Por Jorge Luis Pellegrini (Médico Psiquiatra. Premio Mundial Geneva de la Asociación Mundial de Psiquiatría por la Defensa de los DDHH en Psiquatría)
Así suele decirse, cuando un hecho brusco, imprevisible, extraño, desagradable, interrumpe la vida habitual. El espacio, sus habitantes, los tiempos, las rutinas, las certezas, la seguridad que trasmiten los objetos familiares, los espejos cotidianos, bruscamente, ya no están. ¿Cómo pensar en estas circunstancias? ¿Qué pensar?
La pandemia trae algo de esto con trasfondo de enfermedad, muerte, sufrimiento, miedo, ignorancia. No es una crisis más, aunque tenga aspectos frente a los que se puedan utilizar aprendizajes de otras experiencias críticas previas.
Las hormigas, dan vueltas, chocan entre sí, tardan en reconocerse, y buscan reconstruir su espacio, su orden, sus pertenencias, sus tareas, sus vidas.
Quienes trabajamos en salud, en salud mental, en el campo social, nos vemos urgidos a dar respuestas que tranquilicen, orienten, interpreten, lo que está sucediendo. Y empiezan a escucharse voces, opiniones, ideas en general divergentes. En general, muchas de las que escuchamos en nuestro país tratan de interpretar la crisis con las mismas herramientas de conocimiento previas a la crisis, y, entonces se asimila este tiempo a otros tiempos críticos: desastres naturales, guerras, rupturas sociales, golpes institucionales o dictaduras, etc.
Da la idea que estas explicaciones buscan más tranquilizar que comprender, e incluso, tranquilizar a quienes explican, queriendo hacer entrar a esta situación nueva en moldes viejos, no explorando la originalidad del masivo fenómeno en curso.
Creo deberíamos partir de las incertidumbres, de nuestras propias incertidumbres, sin precipitarnos en la búsqueda de explicaciones abarcativas. Si tenemos en cuenta que para los argentinos, la pandemia, el aislamiento social obligatorio, y todas sus consecuencias, tienen cincuenta días, y recordamos nuestro estado de ánimo y nuestra dificultades de comprensión hace cincuenta días, veremos lo mucho que aprendimos, para lo cual fue/es necesario aceptar la incómoda y, a veces, angustiante perplejidad que nos inundaba. Fue necesario tomar una actitud de calma, de distancia óptima, y escuchar, preguntar, indagar, observar los hechos, incluirse en múltiples diálogos, resistiendo la tentación de referirlos a lo conocido, y enfrentando “los fantasmas de lo nuevo“ Saber calma los nervios, y el tiempo transcurrido ha permitido empezar a saber algo, a la vez que ha ido cambiando las preguntas, las dudas, las respuestas.
Tramitar los miedos
Una de las funciones del Estado es tramitar los miedos de la sociedad. No son los grandes grupos de poder quienes pueden ni quieren hacerlo, aunque sea su voracidad la que engendra esos temores y pánicos. Y en su avance depredador de la naturaleza y la condición humana han extendido su voracidad de ganancias al campo de la salud (lucrando con la enfermedad) o de la protección social (con asilos donde el abandono de personas da buenos dividendos) La lógica de la ganancia insaciable deterioró la justicia social limitándola al asistencialismo insuficiente y parcial. Hoy, frente a la crisis global, “reaparecen” los Estados y las fronteras para reparar tanto daño. La delimitación de líneas fronterizas nacionales, provinciales o barriales se ha transformado en el único escollo a la expansión del virus. La aldea global tantas veces anunciada, ha pasado a transformarse, de la noche a la mañana, en un archipiélago donde las aguas separan, aíslan, protegen. Las mismas puertas de los domicilios son parte de esa sucesión de aislamientos mientras lo global ya ni se enuncia. Los profetas que en Argentina levantaban la panacea de “abrirse al mundo”, hoy recurren a los despreciados Estados nacionales responsables del cierre de fronteras, para pedir por su supervivencia. Los millones de enfermos Covid en la pandemia global, expuestas sus vidas por el desmantelamiento sanitario público, no pueden producir o consumir mostrando la paradoja de agravar la crisis económica de los capitales que produjeron su orfandad social. Es como el metáforico desquite de millones de desposeídos que con su enfermedad y su muerte agravan la crisis económica de sus explotadores y verdugos.
