«¿Por qué me piden ponerme un uniforme e ir a 10.000 millas de casa y arrojar bombas y tirar balas a gente de piel oscura mientras los negros de Louisville son tratados como perros y se les niegan los derechos humanos más simples? No voy a ir a dar la cara para ayudar a asesinar a otra pobre nación simplemente para continuar la dominación de los esclavistas blancos. ¿Quieres mandarme a la cárcel? Bien, adelante. He estado en la cárcel 400 años. Puedo estar otros cuatro o cinco más. Tu eres mi enemigo, no los chinos, no los vietcong, no los japoneses. Tu eres quien se opone a mí cuando quiero libertad. Tú eres quien se opone a mí cuando quiero justicia. Tu eres quien se opone a mi cuando quiero igualdad».
Muhammad Ali (1942-2016) sobre la guerra de Vietnam…
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Por Carlos Fanjul.- La muerte de Alí no es una más para quienes abrazan la convicción de la pelea colectiva, la pelea por el otro. El ‘Más Grande’ (The Greatest) del ring, lo fue también en el ring de la vida, “el verdadero”, según afirmaba, donde no ahorro luchas, ni actos de entrega, en la batalla por elevar los derechos de su raza oprimida y marginada, por una sociedad norteamericana a la que, desde su condición de ídolo masivo, le llegó como ninguno. Y le fue modificando lentamente sus formas.
Desde el joven de las barriadas pobres de Louisville, nacido el 17 de enero de 1942, que decidió aprender boxeo para evitar que le sigan robando su bicicleta, hasta el campeón del mundo que decidió no ir a combatir a Vietnam, a pesar de que le costara cárcel, y la perdida de su título y de la posibilidad de boxear –pasando por el joven campeón olímpico en el ’60 que arrojó su medalla al río cuando le impidieron entrar a un bar a celebrar su conquista con sus amigos blancos-, pasaron muchos años.
En todos ellos, Alí («Classius Clay es el nombre esclavo que no escogí. Yo soy Muhammad Ali, un hombre libre»), se constituyó en una clara referencia para la lucha de su raza. Tanto, que en un documental de reciente aparición muchos negros famosos como el tenista Arthur Ashe, o el actor James Earl Jones, entre varios otros, coincidieron en afirmar que, por su condición de ídolo de masas, ninguna como la prédica de Ali sirvió para horadar las cabezas yankis en materia de igualdad racial.
Eligió el camino de la barricada, mucho más radicalizada que la pacifica lucha de Martin Luther King, y hasta en su forma de irrumpir corría el riesgo de parecer egocéntrico o individualista, más allá de que su cabeza siempre funcionaba en dirección opuesta.
La realidad es que, aún desde esa apariencia gritona y fanfarrona, Alí ‘trabajaba’ para su gran pelea de vida y, como se verá en un viejo articulo de época del maestro de maestros del periodismo, Ulises Barrera, se aprovechaba de cada minuto que le otorgaba su fama para ser quien había decidido ser: un militante social, en medio de una pelea muy desventajosa en la época.
Tal vez, la mejor síntesis de lo que resultó su vida de compromiso, la dio en las últimas horas tras su fallecimiento, el archifamoso basquetbolista de la NBA, LeBron James, al sentenciar: “Hoy yo camino libre por las calles de cualquier ciudad por hombres como Alí. Todos mis mayores me aseguran que fue el más grande adentro de un ring. Y digo que lo fue por todo lo que hizo fuera de él”.
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Ali, según Eduardo Galeano
Lo llamaron Cassius Clay: se llama Muhammad Alí, por nombre elegido. Lo hicieron cristiano: se hace musulmán, por elegida fe. Lo obligaron a defenderse: pega como nadie, feroz y veloz, tanque liviano, demoledora pluma, indestructible dueño de la corona mundial. Le dijeron que un buen boxeador deja la bronca en el ring: él dice que el verdadero ring es el otro, donde un negro triunfante pelea por los negros vencidos, por los que comen sobras en la cocina. Le aconsejaron discreción: desde entonces grita. Le intervinieron el teléfono: desde entonces grita también por teléfono. Le pusieron uniforme para enviarlo a la guerra de Vietnam: se saca el uniforme y grita que no va, porque no tiene nada contra los vietnamitas, que nada malo le han hecho a él ni a ningún otro negro norteamericano. Le quitaron el título mundial, le prohibieron boxear, lo condenaron a cárcel y multa….. Gritando….agradece estos elogios a su dignidad humana.
(Memoria del Fuego III: El Siglo del Viento)
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LA VUELTA DEL CAMPEON
Compartimos un inolvidable texto del maestro de periodistas, Ulises Barrera, quien desde Atlanta, Estados Unidos, dio cuenta del retorno a los rings de Muhammad Ali, tras su condena por haberse negado a participar de la guerra en Vietnam. Un retrato inigualable, de alguien que lo conoció como pocos:
Cassius Marcellus Clay (28), no es un escindido desde el punto de vista psicológico.
