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Nota publicada el 23 / 09 / 2016

Septiembre en Rojo y negro

En el imaginario popular el 16 de septiembre es una fecha de luto y dolor. Es, también, la reafirmación de la voluntad de lucha y rebeldía de los trabajadores y el pueblo. 1955, 1974, 1976. Todo está guardado en la memoria. El secuestro en democracia de Jorge Julio Lopez, el principal testigo para condenar al genocida Etchecolatz (2006), es otro episodio que tiñe el Septiembre histórico. Lo tiñen de Rojo y Negro. Rojo de sangre y lucha. Negro de luto y dolor.

 

Por Juan Carlos Giuliani (Secretario de Relaciones Institucionales de la CTA; Integrante de la Conducción Nacional de Unidad Popular).- El 16 de septiembre de 1955 la oligarquía asesta su golpe de gracia al gobierno popular de Juan Domingo Perón. Las clases dominantes cortan de un solo tajo la experiencia de masas signada por una década de acumulación de poder popular: la expresión del más alto nivel de conciencia y organización alcanzado por la clase trabajadora argentina.

Los plumíferos del régimen, con cinismo, la llamaron «Revolución Libertadora», denominación que el pueblo sabiamente, y con justicia, rebautizó «Revolución Fusiladora».

La restauración del sistema oligárquico no se privó de ningún arma para desterrar de la memoria colectiva los diez años más felices de realizaciones y participación que había vivido nuestro pueblo en su derrotero histórico. La caza de brujas no conoció límites: prohibieron nombrar a Perón, cantar la Marcha, persiguieron, encarcelaron, torturaron y asesinaron a los militantes de la resistencia. Compraron a los alcahuetes y destilaron -por izquierda y por derecha- su odio al subsuelo de la patria sublevado el 17 de octubre del 1945. La figura de Evita fue estigmatizada, su cadáver vejado y, con la complicidad de la cúpula de la Iglesia, enterrado en un ignoto cementerio italiano.

Los militares que habían asaltado el poder al servicio de la oligarquía y los monopolios con la promesa de que no habría «vencedores ni vencidos», muy pronto mostraron las uñas: fusilaron sin juicio previo al General Valle y a otros militares patriotas que se levantaron contra el régimen usurpador. Un fusilamiento político que no se repetía desde la inmolación de Dorrego a manos de Lavalle. Otro grupo de militantes peronistas sería acribillado en los basurales de José León Suárez. Episodio infame de la historia argentina inmortalizado por Rodolfo Walsh en «Operación Masacre». El poder sanguinario, huérfano de apoyo popular, sólo se sustentaba en la fuerza de las ballonetas.

La resistencia heroica de los trabajadores, inorgánica y fragmentada en sus inicios, pero potente y creativa con el correr del tiempo, fue mellando a la dictadura militar-oligárquica que tres años después del derrocamiento de Perón, se vio obligada a llamar a elecciones con la proscripción del movimiento nacional.

En 1958 y fruto del pacto con Perón, Frondizi llegó al gobierno, burló la voluntad popular, reprimió con saña al movimiento obrero, profundizó la entrega de los recursos naturales a los monopolios extranjeros y cuando cumplió su misión, lo sacaron con un cuartelazo.

El honor acribillado

Otro 16 de septiembre, en 1974, el dirigente sindical y ex vicegobernador de Córdoba, Atilio López, era cobardemente asesinado por los sicarios de la Triple A. Lo acribillaron con 132 disparos incrustrados en el cuerpo de un hombre digno y honorable, condenado por su lucha consecuente a favor de la causa nacional y popular. Tanta furia criminal sólo se explica en la necesidad de instalar el terror como política de subordinación a la estrategia de los grupos de poder que aguardaban agazapados el momento oportuno para terminar con el gobierno títere de Isabel y López Rega. El asesinato se produjo el día en el que se recordaba el decimonoveno aniversario de la llamada «Revolución Libertadora», que derrocó a Perón y dio inicio a 18 años de proscripción del peronismo.

