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Nota publicada el 15 / 09 / 2021

Nueva página en la revolución cubana

Por José Maldonado (para el IPID)

La imagen de Mijain López se viralizó el lunes 2 de agosto pasado. Con sus casi dos metros de altura y 130 kilos, enfundado en una malla roja, azul y blanca, el gigante cubano acababa de ganar su cuarta medalla dorada olímpica en lucha grecorromana, esta vez en Japón. Fue un logro que lo puso en la elite del deporte mundial y a la altura del mito, una gloria del deporte cubano.
Plantado ante los micrófonos de los periodistas extranjeros que estaban cubriendo los juegos olímpicos de Tokio, Mijain, uno de los deportistas más conocidos y queridos en Cuba, envió un mensaje que dio la vuelta al mundo. “Nunca voy a dejar de agradecer y dedicar este triunfo a nuestro comandante invicto. Lo que hoy somos es gracias a él y sus esfuerzos para que nuestra revolución siguiera adelante”, dijo.
La referencia de Mijaín a Fidel Castro y la revolución no fue la única de la delegación cubana en Tokio. El boxeador, Julio La Cruz escribió en sus redes sociales «Patria y Vida No; Patria o muerte, ¡Venceremos!», tras vencer al español de origen cubano Emmanuel Reyes quien había participado en redes con el hashtag #SOSCuba, contra el gobierno cubano.
La actitud de los deportistas cubanos tuvo un alto impacto en un contexto extremadamente complicado para la isla y para el gobierno de Miguel Díaz Canel. En los meses previos a las olimpíadas, las únicas noticias que tenían a Cuba como protagonista hablaban de una agudización de la crisis económica por la pandemia y de las protestas callejeras que se fueron expandiendo por el país y que tuvieron como pico la jornada del 11 de julio.
Ese día, manifestantes contrarios al gobierno salieron a las calles para protestar y pedir un cambio de régimen, el fin de la revolución. Los movimientos anticastristas de Miami y buena parte de los medios internacionales comenzaron a hablar del “11-J” como “una jornada histórica” y de movimientos espontáneos de la juventud que hicieron un “levantamiento cívico por la libertad”.
Las protestas dejaron como saldo centenares de heridos y detenidos en la represión de las fuerzas de seguridad. Pasados casi dos meses, organismos de derechos humanos siguen reclamando por manifestantes desaparecidos.
Como cada episodio político que ocurrió en Cuba en los últimos 60 años, las protestas fueron amplificadas y usadas como plataforma por los movimientos anti revolucionarios para intentar avanzar nuevamente sobre la isla.
En el centro de la discusión, claro, está el bloqueo comercial que pesa sobre el país, para muchos la causa y razón de todos los males que impiden a Cuba dejar atrás un modelo de producción agropecuaria primaria y sin modernización y traer progreso material para los cubanos.
Hoy, pasados dos meses de las protestas, el foco de la prensa se corrió de Cuba, y solo quedan en los medios las habituales voces que desde sectores conservadores de Miami piden el fin del gobierno revolucionario. Después del ruido y el estruendo, ¿qué queda en la isla?

