La trama de los asesinatos del periodista inglés Dom Phillips y el indigenista brasieño Bruno Pereira muestra la cara actual y sangrienta de la Amazonía, dominada por pescadores y cazadores furtivos, madereros y mineros ilegales, y el narcotráfico, ante el repliegue del modelo de Estado que promociona Jair Bolsonaro.
Por José Maldonado
En 2007, cuando se mudó a Brasil desde Londres, Dom Phillps tenía una idea lejana y exótica del Amazonas. Criado en el periodismo under de los fanzines musicales, Dom era un fanático de la música electrónica y lo único que quería era recorrer el mundo y escribir sobre la escena de las raves. Las cuestiones políticas o ambientales le pasaban lejos.
Pero el Amazonas lo fue atrayendo poco a poco como un imán poderoso. Enamorado de Brasil, Dom se asentó en San Pablo y empezó a trabajar como corresponsal de algunos de los medios más importantes de habla inglesa, como The Guardian y The Washington Post. Y en su agenda de temas, las cuestiones ambientales ganaron cada vez más peso. Su interés y el foco de su trabajo se fueron corriendo hacia el corazón de la selva, esa región llena de historias de explotación, avasallamiento de pueblos originarios y destrucción ambiental, pero también de resistencia y organización de comunidades en defensa de su tierra.
En ese camino se cruzó con Bruno Araújo Pereira, primero fuente de algunas de sus notas y luego compañero de aventuras en sus viajes por el Amazonas. Bruno había sido, hasta la llegada al poder de Jair Bolsonaro en 2019, funcionario de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI). Considerado uno de los mayores expertos en asuntos indígenas de Brasil, venía trabajando desde hacía años junto a comunidades del Valle de Javarí, una zona que conocía como pocos: ubicada cerca de la frontera con Perú y Colombia, en el corazón de la selva, se trata de una zona muy extensa (tiene el tamaño de un país como Portugal) y compleja, ya que allí se da la mayor concentración de etnias aborígenes del mundo. La región es también considerada zona de guerra por la convivencia conflictiva de pescadores y cazadores furtivos, madereros y mineros ilegales, narcotraficantes.
Allí viajaron a principios de junio Dom y Bruno. En ese último viaje, se habían contactado con las tribus que forman parte de Univaja, una asociación que asumió la defensa de su tierra ante la ausencia de las agencias gubernamentales. La idea era contar el trabajo de los patrulleros nativos que intentan autogestionar puestos de vigilancia para evitar invasiones de sus tierras.
El domingo 5 de junio pasado, el periodista y su guía venían navegando aguas abajo por el río Itaquaí, después de hacer entrevistas a varias tribus locales. Fueron interceptados por hombres que viajaban en lanchas, que los persiguieron y los mataron a tiros de escopeta.
En el operativo de búsqueda participaron todas las tribus indígenas de la zona, una muestra del respeto por el trabajo que venían haciendo el inglés y el brasileño en ese territorio.
Sus cuerpos fueron encontrados once días más tarde, semi enterrados en el barro del río, después de una campaña internacional de enorme repercusión que convirtió sus rostros en bandera, y que involucró a periodistas de todo el mundo e incluso a figuras como Caetano Veloso.
Sus asesinos fueron detenidos a los pocos días. Algunos son pescadores ilegales, que confesaron el crimen. Pero los que ordenaron sus muertes siguen impunes, denuncian los familiares y amigos de las víctimas.
Después de casi cuatro años de gestión de Bolsonaro, que promovió un repliegue del Estado para dejar la selva librada a la explotación forestal y minera sin freno, el Amazonas se convirtió en una tierra de violencia, sangre y extractivismo sin control. Así lo termina de confirmar al mundo los asesinatos de Dom y Bruno: “La tragedia expone a la Amazonia como una tierra sin ley patrocinada por Bolsonaro”, afirmó en un editorial el diario Folha de Sâo Paulo, en medio de las repercusiones globales de la noticia.
La primera reacción de Bolsonaro ante la noticia de la aparición de los cuerpos no sorprendió. “Deberían haber tenido más cuidado”, dijo, para estupor de los periodistas que lo entrevistaban.
En los últimos años, en el Amazonas aumentó la violencia en la zona por la mayor presencia del comercio ilegal ante el repliegue del Estado. Los problemas, que eran previos a Bolsonaro, se agravaron. El trabajo de personas como Pereira, en contacto con poblaciones originarias, quedó demasiado expuesto. Y la figura de Dom Phillips también.
El periodista inglés se había enfocado obsesivamente en el Amazonas. Después de escribir cientos de notas, había decidido trabajar en un libro que pensaba llamar “Cómo salvar el Amazonas”. El foco, dijeron sus colegas, no era solamente de denunciar sino también poner la mirada en cómo encontrar un futuro más viable.
Dom creía que el mundo debía involucrarse en el tema. En 2020 llegó incluso a cruzarse en una conferencia de prensa con Bolsonaro, cuando el presidente le respondió en tono elevado: “El Amazonas es brasileño, no de ustedes”, una frase que se convirtió en titular del diario inglés The Guardian y que recorrió el mundo.
El libro que Dom Phillips estaba terminando de escribir quedará inconcluso, pero su asesinato hizo que su voz se mutiplique. El Amazonas teñido de sangre reclama una mirada global. Librado a la explotación privada y al capitalismo sin freno, su futuro es incierto, pero la posibilidad de encontrar un futuro más viable sigue en pie.