El «Negro» Atilio ganó la consideración de los trabajadores cuando, actuando en el peronismo de la resistencia a poco de la caída de Perón en 1955, dirigió la primera huelga en el período de la «Revolución Fusiladora», enarbolando los programas obreros aprobados en Huerta Grande y La Falda. Histórico dirigente de la UTA y de la combativa CGT Córdoba, lideró en 1969 junto a Agustín Tosco y Elpidio Torres la gesta del Cordobazo que provocó la caída del dictador Juan Carlos Onganía. En 1973 el voto popular lo consagró vicegobernador de la provincia, como compañero de fórmula de Ricardo Obregón Cano. Las clases acomodadas gastaron ríos de bromas por la forma de hablar del «Negro», por sus modales y su estilo de vida llano, franco, de pueblo. Como si los trabajadores no supieran distinguir gato de liebre: al país lo fundieron los doctores con posgrado en Harvard, no los laburantes que se comen las «eses».

En febrero de 1974, a nueve meses de iniciada su gestión de gobierno, Obregón Cano y López fueron desplazados del poder por una oscura sublevación policial, el tristemente célebre «Navarrazo», que fue consentido por las máximas autoridades nacionales de entonces.

A mediados de junio de 1974 había viajado a Buenos Aires para ver a su querido Talleres en la cancha de River. El líder del sindicalismo de la resistencia y del peronismo revolucionario cayó en una redada y fue asesinado por la ultraderechista Triple A, hecho que provocó una profunda conmoción en Córdoba, que quedó reflejada durante el velatorio y el sepelio de sus restos, donde una multitud acongojada nunca vista en esa ciudad para una situación similar, participó en sus exequias.

Olvidado por la historia oficial, el «Negro» Atilio es un ejemplo de entrega y lealtad a los intereses de los trabajadores.

Los lápices siguen escribiendo

El 16 de septiembre de 1976 un grupo de jóvenes integrantes de la UES, JP y Montoneros fueron secuestrados en la ciudad de La Plata y más tarde fusilados. Cayeron resistiendo a la dictadura de Videla como héroes. Un caso emblemático de una juventud consciente de la necesidad urgente de construir una Patria justa, libre, y soberana. Tenían entre 16 y 18 años y la utopía de cambiar el mundo en el alma. Reclamaban un boleto secundario de tarifa baja y eran militantes comprometidos con un proyecto de liberación.

El 16 de septiembre a la madrugada fueron arrancados de sus casas Claudio de Acha, Horacio Húngaro, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner y Daniel Racero. Grupos de tarea bajo las órdenes del Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, general Camps, ponían en práctica su plan de eliminar a cientos de adolescentes militantes revolucionarios. La noche de los lápices fue el nombre dado por el genocida Camps a ese operativo de terror.

Pablo Díaz fue el último estudiante secuestrado y uno de los sobrevivientes. Cuenta que al despedirse de Claudia Falcone cuando él la insta a recapacitar sobre la posibilidad de un reencuentro ya en libertad, recibe una respuesta categórica: «No, Pablo. No vamos a salir. Brinden por nosotros todos los fines de año». El gesto habla de la asunción de una suerte colectiva en el marco de un proceso de desarrollo histórico-social. Se trata de la decisión meditada de no ser un «perejil», lugar al que los ha querido arrinconar la teoría de los dos demonios.

El poder se regodea mostrándonos las imágenes de la derrota para que siga reinando el terror que paraliza. Otros, exhiben las fotografías de los fracasos para sostener el discurso reaccionario de que no se puede hacer nada más que lo que se está haciendo. Coristas de la resignación y el posibilismo.

Para nosotros, los trabajadores, se trata de hitos históricos de una larga marcha que continúa, con contradicciones y contratiempos, pero con el compromiso inalterable de seguir construyendo colectivamente para llevar esas banderas de lucha hasta el final del camino.

