Un diálogo con la activista e investigadora Flavia Broffoni. A partir del reciente desastre de origen natural que desbordó Bahía Blanca, la autora de “Colapso- ¿cómo transitar el umbral de los mundos por venir” reflexiona sobre diversos y entrelazados tópicos: crisis climática global, apropiación de recursos naturales y redes comunitarias
Por Emiliano Guido
Fotos: Renata Sanz Fuganti (@renatasanzfuganti)
Flavia Broffoni es una voz singular en el pensamiento ambientalista. Su arco narrativo profesional/activista tiene un carácter multidimensional: lideró un equipo gubernamental de desarrollo sustentable en CABA, incorporó el concepto “colapsología” al debate ecologista local en una conferencia TED, es referenta del capítulo argentino de una organización, Extinción/Rebelión, que promueve acciones directas pacíficas contra el calentamiento global; además, publicó libros de divulgación mainstream sobre cambio climático y crisis civilizatoria a partir del tejido de consultas a fuentes eclécticas de indagación.
A continuación, una entrevista donde el abordaje de la crisis ambiental arrastra nubes de palabras desestimadas por la postura negacionista del oficialismo, o por un panperonismo que, con sus matices, suele relativizar el impacto ambiental. La referencia es a pluriconceptos como “migraciones climáticas”, “bunkers de ultrarricos”, “puntos de no retorno”, o “colapso civilizatorio”. Broffoni permite repensar futuros próximos de la humanidad donde el acceso al recurso agua o a “tierras sanas” precipitarán conflictos geopolíticos cada vez más álgidos.
– En tu reciente libro “Colapso- cómo transitar el umbral de los mundos por venir” advertís que fenómenos como las inundaciones en Bahía Blanca serán cada vez más recurrentes. Quizás, para provocar, decís que el colapso civilizatorio es inminente y que, en todo caso, hay que aprender a colapsar mejor. ¿Qué implica brevemente esa frase para entender tu línea de pensamiento?
-Años atrás, la invitación a dar una charla TED en Tecnópolis me motivó a sintetizar investigaciones que tenía en marcha; entonces, la idea de colapso surge como la conclusión más urgente de esa ponencia. A ver, en la actual década se está registrando un cambio abrupto de la conformación geofísica y sociopolítica del mundo. Los microcolapsos climáticos, que están determinados por el pulso del calentamiento global, se multiplican a una velocidad inédita. Se puede citar los siguientes datos: la atmósfera ya tiene acumuladas 420 partes por millón de dióxido de carbono, y no hay cálculos certeros sobre la cantidad de metano que se está liberando a partir del derretimiento del permafrost, con lo cual el proceso de calentamiento puede ser mucho peor.
Aprender a colapsar mejor es, desde mi mirada, gestar políticas para enfrentar el colapso. También es exigir que los gobiernos digan la verdad sobre la realidad climática. Con 420 partes por millón de dióxido de carbono acumulados en la atmósfera, los polos árticos y antárticos se van a derretir. Asumir el cambio climático implica, por último, incorporar que la problemática es mucho mayor a discutir si “sube un poquito más el nivel del mar” o si “hace un poco más de calor”.
“Con 420 partes por millón de dióxido de carbono acumulados en la atmósfera, los polos árticos y antárticos se van a derretir. Asumir el cambio climático implica asumir que la problemática es mucho mayor a discutir si ‘sube un poquito más el nivel del mar’ o si ‘hace un poco más de calor’”.
Insisto, hay evidencia empírica suficiente. Según estudios recientes de la NASA y la revista Nature hacia el 2050 un tercio de la humanidad vivirá en zonas no habitables. Eso implica que tres mil millones de personas, en poco más de dos décadas, es decir mañana, residirán en ciudades sometidas a fenómenos naturales extremos, o afrontarán graves problemas para acceder a servicios esenciales básicos.

– Mauricio Macri opinó que las inundaciones en Bahía Blanca están relacionadas con el cambio climático. ¿Una parte de la derecha local asume la problemática?
– Mauricio Macri nunca negó la crisis climática. No lo hizo por convicción, sino porque cuando era Jefe de Gobierno la cuestión del cambio climático tenía buena recepción en la ciudadanía. Le resultaba factible vender a CABA como una ciudad verde en la vidriera global. Fue de hecho uno de los motivos por el cual pudo hacer una campaña internacional de apoyo tan buena. Ahora bien, reconocer la problemática climática no implica, por supuesto, que Macri, o el PRO, actúen políticamente para generar mayores condiciones de resiliencia climática a favor de la gente.
– En tus libros advertis que los multimillonarios construyen dominios en localizaciones apartadas para controlar recursos naturales estratégicos y, además, estar a resguardo en un escenario de crisis climática civilizatoria. ¿La mansión de Joe Lewis puede leerse como ese tipo de fortalezas?
– Por supuesto que sí, pero no sólo la mansión de Lewis. El caso más relevante de cesión territorial a magnates del exterior, en este momento, se está dando con la privatización de las nacientes del río Chubut, donde cientos de miles de hectáreas están quedando en manos del principado de Qatar, un negocio donde intermedió el ex tenista Gastón Gaudio. La privatización implica, a su vez, el desplazamiento territorial de comunidades indígenas mapuches- tehuelches.
