Por C.F.
El diario El País, de Madrid, aseguró en la tarde del pasado 17 de abril que “ha muerto un hombre que será llorado en dos continentes”
Los medios españoles nos trajeron así la triste noticia del fallecimiento de Carlos Slepoy, un compañero que fue protagonista de mil batallas como abogado de víctimas de la dictadura argentina, la chilena, la guatemalteca y, también, la española a lo largo de las cuatro décadas del franquismo
Slepoy falleció a los 68 años por una acumulación de dolencias y problemas de salud que arrancaron en 1982, cuando se acercó a defender a unos chicos que estaban siendo agredidos por un policía nacional en la Plaza de Olavide, de la capital española. Según relatos de la época, un agente de la policía lo detuvo, pero mientras se lo llevaba le tiró un tiro por la espalda, el que aunque no le quito la vida, le dejó secuelas muy graves hasta el fin de sus días.
Amigo personal de Víctor De Gennaro, a quien conoció en una de las rondas de las Madres de Plaza de Mayo, encaró junto a él diversas batallas ante la justicia española a favor de las víctimas argentinas de la Dictadura, en tiempos en que poco se avanzaba en los estrados nacionales
Según relata el propio De Gennaro, “Carlos nos explicó que, para que el juez Baltasar Garzón pudiera juzgar los crímenes de la dictadura, había que demostrar que era competente, y para eso había que demostrar que habíamos vivido un genocidio. Presentamos ante Garzón más de 5 mil folios, que demostraban cómo la clase trabajadora fue reprimida en forma sistemática, ordenada y planificada en cada centro de laburo, con el objetivo de que el terror nos paralizara, para evitar que luchemos por lo que creíamos. El genocidio fue planificado y ejecutado de acuerdo con el modelo económico que regía”.
Slepoy asistió a decenas de víctimas argentinas que llamaron a la puerta del juez español en los noventa por los vuelos de la muerte, los niños robados de la dictadura de Videla… y casi dos décadas después acompañó hasta Buenos Aires, a las víctimas del franquismo que hicieron el camino inverso para pedir justicia a 10.000 kilómetros de casa.
Fue también actor decisivo del enjuiciamiento al dictador chileno Augusto Pinochet, luego de luchar fervorosamente para que la sala en lo penal de la Audiencia Nacional española aceptara declararse competente para juzgarlo por genocidio, como así también mas tarde del juicio al militar argentino Adolfo Scilingo.
Durante un homenaje que se le hizo años atrás, De Gennaro relató: “Él se fue a España luego de salir de la cárcel con la opción. Se terminó de consagrar de abogado. Y allá sufrió el atentado por defender a alguien que estaba siendo atropellado por la policía en las calles y le pegaron un tiro en la médula: quedó inmovilizado y parapléjico. Yo estuve con él ahí en Toledo, y me dijo: “Allá, en aquel hospital, estaba tirado e inmovilizado, la primera alegría en tres meses fue cuando moví el dedo gordo”. Desde ese lugar, volvió y fue el compañero que se animó a ponerle el cuerpo, la inteligencia, la militancia y sobre todo la fe para hacer el juicio, que después de la movilización de los 20 años que hacíamos acá en la Argentina, porque no olvidamos ni perdonamos, hacer el juicio frente la Justicia Española y lograr que se definiera que hubo un genocidio en la Argentina”.
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La Justicia Universal
En una jugosa entrevista que le realizara a Carlos nuestra compañera Juliana Godoy, en octubre de 2013, cuando luchaba contra la justicia española y con buena parte también de aquella sociedad para llevar a cabo el juicio contra los crímenes cometidos por el franquismo, desarrolló una de sus ideas-fuerzas que sostuvo hasta sus últimas horas:
“La justicia universal se basa en la idea de que los crímenes contra la humanidad deben ser juzgados y perseguidos por todos los tribunales del mundo que se quieran implicar en esta cuestión. Para nosotros era iniciar algo completamente novedoso, y a medida que íbamos avanzando fuimos comprendiendo la necesidad de consolidar esta idea de la persecución universal de quienes habían cometido delitos contra la humanidad. Esta idea de la justicia universal se ha plasmado en muchas leyes de muchos países. En Argentina está prevista en la Constitución Nacional desde 1853, en un artículo especial (Nota de R: art. 118), que dice que cuando se cometan crímenes que afecten al derecho de gentes fuera del territorio nacional, el congreso determinará cuál será el tribunal en el que se juzguen estos hechos. En el caso de España esto está plasmado en un artículo de la Ley Orgánica del Poder Judicial, que establece la competencia de la jurisdicción española para juzgar los delitos de genocidio, lesa humanidad y terrorismo cometidos en el extranjero aunque sean cometidos por personas extranjeras. Increíblemente, y a pesar de existen muchos procedimientos en España respecto de crímenes cometidos en países como Argentina, El Salvador, Guatemala, Chile, etc., se ha rechazado la investigación al franquismo.
¿Cuáles crees que son los efectos de la impunidad y la importancia del juzgamiento de los delitos contra la humanidad?