El laburante martirizado

…el 18 de septiembre de 2006, el albañil Jorge Julio López se transformaba en el primer desaparecido en democracia. López ya había sido detenido ilegalmente y llevado a distintos centros clandestinos de tortura durante el terrorismo de Estado. Había sido secuestrado el 21 de octubre de 1976 y retenido hasta el 25 de junio de 1979. Mientras López se encontraba desaparecido, Miguel Etchecolatz era Director de Investigaciones de la Provincia de Buenos Aires, encargado de uno de los centros de detención clandestinos y mano derecha del ex General Ramón Camps.

Para los verdugos no alcanzó el escarmiento de este trabajador de la construcción. Tras sus declaraciones, que condenaron al genocida Miguel Etchecolatz a prisión perpetua, López desapareció poco después de brindar testimonio. Hasta el día de hoy no existen noticias sobre su paradero. Fue el primer desaparecido, tras el retorno de la democracia en 1983 en la Argentina.

A los 77 años y contra la voluntad de su familia, López decidió convertirse en testigo y querellante en la causa que se le seguía a Etchecolatz por su responsabilidad en los secuestros, las torturas y desaparición de personas en al menos 29 centros clandestinos que integraban el denominado “Circuito Camps”. Su testimonio fue fundamental y contundente, pero nunca pudo ver la sentencia. El 18 de septiembre de 2006, el día que condenaron al represor Etchecolatz a reclusión perpetua, a López se lo llevaron. Y no volvió nunca más.

Los desconocidos de siempre no le perdonaron su condición de laburante, ex detenido-desaparecido, portador del coraje y la dignidad suficientes para brindar un testimonio vital para condenar a quienes lo martirizaron.

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Etchecolatz y la tercera desaparición de López

 

Por Claudia Rafael.- Dicen que puede volver a su casa. El victimario cruel, de mirada gélida, de grito provocador. Dicen que puede volver a su hogar como sus víctimas no pudieron.

Y con ese privilegio, se determinaría sin retorno, la tercera desaparición de López. Dicen…

(APe).- Un tal López. Llegó a la vida en un hogar laburante de General Villegas en los días del impacto del crack de la bolsa de Estados Unidos. Un tal Etchecolatz. Irrumpió a la vida (y a la muerte) en el mismo 1929 en la coqueta ciudad de Azul, la misma que cobijó en su nacimiento al judas de las Madres: Alfredo Astiz.

La misma generación, López y Etchecolatz. Dos vidas antagónicas.

El albañil con las ropas manchadas de pintura y de salpicaduras de cemento, con las manos callosas de tanta mezcla, tanta cuchara y espátula. Con las marcas de las torturas en el cuerpo y en el alma.

El policía Etchecolatz, orgulloso de su uniforme azul y deseoso de condecoraciones de tortura y tragedia.

Las vidas –tan antagónicas- podrían no haberse cruzado nunca. Pero el país devorador de utopías y manos de trabajo, los juntó. Ese país batió en un cóctel feroz sus historias y los puso a la hora indicada en el lugar exacto.

El albañil padeció en su cuerpo la perversidad de ese cruce.

El tal López, hombre callado, de ternuras, “un servidor” como se llamó a sí mismo, armó ladrillo sobre ladrillo la casita propia en el barrio Los Hornos, de La Plata, cuando su sureña Villegas quedó atrás. El, que como decía la Teresa, andaba entre los andamios con todo ese cielo adentro como sangrando. El tal López, laburante de sol a sol, hincha de Boca, peronista. El que fue levantado el 27 de octubre del 76 y recorrió chupaderos, comisarías y cárcel. El que señaló con sus palabras amasadas en la memoria de años, garabateadas en cuadernos desprolijos que preservaban la evocación de los tiempos, al tal Etchecolatz.

Socio de Camps y hermano de la crueldad. “Asesino serial” que “no tenía compasión”, como lo definió López en su testimonio. Policía retirado, marionetero activo, que antes de la condena puntualizó que “se me tomó como participante de una guerra que ganamos con las armas y que políticamente vamos perdiendo. (…) No es este tribunal el que me condena. Son ustedes los que se condenan”.