Su aparente esquizofrenia ha sido prefabricada con fines exclusivamente publicitarios.
Sabe él muy bien de dónde viene, qué quiere y adonde va.
En esto no hay misterio alguno. «¿Se imaginan a un pobre diablo de Kentucky —declaró—, a un negro como yo, destinado a limpiar vidrios o manejar un ascensor, ganando millones de dólares…?
Había sido recibido en Louisville con bombos y platillos luego de la conquista, pero él no estaba satisfecho. Quería trascender más. Siempre fue muy bocón.
Pero una tarde me sorprendió, mientras viajábamos en un ómnibus. En ese tiempo se mencionaba mucho a Floyd Patterson y a Ingemar Johannson.
De pronto, se volvió y me dijo: “A esos dos los destrozo en una sola noche”. Lo miré sorprendido y siguió diciéndome que tenía que encontrar una fórmula para lograr que toda la gente se ocupara de él. Creo que fue esa vez que decidió comenzar a hacerse el loco.
Es que el pintoresco comediante, cuya verborragia alcanzaba por momentos tonos de delirio, y en el que se mezclaban siempre algo del fanfarrón y un poco del villano, estaba destinado a las taquillas.
«Nunca otro púgil fue capaz de hacer tantos escándalos como él para reunir muchedumbres en los estadios», enfatizó el padre de Clay, que también se llama Cassius.
El nivel más alto alcanzado anteriormente por Cassius senior, era el de pintor de letreros comerciales. Muchos de los que aún se ven en los negocios de Louisville, llevan su firma.
Mas cuando alguien Intenta obtener del púgil una referencia sobre su progenitor, con marcado fastidio vuelve la cara. Prefiere no tocar un tema que, sin lugar a dudas, le arde en las orejas. Sobre todo porque él es la antítesis: no fuma, no bebe, no trasnocha.
Ni siquiera lo hizo durante los 43 meses de obligada inactividad. En cuanto a las declaraciones de su hermano, que fue quien lo vinculó a la secta de los Black Muslims, acota el ahora Muhammad Alí (jamás responde a una pregunta de quién lo llame por su nombre de nacimiento): «La exageración me pareció el mejor camino para conmover a la opinión pública. Total…, siempre hubo periodistas que se encargaron de difundir cualquier cosa que yo dijera. Una vez se me ocurrió afirmar que iba a ganar una pelea en cuatro rounds y lo conseguí. En la siguiente declaración no tuve más remedio que decir que yo era una bomba atómica…Algunos me despreciaban; otros, me tenían rabia; ¡Pero esa fue la fórmula para que todos compraran entradas! Muchos, es cierto, para verme perder. Pero mientras se enojaban y me gritaban de todo en los estadios, yo me dedicaba a contar dólares. Entre el resto de boxeadores y yo, siempre hubo una gran diferencia: ¡Nunca nadie oyó hablar de ellos!».
EL PODER NEGRO
Hasta este punto, la historia es un lugar común. Con el matiz de una original y por cierto que exitosa manera de autopromoción. Con las victorias, ese éxito iba en aumento, aunque Clay no era polo de afectos. Ni de blancos ni de negros, ya que con sus despliegues jactanciosos hería también a la mayoría de sus adversarios, que eran hermanos de raza.
Luego se inicia la segunda etapa. Rodolfo Valentino, ahora rebautizado como Rahaman Alí, fanático de los mencionados musulmanes negros, lo puso en contacto con Elijan Muhammad, líder máximo de la secta.
Cassius comenzó a asistir a reuniones, fue adoctrinado y protegido. Hasta lo convencieron de que cortara relaciones con un consorcio de millonarios blancos de Louisville, que fue el ente que respaldó su campaña desde el comienzo. En poco tiempo, Clay había materializado muy importantes aportes en efectivo al clan islámico.
Y fue tan grande el cambio de su personalidad —se divorció de su primera mujer porque no quiso convertirse a esta religión—, que más de uno pensó que le habían hecho un lavado de cerebro. Su propia familia llegó a sospecharlo.
Después llegó la edad de prestar servicio bajo bandera. Clay se presentó a examen psicofísico y los tests mentales arrojaron 12 y 19 puntos sobre los 100 posibles.
Es decir, muy por debajo de los 31 que se aceptan como mínimo. Cuando le preguntaron su profesión, contestó: boxeador, justificándola por la necesidad de mantener a su familia.
Sin embargo, lo citaron a una segunda revisión y allí tomó cuerpo una complicada historia que es imposible revisar con Clay, ya que se niega sistemáticamente al racconto.
En esta nueva oportunidad, los tests fueron normales y, ante la sorpresa de las autoridades militares, Clay ya no era púgil profesional, sino predicador musulmán.
