercidos sin detenerse en la barrera de la exageración. Su acta de nacimiento está fechada el 10 de marzo de 1927, en Garupá.
Fue autor de canciones sobre la naturaleza, sus personajes y los oficios de su tierra, de envidiable belleza y a la vez portadoras de una voz de denuncia social: “El jangadero”, «El mensú», «El cosechero», «Canto al Río Uruguay», entre tantas otras. Compuso alrededor de 300, varias de ellas verdaderos clásicos de la música popular de todos los tiempos.
En “El Cosechero”, quizás su obra más conocida, están la libertad del que canta y la condena del que trabaja, resume el periodista Sergio Pujol. “Esa canción es la metonimia de Ayala: todo su ser está ahí, perfectamente aludido. Están su barroco cuasi tropical, su instinto pictórico, su nervio rítmico, su talento para la melodía. Están el paisaje encarnado, y el hombre vuelto paisaje. Están la libertad del que canta y la condena del que trabaja: Rumbo a la cosecha, cosechero yo seré”.
En 1962 viajó a Cuba, invitado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Allí pudo conocer al revolucionario Ernesto “Che” Guevara, y comprobar que su canción “El mensú” había sido cantada en los fogones revolucionarios de la Sierra Maestra durante la Revolución Cubana.
En 2013, el fotógrafo Marcos López lo convirtió en centro de un documental tan caótico como el personaje que se proponía retratar. Así lo describió: “Ramón es exagerado, siempre está declamando el instante de la fragilidad de la existencia, es místico, podría ser como un Walt Whitman pero en la selva guaraní, una especie de monje y filósofo”.
“Yo no sé de dónde salen mis canciones” reconoció Ayala en una entrevista que dio en 2018 al sitio Eterna Cadencia. “Es un misterio. No se sabe quién te inspira. Yo suelo ser un poco incrédulo con las diócesis detrás de las nubes, pero respeto mucho todas las creencias… Pero para mí la música es el gran misterio, porque vos podés creer en lo que quieras creer, en lo que puedas creer, pero todo es un misterio. No sé si te pusiste a pensar en que todo es un misterio. Todo, todo. ¡Qué barbaridad!”.