Dicen que Miguel Osvaldo Etchecolatz, libreta de enrolamiento 5.124.838, sin apodos, nacido el día internacional de los trabajadores de 1929 en Azul, la ciudad de Astiz y tantos otros, hijo de Manuel Etchecolatz y de Martina Santillán, casado, policía retirado, responsable de la muerte, como emblema y símbolo, podría regresar a su casa. Como no dejó volver a Jorge Julio López en su segunda desaparición casi 10 años atrás. Como no dejó regresar a Clara Anahí Mariani, que cumplirá 40 años en un par de días. Ni a tantos otros bebés que transformó en botín de guerra.

Etchecolatz, el que intervino como pieza crucial en los días en que la desaparición fue reina y señora. El que actuó, desde adentro de los sistemas de encierro vip, para que la ausencia siguiera siendo eterna. Y digitó desde de la cárcel. Dio órdenes y manipuló. Mantuvo su poder de dios de la impiedad dentro de la misma fuerza a la que perteneció y desde la que cimentó destinos.

Dicen que podría volver a su casa. Que podrá acostarse plácidamente en su propia cama donde recordar sus hazañas. Y regodearse una vez más, con la sonrisa del triunfo entre sus finos labios, con sus propias palabras: “son ustedes los que se condenan”.

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El último testimonio

El 28 de junio del 2006, Jorge Julio López brindó testimonio por última vez en el marco del juicio oral contra el comisario de la Bonaerense Miguel Osvaldo Etchecolatz. Un relato clave y contundente que llevó a un fallo histórico donde se condenó a prisión perpetua al represor y se reconoció por primera vez el genocidio. Aquí compartimos el texto que aparece en la sentencia del Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata, compuesto por los doctores Carlos Alberto Rozanski , Horacio Alfredo Isaurralde y Norberto Lorenzo.

…..El señor Jorge Julio López relató que fue detenido el 27 de octubre de 1976 en su vivienda de 140 y 69. Había muchos autos, calculó alrededor de 100 personas entre todos los que rodeaban su casa. Golpearon atrás en la casa, rompieron la puerta y entraron. Etchecolatz estaba ubicado en diagonal a su casa en el auto y ahí también estaba Guallama que apuntaba hacia su vivienda.

Lo subieron en un carromato, le vendaron los ojos con el pullover por encima de la cabeza y lo ataron con las mangas y con un alambre, pero él podía ver. En el carromato iba el señor Rodas -otro detenido-. Siguieron por un camino cortado y los llevaron a un centro de color rosado o algo así, con paredes descascaradas que estaba cerca de la aviación. Allí estuvo dos días, y el señor Etchecolatz dijo ‘mirá voy a felicitar al personal porque han agarrado a estos dos montoneros’ (SIC).

Donde lo llevaron estuvo con Rodas y los picanearon toda la noche, recordó que llovía mucho. Los pusieron en una celda que tenía dos ventanitas de donde se veía la aviación. Cuando aclaraba la mañana y venía el viento del sur veían las avionetas y venía olor a chancho. El sabía que Venturino tenía un criadero de chanchos por esa zona y se dio cuenta que era un Centro de Cuatrerismo antiguamente. Conocía la zona porque había trabajado en una casa cercana.

El día 29 lo sacaron enfrente de la aviación hacia la calle 7 no sabe si es la 600, tomaron la 7 hasta llegar a 640, entrando después por una calle que es como una diagonal para el lado de la izquierda, que luego reconoció como la estancia ‘La Armonía’. Allí los picanearon a él y a Rodas y el día 30 aparece Alejandro Sánchez todo torturado, todo lastimado. Los picanean juntos y al otro día llevaron al lugar a Guillermo Cano, pero lo separaron de ellos. El 1-de noviembre- llegó Etchecolatz con el grupo de ‘picaneadores’, reconociendo a algunos de ellos como: Garachico, Aguiar, y Urcola que después fue comisario y también a Manopla Gómez que les pegaba patadas. Allí los volvieron a torturar. El día 3 lo llevaron a la celda y lo tiraron en el suelo. Allí sintió a una mujer que gritaba ‘no me peguen’. Era muy grande, gorda, medio alta, que después cuando la picaneaban le decían ‘quien te trajo a vos, ‘el palomo’, aclarando que era por monseñor Plaza.