Todo Estado está preparado para combatir el delito ordinario, normalmente cumple esa tarea, con mayor o menos eficiencia. Esto se castiga sin ningún problema e incluso es admitido socialmente. Sin embargo, hay como una especie de consenso, de que cuando se pasa de una dictadura a una democracia hay que tratar de evitar tensiones, por lo tanto se dejan impunes los crímenes más graves. El efecto que esto tiene y el mensaje que lanza es sumamente destructivo para el cuerpo social, porque hay una resignación a que esto no se investigue, y luego la impunidad está forjada desde las propias instituciones incluso judiciales. En este sentido, el tema de la Justicia Universal y lo que se puede hacer abre una luz de esperanza muy importante y desarrolla un principio opuesto, de tal modo que se establece que no solamente deben ser perseguidos en el lugar que se cometieron sino internacionalmente. Esto da la idea de un mundo distinto, un mundo en que estos crímenes sean perseguidos.
Carlos Slepoy, estés donde estés
Por Chon Vargas Mendieta (Hija de Ascensión Mendieta y nieta de Timoteo Mendieta, fusilado por las fuerzas franquistas en 1939. Para el portal eldiario.es)
Mi madre, Ascensión Mendieta, es una de las miles de víctimas de la dictadura de Franco que ha conseguido sobrevivir a pesar de sus 91 años de edad. Su padre fue uno de los 150.000 condenados a la pena de muerte por «auxilio a la rebelión», según consta en la sentencia del proceso sumarísimo al que fue sometido por los vencedores, desleales a la República Española. Timoteo Mendieta fue fusilado el día 15 de noviembre de 1939, contaba 41 años de edad; dejó viuda y siete hijos. Desde ese mismo instante, mi abuela María y sus hijas Paz y Ascensión no cejaron ni sólo momento para recuperar los restos de su esposo y padre y así ha sido.
El día 3 de abril de 2012, Ascensión Mendieta Ibarra, sus hijas e hijo otorgaron poderes para su defensa a los letrados argentinos Carlos Slepoy, Ana Messuti y Máximo Castex, en la causa que se dió en llamar «la querella argentina». Han transcurrido más de siete años desde la presentación de la querella y estos tres leones del derecho no han cesado en su empeño para conseguir que las víctimas de los crímenes cometidos por la dictadura franquista obtengamos la JUSTICIA que nos ha sido negada, vedada en nuestro país, España.
La profesionalidad con la que han venido actuando los abogados de la querella argentina durante estos siete años, no se ha limitado a realizar las acciones propias de su actividad profesional para con la defensa de los derechos de las víctimas, no; son admirables los actos de solidaridad, apoyo, lealtad, entusiasmo, afecto y cariño que venimos recibiendo de ellos y, para muestra, que le pregunten a Ascensión Mendieta. Veréis lo que contesta.
Tenemos una jueza a la que mi madre pidió que le ayudara a buscar los restos de su padre para darles un entierro digno junto a ella. María Servini, que así se llama la jueza, prometió ayudar a las víctimas y hoy no me cabe ninguna duda de que estamos más cerca que nunca para alcanzar la justicia que fuimos a buscar a Buenos Aires, Argentina.
Cuando me invitaron en eldiario.es a escribir sobre Carlos Slepoy tras su fallecimiento, mi primera reacción fue cuestionarme si era la hija de una víctima anciana la persona más adecuada para escribir y verter opiniones sobre la persona y/o profesionalidad de uno de nuestros abogados. Sinceramente, mi madre no formaba parte del círculo más íntimo de nuestro abogado, aunque sí se tenían mucho cariño. Las reflexiones de mi interlocutor me decidieron y, por ello, le doy las gracias.
El último contacto que mantuve con Carlos Slepoy data del día 14 de febrero de este año y fue la respuesta que me dirigió, algunas semanas después, al mensaje que le había enviado interesándonos por su salud, tras su estancia en el centro hospitalario. Su escueta contestación decía: «Muchas gracias, Chon».
Las víctimas del franquismo no podemos permitirnos renuncias, olvidos y mucho menos más ausencias, y Carlos Slepoy no nos abandonará si las víctimas no queremos.
La cara y el corte de pelo que se gastaba delataban a Carlos; era una especie de niño revoltoso, rebelde, travieso y a la vez alegre y jovial, ¡tremendo el personaje!
El martes por la mañana llamé a mi madre y le dije que Carlos había muerto, ella desconocía su enfermedad. «Pobre», fueron sus únicas palabras. Por la tarde pasé a recogerla a su casa para acercarnos al velatorio donde, una vez allí, Ascensión entregó un sobre a una de las hijas de Carlos a quien pidió que, en la medida de lo posible, lo hiciera acompañar junto al cuerpo de su padre.
El mensaje de mi madre decía: «Carlos, estés donde estés, si ves a mi padre, dile que seguimos peleando».
A Carlos Slepoy que nos dejó.
A nuestras ancianas y ancianos, para que no nos dejen.