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Nota publicada el 08 / 07 / 2022

El árbol de los Zuecos

Por Eduardo Guzman 

@soloenelcine

Ganadora de la Palma de Oro en Cannes en 1978, El árbol de los zuecos (Italia, 1978) de Ermanno Olmi dedica sus tres horas de duración a observar la vida cotidiana de un grupo de familias campesinas. Las largas jornadas de trabajo y la dureza de las labores, los motivos de dicha y de angustia, el amor y la desesperación, son retratados con una economía de recursos que da a la película un tono semidocumental. 

La película comienza con una serie de planos que nos ubican en el amanecer de un entorno rural. A continuación, un hombre en postura penitente junto a su mujer escuchan a un cura insistir sobre la necesidad de que su hijo concurra a la escuela. La distancia de 6 kilómetros que separan la institución de su hogar y la necesidad de que el pequeño colabore con las tareas cotidianas, son los reparos planteados que el párroco parece desoír. La cámara acompaña la salida de la pareja mientras emerge el título de la película y enseguida se nos informa que es interpretada por campesinos y gente de Bergamasco y que así debía ser una casa de campo a finales del siglo XIX, con cuatro o cinco familias habitándola, sin poseer más que su fuerza de trabajo y teniendo que entregar dos tercios de la cosecha al patrón. 

No tan conocido como alguno de sus contemporáneos, Ermanno Olmi fue un director con una obra muy marcada por la doctrina cristiana. Luego de su estreno, El árbol de los Zuecos suscitó algunas objeciones debidas a la idealización de la vida rural. Es indiscutible que cierta melancolía habita la mirada de Olmi, pero la romantización se asocia al amor por sus personajes,  al tipo de vínculos que establecen y a sus ritos y costumbres marcadas por el ritmo de la comunidad. Olmi comenta que las historias que componen la película  nacen de los recuerdos del mundo campesino que conoció en su infancia, cuando iba de vacaciones a casa de sus abuelos. 

Los relatos a los que alude el autor, transcurren a lo largo de unos sesenta años, un arco que va desde las postrimerías del siglo XIX hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la película las sitúa en un momento preciso y esto, sumado a un cámara que parece estar hipnotizada por el ritmo de las acciones, refuerza la idea de inmovilidad de esa forma de subsistencia. 

 

 

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