El 4 llegaron otros chicos detenidos y el día 5 de noviembre de 1976 llegaron a eso de las 11 ó 12 de la mañana Patricia Dell Orto con el marido, toda torturada. La torturaron los días siguientes -aclarando que el torturador era Gómez-. Relató que a ella y a su marido les preguntaban qué hacían en la Unidad Básica. Patricia no respondía y el marido estaba tirado en el piso, después la ataron a lo que ellos decían el cepo y el marido estaba tirado en el suelo y Gómez le decía que se levante que no sea flojo. Patricia gritaba y entonces le taparon la boca y le pegaban, eso era noche y día. Así llegaron hasta el día 9 entre torturas y golpes. El veía por una mirilla que había abajo y otra arriba -pero por la de arriba no tanto para que no lo vean-. Relató que el 9 -que fue el día que tiraron la bomba en el departamento de policía- a la noche llegó toda la patota.

Vino un tipo gangoso que hablaba a los gritos, primero los tiran en la celda a todos juntos, Patricia le preguntó a él si era López, él respondió que sí y ella le dijo que si salía, fuera a su casa y le avisara a su familia. Como a la media hora lo sacaron a Rodas de la celda y el gangoso le dijo ‘hijo de puta, estuviste poniendo letreros en Quilmes’ y por ahí sintió un tiro, y un grito, y después no escuchó más nada.

Después de eso escuchó a Patricia que pedía que no la maten que quería criar a su hijita, e igual se la llevaron. Alguien de la patota decía ‘por cada soldado que muera van a morir cinco de ustedes’.

De los nombres de captores recordó a Rudi Calvo y de los detenidos a López Montaner a quien señaló como ‘el chico de los Boletos’. Señaló que parecía estar enfermo y muy lastimado. Un día lo llevaron hacia otro lugar de ahí donde estaban Sánchez, Cano, el soldado Alercoski, un conocido suyo de antes de apellido Casagrande. Recordó a uno que le decían Miguita, que no les daba el nombre ni a ellos. Contó que cuando el milico le preguntaba por el nombre éste lo miraba y no le contestaba y agregó que le pusieron Miguita porque juntaba las miguitas de pan que se les caían a ellos en el piso para comerlas.

Continuó relatando que aproximadamente el 15 ó 16 de noviembre, a la noche cuando trajeron las ollas llenas de albóndigas y cree que le pusieron algo porque se quedaron todos dormidos menos Casagrande que no había comido -salvo el pan-, de desconfiado, y no supieron lo que pasó después. A la mañana Casagrande les dijo ‘che son boludos, no vieron nada’ y les dijo que se despierten y los hizo mirar. Ahí se dió cuenta que había una palmera en una casa que está enfrente donde había hecho unos trabajos y conocía al dueño.

Recalcó que ellos nunca se dieron cuenta de lo que pasó salvo Casagrande que les contó que habían venido unos soldados y los habían cargado en un camión volcador. Que levantaron la caja y fueron cayendo todos. Que los mercenarios que estaban en la patota de Etchecolatz, los agarraron uno de cada brazo y los llevaron a los calabozos. Narró que ahí estuvieron descompuestos, enfermos, que les daban cólicos. Era un lugar de 3 x 4 y ahí hacían todas sus necesidades, les traían poquito de comer y agua. El 25 trajeron a otro preso, era el chico Urcola que había caído esos días antes y que a la mañana temprano lo sacaron de ahí y no supieron nada más de él. Así -continuó el relato-, fueron pasando los días hasta que un día llegó la patota, el 10 ú 11 y los llevaron a él y a Cano a picanear a la terraza subiendo por la escalera. Había un tipo que anotaba y Etchecolatz estaba al lado, le decía ‘dale, dale subila un poco más que la de allá era floja’ -por la corriente-. Relató que la tortura con picana lo dejó todo desecho, no se quiso sacar nunca las marcas por si lo quisieran revisar. También estuvo Julio Mayor, del que ahora se acuerda estuvo en Arana con la señora que creía que era Sanz de apellido. Julio Mayor le dijo -por las quemaduras- que si

quería un remedio que agarrara y se meara todo y si no, lo meaban ellos y así no se

infectó, andaba con los pantalones bajos y se le curó mejor que cualquier herida.

