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Nota publicada el 16 / 10 / 2024

El optimismo libertario

¿Esperanza o expectativa? ¿Cuál es el combustible interno que moviliza al adherente de Milei? “La vida no está hecha de horizontes, sino de tener aseguradas las vacaciones de verano, y el tanque lleno del auto”, se advierte en esta columna que escanea con agudeza uno de los sentimientos claves de la base oficialista

Por Esteban Rodríguez Alzueta*

Hay un abismo metafísico entre la esperanza y el optimismo. A menudo, decía Erich Fromm, se malinterpreta y confunde la naturaleza de la esperanza con actitudes que no tienen nada que ver con ella, y que, de hecho, son su opuesto. Por ejemplo, no hay que confundir la esperanza con las corazonadas, esto es, con esperanza pasiva que es una forma de desesperanza. La esperanza no es aquello que sucederá a pesar nuestro, algo que tendrá lugar sin que yo haga nada. La esperanza es activa o no es esperanza; esto es, nos implica o compromete en el presente, es “una disposición interna, un intenso estar listo para actuar”.

En segundo lugar, decía Fromm, la esperanza es el temple de ánimo que acompaña la fe. Pero la fe, al igual que la esperanza, no consiste en predecir el futuro, sino la visión presente en un estado de gestación. Es la certidumbre de lo incierto. “La fe se basa en nuestra experiencia de vivir y de transformarnos.” 

Finalmente, el otro elemento vinculado a la esperanza -señala Fromm- es la fortaleza: la capacidad para resistir la tentación de comprometer la esperanza y la fe transformadoras en optimismo vacío o fe irracional. Fortaleza es la capacidad de decir No cuando el mundo quería oír un . De modo que la esperanza exige la intrepidez o la osadía de las personas que no ceden a las amenazas que se van sembrando a su alrededor. Una tarea, sospechamos, que reclama del nosotros. No hay esperanzas solitarias, nadie se salva sólo. La esperanza siempre es un sentimiento colectivo.        

Tampoco hay que confundir la esperanza con el optimismo. Terry Eagleton en su libro Esperanza sin optimismo señala que el optimismo es un sentimiento más relacionado con la confianza que con la esperanza. Se basa en la opinión de que las cosas tienden a salir bien, no en el exigente compromiso que entraña la esperanza. Un optimista es más bien alguien con una actitud risueña ante la vida que no siente ninguna necesidad de justificar, y de hecho es incapaz de hacerlo racionalmente. Las vagas ilusiones no necesitan justificaciones sino nuestro puro entusiasmo. No necesita dar cuenta de sus ilusiones, le alcanza con estar exaltados. 

Cheques voladores

Pero, regresemos a la Argentina contemporánea. Dijimos que la generosidad tiene patas cortas. Puede que Milei sea un cheque volador, pero no es un cheque en blanco. Un cheque volador es un papel pintado que va pasando de mano en mano hasta que alguien lo rechaza y desencadena un desajuste en toda la cadena (de pagos), y se traduce en pérdidas de dinero y tiempo. Dicho en otras palabras: podrá carretear un tiempo, pero no llegará muy lejos si no se pone a la altura de los esfuerzos individuales de sus simpatizantes entusiastas, incrédulos y resentidos, pero optimistas, y colmados de expectativas.

“Puede que Milei sea un cheque volador, pero no es un cheque en blanco. Dicho en otras palabras: podrá carretear un tiempo, pero no llegará muy lejos si no se pone a la altura de los esfuerzos individuales de sus simpatizantes entusiastas, incrédulos y resentidos, pero optimistas, y colmados de expectativas”

La vida no está hecha de horizontes sino de tener aseguradas las vacaciones de verano y el tanque lleno del auto. El futuro no queda más lejos que las cuotas a desembolsar para pagar el plan del auto. Las ilusiones en la sociedad de mercado no van más lejos que su sombra. Acaso por eso mismo la palabra “esperanza” nos queda grande también para calibrar la confianza que supo y sabe reclutar el gobierno de Milei. 

Por eso, quizás, no debería hablarse de esperanza sino de expectativa. La gente no está esperanzada sino expectante. Estar a la expectativa, dijo alguna vez Heidegger, es estar atado a una representación y a lo representado. Y agregaba: porque la espera no se deja comprometer en una representación. La espera no tiene propiamente objeto. La espera se caracteriza porque está comprometido a lo abierto. Milei no abre el tiempo, lo clausura. Milei no vino a ofrecernos un sueño distinto, de un mundo mejor. Tampoco la gente lo espera, le alcanza con llevar una vida sin sobresaltos, que alcance para mantenerse por encima de la línea de flote, allí donde hacen pie los objetos encantados.  