Cuando miramos hacia adelante, tratando de precisar la duración de la amenaza sanitaria, de su potencial enfermante y letal, el estado de duda nos regresa. La incertidumbre de tiempos suena a condena sin plazos, arbitraria, desgastante. Y allí, nuevamente la proximidad con nuestros seres queridos aparece como referencia y salvavida frente al naufragio.
Soberanía sanitaria
Creo que debemos investigar el modo concreto que adopta esta crisis en nuestro país, un país dependiente, en el cual las tradiciones culturales de raíz europea tienen un peso muy grande, y han modelado en vastos sectores, ideales estéticos, valores humanos, ejemplos históricos, ideales heroicos, identidades individuales y regionales. Esa matriz, donde países europeos que nos son familiares, suelen idealizarse como modelo o ejemplo , está siendo cuestionada. La pandemia ha desnudado el modo en que los pueblos español, francés, italiano, norteamericano, habían sido – y siguen siendo – abandonados por sus Estados, mostrando el encierro de sus viejos y dejando a la intemperie sus miserias
Quizás esté vinculado a ello el nuevo resurgimiento del Himno Nacional o los colores patrios en miles de argentinos. Empiezan a aparecer imágenes de viejos sanitaristas (Carrillo, Malbrán, Muñiz) como presencias que pueden dar sentido a esta lucha por la Salud Pública, que se está convirtiendo en causa nacional. Ahora son nuestros investigadores, sanitaristas, epidemiólogos, profesionales y personal de la salud, los que atraen nuestra atención, y hasta son los nuevos actores escuchados en los medios de comunicación. Su palabra, sus mensajes llevan cierta credibilidad en medio de tanta incertidumbre.
Argentina ha elegido hacer un camino propio para enfrentar la pandemia, incluyendo aportes útiles de otras latitudes. Pero hay un ejercicio de soberanía sanitaria que retoma otras experiencias fundantes de nuestra Salud Pública: Carrillo, Ferrara, Liotta, Oñativia, contradictorias con los lineamientos de los así llamados organismos internacionales, que dictan los planes sanitarios de nuestro Continente, y que se expresan en el célebre informe “Invertir en salud “ de la OPS, OMS, FMI, Fundación Rockefeller, Banco Mundial, cuyas recomendaciones transformaron a los ministerios de salud latinoamericanos en ejecutores del desmantelamiento sanitario.
Estamos en el medio de una lucha de dimensiones planetarias, y nunca como hasta ahora, compararnos con los países del Primer Mundo ha sido un ejercicio tan cotidiano, y también, revalorizador de nuestras propias experiencias colectivas. Hasta nos cuesta aceptar que la evolución de la pandemia entre nosotros, pueda ser más favorable que en aquellos poderosos países.
No sabemos cuál será el desenlace, lo cual suele abatirnos, confundirnos. Es sobre ese desánimo que cabalgan permanentes relatos sembradores de dudas, desconfianzas, y derrotismo. Se dirá que eso siempre pasó cada vez que los argentinos pugnamos por lo nuestro. Es cierto, pero las condiciones de aislamiento, de distanciamiento y de crisis social con hambre, inseguridad laboral y extrema pobreza, hacen más angosta la senda. Por ello es necesario escuchar, ver, preguntar mucho; combatir con argumentos el tremendismo catastrófico con el que suele presentarse la epidemia, para evitar que ello nos paralice; acompañar y sostener cada momento de resignación evitando que ella se instale; problematizar los falsos dilemas con los que buscan enfrentarnos y debilitar las fuerzas enormes que está comprometiendo nuestro Pueblo
No digo nada nuevo si afirmo que estamos frente a un final abierto, pero sí estoy dejando sentado que la estamos peleando, que tenemos posibilidades de un desenlace sin la sensación de derrota, condición básica para reconstruirnos y reparar los enormes sufrimientos.
En medio de todo lo incierto, quizás algo pueda repetirse: de esta no salimos ni solos ni iguales a como entramos.
El resto es lucha.