Agregó que Julio Mayor había estado estudiando medicina. Contó que una vez como todos se habían llenado de sarna el pibe Cano, ‘que tenía la barba larga hasta la panza’ pidió que les dieran algo para la sarna y le rompieron la cabeza con un bastonazo. Le hicieron el mismo remedio, lo curaron con el orín y esa franja de pelo de la cabeza le quedó blanca. Refirió que los días siguientes estuvieron un poco más

tranquilos hasta que el 20 ó 21 -de diciembre- a la noche dijeron ‘Julio Mayor levántese, Jorge López, levántese’, entonces Mayor le dijo ‘cagamos, en el cielo nos vemos’ (SIC). Creían que los iban a boletear. Ahí los llevaron a la comisaría 8vta. Los bajó un petisito, Peralta y el Cabo Gigena, y les dijeron ‘de dónde los trajeron, del cementerio?’ (SIC), porque estaban todos embarrados y todos rotosos, el oficial de apelllido Gigena le dijo ‘te salvaste gallego’. Se conocían porque su hermana vivía a tres cuadras de su casa. El oficial Peralta le

dijo a Recalde que lo lleve al baño y le de ropa buena, una manta y que se bañe, y un peine para que se pase, porque tenía todo cáscara (su pelo y barba). Le decían que daba asco, porque tenía las zapatillas todas llenas de hongos y sangre.

Después les trajeron un colchón y durmieron haciendo turnos porque era un solo colchón. Allí estuvo hasta el 4 de abril del 77, no sabe si el 26 de marzo le dieron la noticia que lo habían puesto a disposición del PEN. El 4 de abril, los cargaron en un camión del Servicio Penitenciario y los llevaron a. Aclaró que el que manejaba el camión, era el mismo que manejó el carromato que lo sacó de su casa, de nombre Jorge Ponce, a quien conocía porque vivía cerca de su casa. Los llevaron primero a la 81 y de ahí a la Unidad 9 donde los tuvieron primero en el pabellón 16 y después en una celda donde estaban las celdas de castigo. En ese lugar escuchó hablar al ‘gangoso’ que era el mismo que mató a la chica Dell Orto, al marido De Marco, y a Rodas. Estaba ahí, así que los de la cárcel tienen que saber quién era, y si lo encuentran él lo va a reconocer por la voz, por la cara no porque nunca lo pudo ver.

En síntesis de su relato sobre los lugares donde permaneció detenido señaló que primero estuvo en Cuatrerismo de Arana, después en el Pozo de Arana, de ahí a la comisaría 5ta., después a la comisaría 8va. y de ahí a la Unidad 9.

Reconoció la fotografía de fs. 2015 de la causa nº 2 que le fue exhibida sin identificación de ninguna clase, la que según se dejó constancia en Actas pertenecía a Guallama.

Respecto del matromonio Dell´Orto – De Marco relató que habló un poco con Patricia, aclarando que su marido, De Marco no podía hablar. Patricia le contó que la habían sacado de la quinta de City Bell, que ella muy bien no había visto, pero reconoció las torres de la Catedral y que habían entrado por calle 15, después no saben como entraron paralelo a la Brigada. Le contó que la habían violado, textualmente le dijo ‘esos hijos de puta de la patota, uno me tenía del brazo y el otro me violaba, me han dejado a la miseria’ (SIC) y le pidió que si salía buscara a su madre y al padre. y le diera un beso a la hija de parte de ella. A Patricia Dell Orto y a su marido los conocía de antes de que ella entrara a la universidad y vivían en 42 entre 3 y 4 con su marido pero iban todos los días a la Unidad Básica que había en 68 entre 142 y 143 y que ella se dedicaba a cuidar chicos, andaban en bicicleta para ahorrar y para darles de comer a los chicos, agregó que ‘eran mujeres de oro’.