Movimientos coordinados
Como quedó explicado en el número anterior, las protestas que se extendieron en la isla entre fines de junio y principios de julio pasado se dieron en el marco de una situación económica muy difícil, producto del bloqueo económico estadounidense, que ya lleva 59 años y tiene consecuencias en la transversalidad de la economía.
A ese escenario se agregó un elemento que significó un golpe durísimo para los cubanos: la pandemia interrumpió la llegada de turistas, la principal fuente de ingresos para la mayoría de las familias.
Las manifestaciones se iniciaron de manera casi simultánea en dos puntos extremos de la isla: una en San Antonio de los Baños, en occidente, y Palma Soriano, en el extremo oriente, a casi mil kilómetros de distancia
Ese dato, sumado al de la coordinación de las campañas en redes sociales con etiquetas y viralización inmediata, evidenciaron que las manifestaciones tuvieron un fuerte elemento de planificación previa.
“No estamos ante un fenómeno de estallido social espontáneo”, dice Luismi Uharte, doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y profesor del Departamento de Antropología Social de la Universidad del País Vasco. “Mucho menos aún, si tenemos en cuenta la habilidad con la que se manejaron las redes sociales, para que las protestas se propagaran por diferentes provincias”.
La dimensión de las protestas llegó a una escala tal que obligó a una respuesta del gobierno de Díaz Canel que buscó emular al Fidel Castro de 1994, en la famosa crisis por los balseros. Como el comandante aquella vez, Díaz Canel salió a la calle. Fue hasta San Antonio de los Baños y desde allí llamó a los cubanos a “poner el cuerpo y enfrentar este intento contra revolucionario”.
Más allá de las evidentes maniobras desde el exterior para fogonear las protestas y presentarlas como un golpe de muerte al gobierno revolucionario, lo cierto es que el colectivo que salió a las calles tuvo una integración muy diversa, coinciden la mayoría de los analistas.
“Una parte sustancial de los que participaron en las protestas no responden directamente a las directrices de la contrarrevolución. Su salida a la calle estuvo relacionada con reclamos de mejoras sociales debido a la grave situación que vive el país. En cuanto a su composición, destacan dos tipos de perfiles: habitantes de barrios vulnerables y jóvenes”, apunta Uharte.
La escritora habanera Zaida Capote tiene un punto de vista similar. “Hacía rato que en Cuba se advertía una polarización extrema en las redes sociales y un esfuerzo de deslegitimar al gobierno usando el argumento de la violación de derechos humanos, esgrimido con frecuencia por personas que viven en países donde habitualmente se violan estos derechos sin que eso los perturbe en absoluto”.
Según Capote, las redes sociales y los intereses externos fueron dos factores claves en lo ocurrido: “Con el apoyo de agencias de EE.UU. se está buscando caldear los ánimos en la Isla, poner en jaque perpetuo cualquier propuesta gubernamental y activar un acoso internacional. El registro del 11J (protestas de dos días con una alta dosis de vandalismo, violencia policial que apeló solo como excepción a las armas y en ningún caso armas largas, y la lamentable muerte de una persona) ha sido una noticia que en cualquier país de Latinoamérica se hubiera diluido al día siguiente, pero al ocurrir aquí todo se ha magnificado por los grandes medios de comunicación para crear un escenario virtual que logre confundir a la gente”.
¿Qué elementos se sumaron a esos movimientos desestabilizadores externos e internos? En principio, una larga crisis de un sistema económico frágil, agudizada por el endurecimiento del bloqueo que hizo el ex presidente Donald Trump y que Joe Biden no ha revertido.
A eso se agregó la paralización de uno de sus sectores económicos más importantes, el turismo, lo que tuvo efectos devastadores. El flujo turístico cayó un 75% en 2020.
Y se sumó, por encima de todo, las restricciones a las remesas familiares enviadas desde EE.UU. a Cuba, otro de los pilares actuales de la economía cubana, que en 2020 se redujeron un 55 por ciento.
La historiadora Latvia Gaspe subraya el tema de las remesas como uno de los detonantes más claros. “Se cerraron las remesas y eso les afectó porque muchos no trabajan y viven de lo que sus familias les envían. También tuvieron que dejar la vida social y empezaron a pasar más tiempo en las redes, donde la manipulación de grupos opuestos al gobierno es muy fuerte”, dice.
Ese desgaste del gobierno cubano no se puede analizar sin tener en cuenta el gran bloqueo de EEUU desde hace 59 años, ni la situación límite a la que Trump llevó el conflicto durante su mandato: “Las 250 medidas de Trump contra Cuba han generado un agotamiento enorme en todo el pueblo y esto también se ha articulado con lo sucedido”, dice la periodista cubana Maribel Acosta.
Para el académico Uhart, en términos mediáticos, las protestas evidenciaron una “extrema debilidad del gobierno cubano, sobre todo en la batalla en las redes sociales”, lo que enciende una luz de alarma. “El relato opositor se convirtió en hegemónico, en una espiral de fake news donde las imágenes de represión y movilizaciones masivas de otros países (Egipto, Euskal Herria…) se utilizaban para retratar lo que estaba aconteciendo en la isla. El sistema de medios estatales, cada vez más frágil en su capacidad de persuasión, se vio rebasado por el ataque mediático”, señala.

Reacción internacional
A poco menos de un mes de las protestas, las imágenes de los deportistas cubanos conquistando medallas en Japón fue clave para que el gobierno de Díaz Canel comience a dar vuelta de página, en medio de un intento sostenido de la comunidad internacional anti revolucionaria para intervenir en la isla.
Hubo, también, una novedad clave en el plano de las relaciones internacionales. Cuba, que viene sufriendo en los últimos años el cambio en la correlación de fuerzas políticas en América Latina, comenzó a recibir apoyo de muchos países de la región, que enviaron ayuda humanitaria, y el respaldo del Grupo de Puebla.
El Grupo de Puebla manifestó «su más vehemente repudio al bloqueo ilegal, cruel y contraproducente impuesto durante seis décadas por Estados Unidos al pueblo cubano» y reiteró «la exigencia de que sean levantadas incondicional y urgentemente las medidas adicionales impuestas por el gobierno de (Donald) Trump, que impiden que Cuba enfrente hoy la pandemia Covid-19».
El grupo hizo también un llamamiento al presidente Joe Biden «para que retome cuanto antes la política de revisión y el fin del bloqueo contra Cuba, iniciada por la administración Obama», pues «el sostenimiento de esta política hegemónica puede causar graves perjuicios en la futura relación con América Latina».
El buque mercante AC Sandino zarpó cargado de alimentos desde Nicaragua “como parte de una contribución solidaria a la lucha de Cuba contra la pandemia de coronavirus”, anunció a principios de agosto el gobierno de ese país.
La ayuda se sumó a una serie de donativos realizados por Bolivia, México y Rusia, para apoyar la gestión de la emergencia sanitaria en la isla, que padece un fuerte repunte de contagios.
Pero la asistencia más importante llegó, como en los viejos tiempos, de Rusia. Vladimir Putin envió 88 toneladas de alimentos y equipos de protección personal sanitario.
Otra vez, el viejo amigo salía a la ayuda del gobierno revolucionario cubano

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