Mauricio Kartún es una referencia ineludible del teatro argentino. Hace 50 años que escribe y dirige obras que lo volvieron uno de los máximos exponentes de la cultura nacional. Ahora, decidió dar un paso hacia la narrativa con una novela “Salo solo” y el reciente volumen de cuentos “Dolores 10 minutos”.
Por Walter Lezcano
Profesor de literatura, escritor y poeta
Mauricio Kartún está muy ocupado con los ensayos de su próxima obra. Sin embargo, quiere hablar de su reciente texto de narrativa que acaba de llegar a las librerías: “Dolores 10 minutos y otros relatos” (Alfaguara). Con más de 50 años en la escritura teatral, Kartún expande ese don en otro campo de acción. Los cuentos de “Dolores 10 minutos” abordan con humor y absurdo un realismo desfasado y encantador. Se trata de un paso más en la construcción de un lenguaje expresivo propio.
La virtualidad aparece como la única posibilidad de encuentro con Malas Palabras. Kartún es un artista de gran experiencia, pero la transmite como si fuera parte de un sistema de trabajo que solo requiere de cierta voluntad.
-Tenés toda una vida alrededor de la dramaturgia, ¿cómo empieza tu camino con la narrativa?
-Comencé escribiendo narrativa, pero conocí el teatro y me ganó. Primero, por su mundo y luego desarrollé un lenguaje y quedé en el poder que te da el manejo de un lenguaje. Pasaron muchos años y cada tanto lo que hacía era tomar algunas imágenes que no se teatralizaban y fijarlas en formato narrativo. Siempre despojado del objetivo de publicar: era simplemente uso del lenguaje.
Durante la pandemia no podía estrenar nada, no tenía sentido escribir nada nuevo. Y el universo de imágenes que andaba dando vueltas comenzó a ordenarse, en principio, en relatos, luego terminó siendo mi novela “Salo Solo”. Después surgieron estos cuentos que fui publicando en redes sociales.
Durante la pandemia no podía estrenar nada, no tenía sentido escribir nada nuevo. Y el universo de imágenes que andaba dando vueltas comenzó a ordenarse, en principio, en relatos, luego terminó siendo mi novela “Salo Solo”. Después surgieron estos cuentos que fui publicando en redes sociales.
-Decías recién que partís de una imagen, ¿qué otras cosas van produciéndose en vos como para que la pluma siga adelante?
-La verdad es que es una especie de curiosa extravagancia. Mi cabeza funciona como dramaturgo, no puedo funcionar de otra manera después de 50 años de escribir teatro. Escribo desde el personaje. Escribir teatro no puede ser hecho de otra manera: nunca es la cabeza del dramaturgo la que hace hablar a un personaje, sino que es un acto de encarnación como el que hace el actor. Porque en la necesidad de fluir que tenemos todos los escritores, lo que buscamos es cuál es la corriente en la cual hacerlo, despreocupados de tener que pensar qué es lo que estamos haciendo.
La corriente que hace fluir al actor es el acto de encarnación; en el dramaturgo pasa exactamente lo mismo. Mi escritura, si tiene alguna singularidad, viene del raro recorrido sináptico que hace mi cabeza, y es que todo está escrito desde el cuerpo de alguien. Los narradores de mis cuentos no dejan de ser una presencia coloquial manifiesta; nunca es un narrador despojado, nunca es un narrador frío, nunca es un narrador literario en términos convencionales, sino que siempre es un narrador teatral, siempre es un cuerpo que narra.
Los narradores de mis cuentos no dejan de ser una presencia coloquial manifiesta; nunca es un narrador despojado, nunca es un narrador frío, nunca es un narrador literario en términos convencionales, sino que siempre es un narrador teatral, siempre es un cuerpo que narra.
-Y decías que los fuiste publicando en Facebook, ¿qué buscabas con estos cuentos?
-Descubrí que publicar en redes sociales era un fenómeno absolutamente pasajero. Era cuestión de aprovechar un soporte. Yo creo mucho en los soportes como generadores de forma. Luego descubrí una ventaja impensada: publicar relatos en una red social te da la posibilidad de hacer una corrección sucesiva de un relato que está vivo.