Recordó a Roberto Rodas y refirió sobre un detenido el soldado Alekovski, que andaba con la ropa de fagina de granadero, que le contó que lo habían sacado el 20 de octubre de 1976. Por él supo que había un torturador que llamaban El francés que era un tipo sanguinario. Aleksoski le contó que ese lo torturó en el Vesubio, después en la Cacha, en el pozo de Arana y después en la 5ta. Le dijo que no era francés.

A Patricia la pudo ver cuando la mataron con un tiro en la cabeza, a Roberto Rodas no; después sacaron al marido de Patricia -Ambrosio De Marco-, lo agarraron entre 2 ó 3 y lo sacaron a la rastra, él se quedó así en el piso, unos gritaban, le pegaron un tiro en la cabeza a De Marco, y el eso lo vio.

Refirió que Etchecolatz no tenía compasión, que él mismo venía y personalmente los pateaba ahí en La Armonía.

Respecto de la muerte de Patricia Dell Órto y Ambrosio de Marco corresponde referirse a las declaraciones anteriores del Señor López las que fueran introducidas al debate por su lectura, dado que durante el trascurso de su declaración en el juicio el recuerdo de los hechos le produjo un estado de angustia que al ser percibido por el tribunal motivó su atención por parte del médico de la Municipalidad, quien se encontraba a ese efecto en la sala contigua a la audiencia.

Allí, el 7 de julio de 1999 en lo esencial sobre el punto, además de lo que dijo en le debate, señaló que cuando estaba detenido clandestinamente en Arana llevaron a Patricia Dell Orto y Ambrosio De Marco a quienes conocía de la Unidad Básica del barrio. Refirió que a Patricia la habían violado y su marido de Marco estaba tirado y con la cabeza sangrando. Señaló que ambos estaban con la cara cubierta pero se las destaparon para que él los reconociera como quienes andaban en la unidad básica del barrio. Luego, minutos después presenció como asesinaron a ambos de un disparo en la cabeza así como a un paraguayo de nombre Rodas de quien igualmente reconoció las fotografías de la causa 1266 /SU. Vió cuando torturaban a Patricia Dell Orto pero aclaró que no deseaba decirlo delante de la familia porque le ‘daba lástima’ (SIC).

Respecto de las torturas sufridas por él señaló que fue torturado en Arana y en la comisaría 50 . Preguntado sobre quienes torturaban, señaló en lo esencial que el que mandaba en las torturas era Camps y si no estaba el que decían que era segundo jefe y lo describió como un ‘tipo flaco, con cara medio de mono’ (SIC), a quien en el debate identificó como Miguel Etchecolatz.

Audio del testimonio de Jorge Julio López

http://www.revolutionvideo.org/agoratv/especiales/videos/lopez/testimonio.html

“……el que mandaba en las torturas era Camps y si no

estaba el que decían que era segundo jefe y lo describió

como un ‘tipo flaco, con cara medio de mono’ (SIC), a

quien en el debate identificó como Miguel Etchecolatz.”

“…Después de eso escuchó a Patricia que pedía que no la

maten que quería criar a su hijita, e igual se la llevaron..!.

“…Allí sintió a una mujer que gritaba ‘no me peguen’. Era muy grande, gorda, medio alta, y después cuando la picaneaban le decían ‘quien te trajo a vos, ‘el palomo’, aclarando que era por monseñor Plaza…”

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Los estudiantes toman el control de las facultades y, en paralelo, colocan los pupitres a cielo abierto. Tres jóvenes cuentan sus anhelos y reclamos mientras la amenaza del apagón universitario pende sobre sus vidas.

Por Redacción Malas Palabras

Walter Correa, ministro de Trabajo de la provincia de Buenos Aires.

“El movimiento sindical da ejemplo de unidad”

El ministro de Trabajo bonaerense Walter Correa comparte definiciones contundentes sobre el vínculo de Axel Kicillof con los gremios, el proceso de la unidad de las dos CTA y el modelo “pre peronista” que, asegura, quieren imponer Milei y Sturzenegger.

Por José Maldonado