Frente a todos estos temas, Clay se mostró huidizo: «Ustedes comprendan que mi publicidad ya está hecha. No haré más pronósticos. Hasta acepto que Joe Frazier ha sido el campeón en actividad y yo, hasta hoy, el campeón en retiro. Pero como tengo los guantes puestos, ya daré cuenta de ese gatito… ¿Los Black Muslims? Bueno…, yo a nadie le pregunto por su religión. ¿El Black Power? No tengo más nada que ver con ellos».
Teme que le vuelvan a impedir subir al ring.
Esta oportunidad ha sido la consecuencia de una tremenda tarea personal que se echó encima Leroy Johnson, el primer senador estatal de color que tiene Georgia. Gracias a la ayuda de Sam Massell, alcalde de Atlanta, logró que el fiscal Arthur Bolton autorizara la reaparición del discutido vencedor de Sonny Listón.
En cuanto se conoció la decisión, Johnson afirmó por TV que «esta es una página de historia, ya que el mundo comprenderá que Atlanta es la capital de la verdadera democracia». A lo que agregó Massell: «Jamás se ha hablado tanto de nuestra ciudad en todas partes».
LA REACCIÓN
Pero el gobernador Lester Maddox, al principio complaciente, se opuso después con inusitada vehemencia a la realización del match. No sólo expresó su deseo de que a Clay le cuenten 30 segundos sobre la lona, en vez de los 10 de reglamento sino que, ante el estupor general, decretó día de duelo. Pero la conmoción, no sólo estalló aquí.
En Scranton, Pennsylvania, la asociación de veteranos de guerra hizo un movimiento hasta lograr que el combate Clay-Quarry no se televisara en dicha ciudad, para expresar su repudio a quien no prestó servicio a su país.
Según se comenta a media voz, todo el Operativo Retorno ha tenido hondas raíces políticas, ya que en Georgia se vive momentos preelectorales. Hasta se habla de sumas cuantiosas que han debido correr para que Clay recuperara su licencia habilitante.
«¿No dijo usted que no pelearía más porque su religión se lo prohibe?».
Alí responde: «Hay que saber separar la publicidad de la verdad: ¿Quién es el campeón del mundo? ¿No soy yo acaso? He vuelto para demostrarlo. A mi me enseñaron que el destino está en manos de Alá. Si salgo de esta habitación y me muero, es porque Alá así lo quiso. Si voy a la cárcel, será por su voluntad… »
La tarea fue, precisamente, separar publicidad de verdad. Queda en el recuerdo el perfil de su alegría constante. Pero en la ecuación de Muhammad Alí hay un algo que parece denunciar inseguridad.
Se sabe popular, aunque está hastiado del acosamiento constante a que lo someten. Sabe también que es un verdadero yacimiento de dólares del que se nutren muchos. Pero se muestra inestable cuando choca con la palabra futuro. Trasmite la sensación de querer vivir afanosamente el presente. Y en la medida de lo posible, silenciando el pasado extradeportivo.
Días antes de este encuentro, le espetó a un periodista inglés que volvía a fatigarlo con las reiteradas preguntas sobre las organizaciones de los negros: «Dígale a sus lectores simplemente esto: Clay está de pie y declara ¡Mírame, oh mundo, he vuelto!». Y lo despachó así.
Horas después de derrotar en forma aplastante a Jerry Quarry –meses antes de vencer en su camino a la recuperación del título pesado a nuestro Ringo Bonavena-, con su rostro de galán, sin una marca, como si no hubiera combatido esa noche, fue a visitar el centro de prensa: «Quiero agradecer el recibimiento magnífico que me hizo el pueblo de Atlanta. Puedo asegurarles que será inolvidable para mí».
¿Cómo -se preguntaban muchos-: no se burla del derrotado ni habla del futuro adversario? En absoluto. Aunque cueste creerlo, Alí se mostraba sonriente. Haciendo una broma a cada paso, Muhammad Alí estaba tratando de que los periodistas del mundo entero allí reunidos, comenzando por los norteamericanos, recogieran su nueva imagen.
Alí, pues, ha vuelto. En varios sentidos. Aunque todavía tal vez ni él conozca el alcance de este regreso.
Al abandonar el estadio, tras haber visto a muchos negros con lágrimas en los ojos, cabía una pregunta. No lo dejaron ser Cassius Marcellus Clay. ¿Hasta dónde le permitirán seguir siendo Muhammad Alí?
Porque falta consignar un último apunte.
Cuando desde Moscú solicitaron autorización para televisar esta pelea, en Washington hubo preocupación. Tanto, que hablaron con el gobernador Maddox para que opusiera todos los medios legales a la realización del match. Pero fue demasiado tarde.
Los soviéticos, que no autorizan el boxeo profesional, sí mostraron «al hombre que se negó a combatir en Vietnam».
(*) Nota publicada en la Revista Panorama nº 184 del 03/11/1970