Los umbrales de intolerancia en la Argentina neoliberal, permeada por el consumo, pero con muchos repertorios de indignación individual y colectiva, no suelen ser muy altos. De hecho, suele decirse que cuando a las clases medias les tocan el bolsillo se produce un vuelco en las próximas elecciones. Si esto es así, lo que tiene Milei, al presentarse como un outsider de la política, es un hándicap, corre con una ventaja anímica que es, precisamente, las expectativas generosas que despertó en parte de los consumidores, aunque también las pasiones bajas que surcaban la Argentina odiosa. Tal vez le alcance para llegar a las próximas elecciones, pero carga con las expectativas de una movilidad social que, en las sociedades de mercado, necesitan constatarse más o menos rápidamente.   

Sonrisas de impotencia

Si no hay futuro, tampoco hay pasado. Solo queda el presente. Un eterno presente lleno de pesadumbre, obstáculos y oportunidades, que se transitan o viven henchido de pasiones tristes pero con expectativas y generosidad

Walter Benjamin sostenía en Experiencia y pobreza, que la experiencia ya no cotiza entre los jóvenes, pero tampoco entre los adultos. De poco sirve que dediquemos horas y horas a contar las desventuras vividas durante el menemismo o la dictadura cívico militar. El pasado está pisado para ellos, no interesa, está fuera del radar, les queda demasiado lejos. Lo único que interesa es hoy, siempre hoy

El mercado borra las huellas, la cultura del consumo ha transformado por completo al hombre. Hablan una lengua enteramente distinta. Y esto es así porque son generaciones pobres de experiencias, pobres en experiencias privadas, pero también públicas. Cada uno se mueve en su burbuja, recluido en su zona de confort, rodeado de fetiches que colecciona con devoción. Cuando la sociabilidad se organiza en función de las afinidades, no hay lugar para la sorpresa o la heterogeneidad. El mercado los ha liberado de cargar con los mandatos ajenos y añejos. Son esnobistas, añoran una experiencia nueva, siempre nueva. Viven cansados, pero están preparados para sobrevivir. Y lo que resulta primordial, agregaba Benjamin, “lo hacen riéndose”. Esa risa también merece ser explorada. ¿De qué se ríen? ¿De nosotros? ¿De la torpeza de serruchar la rama que los sostiene?

“Hablan una lengua enteramente distinta. Y esto es así porque son generaciones pobres de experiencias, pobres en experiencias privadas, pero también públicas. Cada uno se mueve en su burbuja, recluido en su zona de confort, rodeado de fetiches que colecciona con devoción”

Dice Benjamin: “Una falta total de ilusiones sobre la época y, sin embargo, un pronunciamiento sin reservas a su favor”. Viven desilusionados, pero guardan expectativas sobre un futuro que se precipita por proximidad. 

Tal vez lo que llamamos rápidamente “expectativa” es el nombre de la impotencia acumulada. Las expectativas no necesitan de la inversión común, de la fraternidad, de la libertad al lado de otra libertad. La expectativa es una esperanza pava, idiota o estúpida, hecha de libertades individuales y mucha autosuficiencia, mucho optimismo. 

La expectativa está hecha de series de Netflix, viajes a Miami o Rio de Janeiro, recitales en Movistar Arena, paseos por el shopping o partidos de fútbol y todo aquello que nos devuelva una sonrisa que dejaremos registrada en la próxima selfie. La expectativa está hecha a la medida del mérito acumulado, del esfuerzo entusiasta que está dispuesto a invertir generosamente.   

Cuidar las palabras

No le regalemos la esperanza a Milei. Seamos rigurosos. Cuidemos también la palabra esperanza. Sus seguidores no están esperanzados, simplemente son optimistas, tienen vagas ilusiones. No son gente esperanzada sino muy ansiosa. La gente no está esperanzada sino llena de expectativas y, por eso mismo, está dispuesta a ser generosa con su apoyo. De la misma manera que nosotros somos pesimistas, pero estamos llenos de esperanza, los votantes de Milei parecen optimistas, pero sin esperanza.  

Sus seguidores no están esperanzados, simplemente son optimistas, tienen vagas ilusiones. No son gente esperanzada sino muy ansiosa. La gente no está esperanzada sino llena de expectativas y, por eso mismo, está dispuesta a ser generosa con su apoyo”

*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de La Plata. Profesor de sociología del delito en la Especialización y Maestría en Criminología de la UNQ. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor, entre otros libros, de Temor y control; La máquina de la inseguridad; Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil, Prudencialismo: el gobierno de la prevención; La vejez oculta y Desarmar al pibe chorro.

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