La política exterior argentina hace del tablero sudamericano un teatro de operaciones ideológica, y relega acuerdos diplomáticos históricos que derivan en cortocircuitos comerciales significativos
Por Alejandro Frenkel (*)
Ilustración: Adictos Gráficos
Si hay un rasgo que distingue a la política exterior argentina desde que asumió la presidencia Javier Milei es una alta confrontación. En tan sólo siete meses de mandato, el Ejecutivo ha generado una cantidad de conflictos bilaterales nunca vista en los anteriores gobiernos desde la recuperación democrática.
En lo que hace a América Latina, el presidente Milei acumula agravios a sus pares de Chile, México, Brasil, Colombia y Bolivia. El presidente saliente de México Andrés Manuel López Obrador fue tildado de “ignorante”. Al mandatario brasileño Lula da Silva lo llamó “ladrón” y “comunista retrógrado”, y al Jefe de Estado colombiano Gustavo Petro, “asesino terrorista”. El chileno Gabriel Boric, por su parte, fue calificado como «un peligro para la democracia» debido a sus políticas progresistas.
Pero la cosa no queda allí. Milei implementa una fluida actividad partidaria en materia internacional que agrava el estado de situación. Confundiendo su carácter de líder político con su rol como jefe de Estado, el presidente prefiere cultivar los vínculos con líderes opositores en lugar de profundizar, o al menos mantener, las relaciones bilaterales con quienes están a cargo de los gobiernos. Un claro ejemplo de ello es la reciente participación del mandatario argentino en un encuentro de la ultraderecha, organizado por el expresidente Jair Bolsonaro a principios de julio en el sur de Brasil. Frente a una turba de fervientes bolsonaristas, el presidente argentino (quien prefirió ir a ese encuentro antes que la cumbre del Mercosur en Paraguay) volvió a acusar a Lula de “corrupto” y recibió una condecoración del propio Bolsonaro. Para el presidente, la pertenencia a un grupo ideológico parece ser más importante que la defensa de los intereses de la Argentina.
El tono confrontativo de Milei intenta ser contrapesado por la política de «reducción de daños» que lleva a cabo la canciller Diana Mondino. Ante cada frente abierto por Milei, Mondino recurre a la vía diplomática para mantener un nivel mínimo de entendimiento con los países vecinos. En la práctica, esto termina configurando una política exterior de «doble carril», donde las declaraciones del presidente y las acciones diplomáticas de la canciller parecen seguir caminos divergentes. No obstante, la política exterior no se puede escindir de esa forma sin volverse incoherente, lo cual incrementa la confusión y desconfianza tanto en los gobiernos de la región como en los observadores internacionales.
Ahora bien, ¿en qué medida las consecuencias de esta política exterior beligerante se limitan a lo político-diplomático? ¿Qué riesgos hay de que terminen irradiando hacia al ámbito económico-comercial? En este sentido, es elocuente lo que sucedió en mayo, cuando Argentina se vio obligada a importar gas de manera urgente debido a una ola de frío en el área metropolitana. En respuesta a esta emergencia, el gobierno argentino compró un cargamento de Gas Natural Licuado (GNL) a la empresa brasileña Petrobras.
No obstante, la petrolera no aceptó la modalidad de pago que ofrecía el gobierno argentino y la crisis energética se agravó. Frente a ello, el gobierno de Milei se vio obligado a dejar a un lado el perfil confrontativo para destrabar la importación de gas. Aunque se trata de un ejercicio contrafáctico, no es descabellado interpretar que si la relación bilateral hubiera sido menos tensa es probable que Petrobras mostrara mayor flexibilidad en la aceptación de la modalidad de pago, lo que habría resuelto más rápido la situación de escasez energética.
Es un error creer que la política y la economía corren por carriles separados. Pensando a mediano plazo, los conflictos en el nivel político pueden tener repercusiones aún más serias en la economía y el comercio. Hay que tener en cuenta que la región latinoamericana es el principal destino de las exportaciones industriales del país y que, en caso de producirse, la pérdida de mercados y la disminución en la competitividad de los productos argentinos no puede revertirse fácilmente.
Como si fuera poco, otra característica distintiva de la política exterior del actual gobierno argentino es el desinterés hacia la región latinoamericana, el cual se evidencia en varios hechos concretos: la no asistencia a la cumbre de la CELAC, la falta de viajes oficiales a países de la región, la negativa a apoyar la propuesta brasileña de revitalizar la UNASUR y, más recientemente, la ausencia de Milei en la última cumbre de presidentes del Mercosur, celebrada en Paraguay. Mondino, quien auspició de jefa de delegación, dejó entrever en su discurso que la agenda de Argentina hacia el bloque es extremadamente pobre y limitada: se reduce a avanzar en una reforma institucional para achicar las instancias decisorias y acelerar la firma de tratados de libre comercio.
Un boletín lleno de faltas
La declaración de presidentes del Mercosur tampoco incluyó ninguna mención sobre el reclamo de soberanía argentina sobre las Islas Malvinas. Desde mediados de la década de 1990, todos los gobiernos nacionales habían impulsado que este tema fuera incorporado en los documentos del más alto nivel político del bloque. Esta ausencia, sumada al reciente acercamiento a Gran Bretaña, revela una alarmante desmalvinización de la política exterior argentina.
El desentendimiento de Argentina hacia América Latina pone en riesgo la capacidad de influencia en la región y desaprovecha las oportunidades de cooperación, provisión de bienes públicos y desarrollo conjunto que ofrecen las instancias de integración como el Mercosur.
En definitiva, una política de confrontación internacional permanente supone riesgos costosos para el desarrollo del país: exacerba las tensiones diplomáticas, envía un mensaje de incoherencia en la política exterior, disminuye la credibilidad y la influencia de Argentina en el ámbito regional y dificulta la colaboración en temas clave, como el comercio, la seguridad y el desarrollo sostenible.
Además, pone en riesgo proyectos conjuntos que podrían beneficiar a la población argentina y a la de los países vecinos. En base a ello, es crucial que Argentina revise su estrategia exterior y busque normalizar las relaciones con sus vecinos latinoamericanos. La política exterior es demasiado importante para subordinarla a cruzadas ideológicas.
(*) Profesor de Relaciones Internacionales (UNSAM) e Investigador del CONICET.