El portal Resumen Latinoamericano realizó una gran cobertura sobre las masivas movilizaciones populares que en Brasil respaldaron a Lula y Dilma Rousseff. En la producción se destaca un análisis del periodista argentino, Dario Pignotti
Como en sus mejores épocas, Lula arenga a la multitud en defensa de la democracia en el centro de San Pablo.
“No habrá golpe”. Un Luiz Inácio Lula da Silva entero, inspirado, de camisa rojísima, habló ayer en San Pablo frente a una multitud posiblemente mayor de la esperada por los propios organizadores del acto, que seguramente cayó como un mazazo en aquellos que daban por inminente la caída de la presidenta Dilma Rousseff. “El martes le voy a llevar a Dilma una foto de este acto para que ella sepa que acá, en San Pablo, hay mucha gente queriendo que ella gobierne este país, que no va a haber golpe”, dijo Lula al cerrar su discurso, y la muchedumbre le respondió unánime “¡no habrá golpe, no habrá golpe!”.
El ex presidente, que el jueves fue nombrado ministro jefe de la Casa Civil por Rousseff, comentó que espera poder ejercer el cargo pese a la andanada de medidas cautelares disparadas por jueces y un ministro de la Corte que parecen (en realidad lo están) sincronizadas para impedirle actuar en el gabinete.
“Quiero decirles que a los que no les gustamos tenemos que convencerlos de que democracia es acatar el resultado del voto de la mayoría del pueblo brasileño”, afirmó Lula ante los militantes del PT, la Central Unica de los Trabajadores y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra. Los responsables del evento calcularon unas 500 mil personas en la Avenida Paulista; la opositora Policía Militarizada, menos de 100 mil.
Cientos de miles de personas se movilizaron este viernes por las principales calles y avenidas de las principales ciudades de Brasil en defensa de la democracia. Las multitudes se repitieron en ciudades tan distantes como Brasilia, Río, Fortaleza o Recife, donde los manifestantes se pronunciaron en respaldo de la democracia y contra el golpe en marcha.
“Perdí las elecciones de 1989, 1994 y 1998 y en ningún momento salí a la calle a protestar contra el que ganó… ahora ellos creyeron que iban a ganar (en 2014), no imaginaron que Dilma les ganaría en la segunda vuelta, y allí ellos, que se dicen tan educados, no aceptaron la derrota, y hace un año y tres meses que están obstruyendo a Dilma,” dijo Lula. La oposición “intenta darle un golpe a Dilma para anticipar las elecciones; nosotros, que luchamos por la democracia, no vamos a aceptar un golpe,” señaló.
Enseguida Lula hizo una mención a las marchas destituyentes del domingo pasado donde la vestimenta dominante era el amarillo y verde, y no se toleraba alguien vestido de rojo. “Aunque se pongan la camiseta de la selección ellos no son más brasileños que nosotros que preferimos llevar ropa de color rojo como la sangre de Jesucristo”.
“Ellos –siguió con la voz que parecía un trueno– se enfadan cuando aumenta el dólar y no pueden viajar a Miami; nosotros, en cambio, viajamos a Garanhuns (interior de Pernambuco) y a Bahía”.
La comparación entre “ellos y nosotros” electrizó al público que cantó “Oeee, oee, oee, oaaaa, Lulaaa, Lulaaa”.
En los próximos días, análisis más reposados, abastecidos de números detallados, permitirán medir en su real dimensión política la concentración realizada ayer en una Avenida Paulista abarrotada. Al concluir este despacho, minutos después de iniciada la desconcentración del público, surge una evidencia: Lula confirmó ser el único político brasileño capaz de convocar tamaña cantidad de personas.
El contraste entre el ex presidente-tornero mecánico con los cardenales de la oposición no deja dudas de ello.