En términos generales, el fenómeno de la construcción de fortalezas anti- apocalípticas se da a nivel global. Los ultrarricos de Silicon Valley están comprando islas pequeñas en ultramar para contar con bunkers climáticos. En definitiva, el 1% de la población más rica del mundo tiene conciencia de que la habitabilidad del mundo está ingresando en una zona severa de riesgo. La cuestión del colapso para esos núcleos de poder implica una conversación cotidiana.

“El fenómeno de la construcción de fortalezas anti- apocalípticas se da a nivel global. Los ultrarricos de Silicon Valley están comprando islas privadas para contar con bunkers climáticos. En definitiva, el 1% de la población más rica del mundo tiene conciencia de que la habitabilidad del mundo está ingresando en una zona severa de riesgo”.
– ¿Por qué mencionas que dos elementos centrales definen a la actual civilización: el petróleo y la internet?
– La actual civilización no se sostiene sin esos dos elementos de materialidad: petróleo y conectividad global, ambos definen la esencia de la globalización. En principio, me gustaría remarcar que los combustibles fósiles con alta densidad energética no son posibles de reemplazar por energías renovables, ese es un mito que hay que desterrar.
En segundo lugar, no es casual que el hombre más poderoso del mundo, Elon Musk, haya decidido desfinanciar la producción de autos híbridos, que fue su hito de ascenso en el sector privado, para meterse de lleno en el mundo digital, es decir en el metamundo.
En paralelo, el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) implica el dominio de amplias zonas de territorio donde abunda la energía barata y las fuentes de agua. En ese sentido, los clusters de IA se emplazan mucho mejor en climas fríos, de ahí que la Patagonia surja como una oportunidad de negocios para las firmas que pujan por ganar la cúspide del negocio.
– ¿Por qué razón los magnates, o los gobiernos alineados con sus intereses, no desaceleran la marcha hacia el colapso? Se supone que la perdurabilidad del sistema es conveniente a sus intereses.
– Creo que el capitalismo ingresó a una etapa de producción que denomino, por su irracionalidad, economía terraplanista. Cuando la economía global está basada en crecer de manera infinita sobre límites concretos, la economía deja de ser una ciencia.
No son las organizaciones ambientalistas las que hablan del fin del mundo, el propio Elon Musk advierte sobre esa inminencia, y trata de vendernos una salvación basada en la producción de autos eléctricos. Una promesa sumamente irresponsable porque para la producción de los TESLA se necesita utilizar minerales escasos. El capitalismo basado en el crecimiento infinito ya murió, los ultrarricos lo saben mejor que nadie.
A su vez, por la inminencia del colapso, los Elon Musk buscan presentarse ante los gobiernos y las sociedades como “los elegidos”, en una especie de relato bíblico. Esa autoprofecía la utilizan para legitimar su plan de acumulación de dinero, territorio, y minerales raros.
– ¿Cómo se construye una salida colectiva al colapso climático? ¿Hay que construir ecoaldeas? ¿Debería poblarse los bordes del país con parámetros ambientalistas comunitarios?
– Según el discurso dominante, parecería que la salida pasaría por hacer compost y usar menos el auto. Pero, claro, no pasa por ahí. Podría mencionar el ejemplo comunitario del lugar que habito, porque la Patagonia estuvo en llamas durante el verano pero logramos articular medidas autogestivas de mitigación al fuego. Las salidas al colapso se gestan desde abajo, en los costados y márgenes del sistema.
Considero que los activismos urbanos deben presionar a los Estados para modificar comportamientos macro de los gobiernos y así no perder derechos ganados. Me preocupa bastante el retroceso cultural que implica la circularidad del relato oficialista gubernamental. Pero, tampoco venimos de una panacea, el gobierno nacional anterior no hizo cosas demasiado diferentes. De eso dan pruebas sobre todo las agendas indigenistas: durante el gobierno de Alberto Fernández se apresaron a madres mapuches durante una protesta social sin ningún tipo de justificación.
El problema de fondo es la adhesión transversal de las distintas fuerzas políticas en torno de un consenso extractivista económico para generar ingreso de dólares que alivien el pago de deuda externa.
Desde Extinción Rebelión utilizamos la noción de ecoaldeas para describir diferentes formatos comunitarios. No estamos hablando de ecoaldeas de hippies con OSDE, donde nos vestimos todos con lana y meditamos. Apuntamos a una gestión comunal del territorio; quizás, apuntalando proyectos de economía lenta y no direccionados hacia el flujo exportador, donde las decisiones se toman de forma autogestivas y democráticas. Básicamente, buscamos habitar la ruralidad de forma muy diferente a cómo se está planteando ahora, donde lo que prima son proyectos de extracción que expulsan a los campesinos y comunidades originarias.
“Desde Extinción Rebelión utilizamos la noción de ecoaldeas para describir diferentes formatos comunitarios. No estamos hablando de ecoaldeas de hippies con OSDE, donde nos vestimos todos con lana y meditamos. Apuntamos a una gestión comunal del territorio”.