A fines del año pasado, y después de tres años y medio sin identificaciones, el contador que cuelga en la pared de la Casa por la Identidad de las Abuelas de Plaza de Mayo sonó dos veces en una semana, anunciando la restitución de la identidad del nieto 131 y 132. Malas Palabras te cuenta la historia detrás de los números.
Por Florencia Mártire
Fotos: Prensa Abuelas
A poco de terminar el 2022, Abuelas de Plaza de Mayo anunció, con diferencia de una semana, la restitución de la identidad de dos nuevos nietos, el 131 y el 132, apropiados durante la última dictadura. Con estos encuentros, se rompió la racha de tres años y medio sin identificaciones.
Mediante la tradicional conferencia de prensa en la Casa por la Identidad del Espacio Memoria, en Buenos Aires, la titular de Abuelas, Estela de Carlotto, comunicó el jueves 22 de diciembre la identificación del hijo de Lucía Nadín y Aldo Quevedo, quien pidió mantener su nombre en reserva. La escena se repitió el miércoles 28 para anunciar la identificación de Juan José Morales, hijo de Mercedes del Valle Morales.
“Esta noticia nos da esperanzas para encontrar a los que faltan todavía”, dijo Estela en el auditorio, previo a contar la historia de la búsqueda del nieto 131. Y días después, antes de contar la historia del nieto 132, expresó: “Parece imposible esta noticia tan seguida de la anterior. Pero así es la vida. Nos da sorpresas”.
Nieto 131: Nadín Quevedo
Todavía no se sabe qué piensa el hijo de Lucía Ángela Nadín y Aldo Hugo Quevedo, oriundos de la provincia de Mendoza: si alguna vez dudó de su identidad, si se hizo preguntas, cómo recibió la noticia. No se trata de un caso de presentación espontánea, sino que se dio por vía judicial. Desde un juzgado lo convocaron para informarle sobre la existencia de una investigación de la cual surgía que había dudas sobre su identidad, y lo invitaron a realizarse un estudio genético.
Lo que se sabe es que tiene 45 años, que vive en la provincia de Buenos Aires, y que, por el momento, pidió mantener su nombre en reserva y también tiempo para prepararse antes de conocer a su familia biológica.
Su mamá, Lucía, nació el 13 de diciembre de 1947 en la ciudad de Mendoza, y Aldo, su papá, el 26 de noviembre de 1941 en la localidad de San Carlos. Se conocieron estudiando Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Cuyo y trabajaban juntos en un taller de encuadernación en la capital mendocina. Además, militaban en el Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), donde eran apodados «Chiquita» y «Dipy». Fueron secuestrados entre septiembre y octubre de 1977 en Buenos Aires, a donde se habían trasladado luego de la detención de un compañero de trabajo, y aún continúan desaparecidos. Al momento del secuestro, Lucía estaba embarazada de dos o tres meses.
La pareja estuvo detenida en los centros clandestinos «Club Atlético» y «El Banco», en Buenos Aires, que integraron el circuito represivo conocido como “ABO”, del que también formó parte “El Olimpo”. “Por testimonios de sobrevivientes, pudo saberse que Lucía fue trasladada desde El Banco para dar a luz entre marzo y abril de 1978”, informó Abuelas en su comunicado, y señaló que el parto podría haberse producido en la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Allí, funcionó una sala clandestina de maternidad, donde nacieron al menos 34 bebés de detenidas desaparecidas.
Sus familias no sabían que ellos estaban esperando un hijo. Se enteraron con el correr del tiempo, a partir del relato de personas que los habían visto antes del secuestro. Al igual que el nieto restituido y actual ministro de Ambiente de la Nación, Juan Cabandié, el nieto 131 fue inscripto como nacido en el Hospital Penna, uno de los hospitales públicos más importantes de Buenos Aires, pero no figura en el registro de partos.
En la conferencia de prensa, Claudia Carlotto, titular de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI), destacó el trabajo de Pocha Camín y Elba Morales, integrantes del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) de Mendoza, quienes tuvieron una participación clave en la militancia del caso Nadín-Quevedo. De hecho, la primera denuncia formal la hizo el MEDH en la CoNaDI. A partir de una investigación documental, la CoNaDI logró confirmar en 2004 el embarazo de Lucía, y, un año más tarde, su familia dejó una muestra de sangre en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG). En marzo de 2010, se sumó el perfil genético del hermano de Aldo.
En paralelo, en 2015, a partir de una investigación de Abuelas y la CoNaDI, se identificó a un hombre que se sospechaba podía ser hijo de desaparecidos. Ante la dificultad para contactarlo, en 2019 la CoNaDI derivó la información a la Unidad especializada para casos de apropiación de niños durante el terrorismo de Estado de la Procuración General de la Nación, y la Unidad presentó la denuncia ante la justicia. El 14 de septiembre de 2022, el Juzgado Federal N°4 logró localizarlo, lo invitó a realizarse el estudio genético, y él aceptó. Tres meses más tarde, el 21 de diciembre de 2022, el BNDG confirmó que era hijo de Lucía Ángela Nadín y Aldo Hugo Quevedo.
Al cierre de la conferencia, Claudia Carlotto contó que el nuevo nieto se emocionó al ver la foto del casamiento de sus padres mientras recibía la noticia de su verdadera identidad en el juzgado, acompañado por integrantes de Abuelas y demás organismos intervinientes. Lo que lo impresionó de esa imagen que miraba por primera vez, fue el parecido físico con su papá. “Es un calco”, dijo Claudia.