Cinco días antes del mitin de ayer cientos de miles de enemigos de Dilma y Lula, entre quienes había miles de simpatizantes de la dictadura militar, impidieron que hablen ante la concentración el gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, y el senador Aécio Neves, bajo el grito de “corruptos”. Alckmin y Neves son dos caciques del opositor Partido de la Socialdemocracia Brasileña interesados en derrocar a Dilma para llegar al poder por la ventana. Pero ninguno de ellos goza por ahora de la simpatía popular, ni siquiera entre las clases medias que son la masa de maniobra del plan golpista.
Lejos de cualquier tipo de pluralismo, la cadena opositora Globo, que transmitió en vivo durante horas las movilizaciones destituyentes, no concedió igual cobertura al discurso de 24 minutos de Lula, durante el cual la emisora prefirió poner al aire una telenovela.
Con todo, uno de los columnistas políticos del diario O Globo, Jorge Bastos Moreno, aceptó que el evento realizado frente al Museo de Arte de San Pablo y otras 25 capitales fue más caudaloso que lo esperado por la derecha. “Es muy significativa la reacción petista, muestra que el país está dividido, es sorprendente el número de manifestantes a favor del gobierno que está en las calles del país… esto fue una ducha de agua fría para la oposición”, se sorprendió el periodista “global”.
El líder del Partido de los Trabajadores adoptó un tono claro de rechazo al golpe sin embarcarse en nombrar a los responsables del plan para derrocar a Rousseff, algo que quedó para los otros oradores.
Contó que cuando acordó con la Presidenta ser parte del gabinete le dijo “yo no voy a exigir mucho de vos Dilma, sólo quiero que vos sonrías diez veces por día para gobernar el país con tranquilidad”.
Al inicio de su discurso confesó estar emocionado por el impresionante marco de público reunido frente al Museo de Arte de San Pablo y anunció que llegaba al gobierno de Dilma con ánimo de volver a ser “Lulinha, paz y amor”, a pesar de los ataques recibidos cotidianamente.
El último de ellos fue anunciado después del acto por el ministro de la Corte Gilmar Mendes, un declarado simpatizante del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, que volvió a suspender el nombramiento de Lula como ministro. Y autorizó al juez Sergio Moro, el personaje más admirado por la oposición, a retomar las riendas de la investigación sobre Lula en relación al escándalo de corrupción en la petrolera Petrobras. Más temprano, un tribunal de Brasilia y otro de Río de Janeiro habían anulado los fallos que suspendían el nombramiento del líder del PT, y habilitado a Lula, finalmente por el lapso de unas horas, a ejercer el cargo en el que había jurado ayer. El tribunal regional de la capital del país había hecho lugar a la apelación presentada por el gobierno brasileño, que argumentó “falta de imparcialidad” por parte del juez Itagiba Catta Preta Neto, del Tribunal Federal de Brasilia, un abierto partidario del excandidato presidencial por la oposición, Aécio Neves.
De este escenario surge que el partido de los jueces radicalizó su plan de choque y proscripción contra Lula. Sergio Moro es quien el miércoles pasado pinchó una llamada telefónica entre Lula y Dilma y una hora después entregó la grabación a los grandes medios, que la reprodujeron insistentemente hasta que un sector enardecido saltó a las calles otra vez exigiendo el derrocamiento del gobierno.
“Moro pinchó la democracia cuando invadió a la presidenta Dilma. Moro tiene que ser castigado, pero nosotros decimos desde acá: golpistas, no pasarán”, bramó el presidente de la Central Unica de los Trabajadores, Vagner Freitas, refrendado por el público casi unánimemente vestido de rojo. Fue unos minutos antes de que Lula tomara la palabra.
Por la mañana Dilma había embestido contra las acciones ilegales del juez.
“En muchos lugares del mundo quien pincha (las llamadas de) un presidente va preso, si no tiene autorización de la Corte Suprema… Pinchen (el teléfono) del presidente de Estados Unidos para ver lo que pasa”, remató Dilma.
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