Y “vivo” me refiero a un material que está en contacto con alguien que lo está recibiendo. Yo creo que el material tiene una vida fetal, que es la del autor-madre que hace crecer ese relato adentro suyo, y luego tiene una vida social, que es la que le da el contacto con el lector. Acá se producía un fenómeno curioso: los lectores opinaban sobre un material y me permitían todos los días volver a abrirlo, volver a corregirlo y volver a subirlo.

-Pensaba en el humor y en el absurdo que hay ahí en los cuentos. ¿Te sale naturalmente?
-Me sale, no puedo escribir de otra manera. Mi teatro está caracterizado exactamente por lo mismo. Yo siempre digo: es una prepizza a la que yo puedo agregarle arriba poesía, contenido, ideología pero trabajo siempre con esa masa y nunca he podido trabajar de otra manera. Así se manifiestan los universos. Hay una mirada corrida sobre la realidad que es un yeite, no deja de ser un procedimiento por el cual la realidad es modificada de tal manera que genera tropo, que genera figura.
¿De qué otra manera aparecería la paradoja? ¿De qué otra manera aparecería la metáfora? ¿De qué otra manera aparecería cualquiera de las figuras de la retórica si uno no pudiese modificar la realidad? En todo caso, extrañar la realidad. Es un mecanismo que me lleva, un mecanismo que tiene una energía propia. Comienzo a trabajar solamente si el imaginario está corrido de tal manera que empieza a formular figuras.
-La cuestión de la clase social aparece en varios de los cuentos, ya sea de forma latente o subyacente, lateral. ¿Qué te interesa de esa cuestión?
-Probablemente, la construcción de comunidad. Es un tema que a mí me conmueve en el sentido de que me perturba: la construcción de una comunidad, las formas de construcción de una comunidad. En varios cuentos sucede esto: originalmente fueron un imaginario que se pensaba como teatral. Es decir, fueron parte de un acopio de imágenes que yo imaginaba iban a terminar siendo una obra de teatro que nunca escribí.
Pero, cualquier imaginario que uno registra en un cuaderno durante largo tiempo no te abandona. Queda ahí: vos podés guardar el cuaderno y olvidarte de él durante años, pero el día que volviste a abrirlo, si lo que anotaste son imágenes y no ideas, las imágenes vuelven, porque las imágenes son un hecho vivo.
-¿Qué le aportó al dramaturgo el narrador que construiste en estos libros?
-En principio, empoderamiento: la sensación de poder hacer algo que no sabía que podía hacer. Entonces, esa sensación de encontrar un lenguaje, animarme a un lenguaje que amplíe el campo expresivo, eso es lo máximo.
Lo segundo: el poder disfrutar de proponer un acto creador a un espectador sin la mínima tensión. Sin la tensión que sí me produce tener que estrenar una obra de teatro, donde hay atención a los mínimos detalles, donde siento la presencia de una especie de escalera en la cual vengo de un material y voy hacia otro. Aquí no hubo ninguna. Los dos libros salieron con absoluta facilidad.
-¿Cómo ves la relación del gobierno nacional con la cultura, en principio, y con el Instituto del Teatro, en segundo lugar?
-Para este gobierno la cultura es puro entretenimiento; no tendría otro valor que el del entretenimiento. No puede verla en otro campo que no sea ese, seguramente porque son gestores de lo financiero, ni siquiera de lo económico. Yo hago la diferencia entre lo económico y lo financiero: la economía es el equilibrio en una casa, en una comunidad; lo financiero es el fenómeno de desarrollo del dinero por inversión y por mecanismo empresarial, por mecanismo corporativo.
Quienes manejan en este momento el país tienen una cultura corporativa. En esa cultura lo que uno podría pensar como desarrollos emotivos, identidades culturales, argamasa, unión de una comunidad alrededor de una serie de valores que le permiten superarse como tal, no existe. No hay una comunidad que necesite crecer, sino una comunidad que cumple un servicio dentro de una estructura, dentro de un esquema corporativo que es el financiero. Nada de lo que hagan tendrá que ver con un acto sensible en relación al lugar de lo cultural, sino más bien con “bueno, hay demandas”. Tiene que ver con una hipótesis ideológica definitivamente impenetrable.
Quienes manejan en este momento el país tienen una cultura corporativa. En esa cultura lo que uno podría pensar como desarrollos emotivos, identidades culturales, argamasa, unión de una comunidad alrededor de una serie de valores que le permiten superarse como tal, no existe.