Todavía no se sabe qué piensa el hijo de Lucía Ángela Nadín y Aldo Hugo Quevedo. Si alguna vez dudó de su identidad, si se hizo preguntas… Cómo es su vida. O, más bien, cómo era antes de la restitución. Cómo será a partir de ahora. Por el momento, sólo trascendió una sutil manifestación del linaje, y es que, sin siquiera sospecharlo, el nieto 131 estudió Filosofía y Letras, la misma carrera que sus padres, esa que los unió.
Nieto 132: Juan José Morales
Juan José Morales es hijo de Mercedes del Valle Morales, detenida desaparecida junto a parte de su familia el 20 de mayo de 1976, en Tucumán. En ese momento, Juan José tenía nueve meses y lo dejaron solo sobre una cama con los documentos. Fue entregado a los dueños de la finca donde trabajaba Mercedes, quienes lo adoptaron mediante un proceso fraudulento.
El suyo es un caso de presentación espontánea: Juan José se acercó a la CoNaDI buscando respuestas. Más de una vez había tenido dudas sobre su identidad, aunque sus criadores le aseguraban que él era parte de la familia y que no había nada más que hablar.
Mercedes era militante del PRT-ERP y tenía 21 años cuando la secuestraron. La finca en la que trabajaba quedaba en Monteros, a unos 60 kilómetros al sur de la capital provincial. El día de su detención, también desaparecieron a sus padres, Toribia Romero de Morales y José Ramón Morales, y cuatro días después, se llevaron a sus tres hermanos: José Silvano, Juan Ceferino y Julio César Morales. Con la vuelta de la democracia, una tía abuela materna, Máxima Rita Romero de Morales, denunció ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) la desaparición de su familia.
De chico, en un cajón de la casa donde creció, Juan José encontró tres documentos suyos con tres apellidos distintos. Para no meterse en problemas, no preguntó. Pero en otras oportunidades se animó a deslizar el interrogante sobre su identidad, y solo recibió negaciones. También le hacía ruido la diferencia etaria con sus apropiadores, quienes parecían más sus abuelos. Cuando ellos murieron, su hermana y su hermano de crianza le dijeron que él no era hijo biológico del matrimonio y le dieron su verdadero documento de identidad, en el que figuraba que era hijo de Mercedes del Valle Morales.
En 2004, con esa información, apoyado por su compañera y acompañado por el nodo Tucumán de la Red por el Derecho a la Identidad, se dirigió a la CoNaDI para obtener respuestas sobre su origen biológico. Luego de la investigación documental y gracias a su muestra de sangre entregada al BNDG, en 2008 se constató su filiación materna. Posteriormente, Juan José dejó su perfil genético en el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), con la intención de poder encontrar los restos de su mamá. Tiempo después, el EAAF logró identificarlos en una fosa común en el Cementerio Norte de Tucumán. Así, Juan José pudo realizar una ceremonia de despedida junto a su familia materna, con la que mantiene un vínculo desde hace más de trece años.
¿Por qué la restitución de la identidad no se comunicó en ese momento? Porque faltaba saber quién era el padre y constatar si había sido víctima de apropiación por parte de su criador. Para eso, explicó Abuelas en su comunicado, debía probarse si quien inscribió al niño como propio era verdaderamente su padre: “Como el hombre ya había fallecido, la filiación sólo podía comprobarse o descartarse a través de una exhumación del cuerpo y la comparación del perfil genético”.
En esa línea, actuaron la Oficina Tucumán de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad y la Fiscalía N°1 de Tucumán, a cargo de la investigación. Finalmente, el 28 de diciembre de 2022, ante la recepción del informe del BNDG, el Juzgado Federal de Tucumán confirmó que Juan José no es hijo de quien lo crió, ratificando que fue víctima de sustracción, ocultamiento y sustitución de identidad en el marco del terrorismo de Estado. Eso explica el tiempo transcurrido entre que Juan José conoció su filiación materna, en 2008, y el reciente anuncio de su restitución como nieto 132.
A través de una videollamada, Juan José participó de la conferencia de prensa de Abuelas el último 28 de diciembre. La conexión era endeble y no permitió que el nieto restituido pudiera hacerse oír del todo. Pero se lo veía contento y en más de una entrevista habló de etapas. Se refirió al ADN negativo del padre que lo crió como una etapa que se cierra, y se mostró augurioso por una nueva que se abre: descubrir quién es su padre biológico. “Estoy recuperando la identidad”, dijo, usando el presente continuo. “Es lo que a uno lo completa”.
La conquista de la verdad
“No todo se sabe. No todo se puede decir”, reconoció Estela en la primera de las conferencias de diciembre anunciando la restitución de la identidad de dos nuevos nietos. Y es que las historias de las búsquedas rara vez están completas. Compiten contra la nebulosa que dejó el plan sistemático de desaparición y exterminio de personas de la última dictadura, que si de algo se ocupó fue de suprimir rastros. Tienen espacios vacíos que solo se pueden ir llenando con el tiempo.
En este camino, la articulación entre las diferentes organizaciones y organismos del Estado, sumado al aporte de familiares, sobrevivientes y de la sociedad en general, permite que, con paciencia, los rompecabezas se vayan armando.
“A pesar del dolor que trae cada historia, junto a la constatación de la trabajosa tarea que sigue siendo reconstruir lo que la dictadura quiso borrar, seguimos celebrando la vida con la alegría que nos da la conquista de la verdad”, cerró Estela en la segunda de esas conferencias. “Por un 2023 con más encuentros, más verdades y más identidades”.