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Nota publicada el 08 / 12 / 2024

Antieditorial: No tomes mate en mi campo de golf

La dueña de una farmacia en Pinamar azotó con palos de golf a una jubilada porque la incordió su presencia dentro del green. Ese mismo día, se viralizó la injuria de un vecino de Recoleta contra militantes solidarios con Palestina. “Vayanse de mi barrio”, bramó. ¿Los fachos salieron del closet? ¿Por qué el dinero se ha convertido en la religión preponderante?

Por Emiliano Guido

Sucedió semanas atrás, a mediados de noviembre. Dos hechos de iracundia clasista se derramaron como lava de volcán sobre la pantalla de los teléfonos celulares. La reconstrucción de los acontecimientos, descarnada de adjetivos calificativos, permite dimensionar la gravedad de lo sucedido. 

Primera escena, un matrimonio joven camina por los pliegues algo elevados de un campo de golf en la ciudad costera de Pinamar, una comarca balnearia trágica en la memoria popular desde que se produjo en esos lares el asesinato a sangre fría del reportero gráfico José Luis Cabezas. En aquel deambular pacífico sobre un cielo limpio y liviano la pareja en cuestión divisó una presencia extraña a metros del borde del green. 

El señor y la señora, propietarios de un negocio farmacéutico, detectaron varias anomalías culturales en dicho sujeto. La señora que obstruía la visual de la pareja empresaria estaba sentada, con las piernas en cruz, sobre la llanura golfista; un hecho, a todos luces contravencional para ellos, porque en el reglamento gimnástico de ese deporte/ pasatiempo de nuevos ricos todas y todos los participantes deben estar caminando. Desplazarse es la regla número uno de la actividad, sobre todo para los caddies, que en la dialéctica del amo y el esclavo del golf se encargan de trasladar los adminículos de los dueños de la esfera blanca, dura y pequeña.

Desplazarse es la regla número uno del golf, sobre todo para los caddies, que en la dialéctica del amo y el esclavo del golf se encargan de trasladar todos los adminículos de los dueños de la pelota.

Segundo hecho blasfemo a consideración de la pareja. La mujer estaba tomando mate, una infusión vulgar para la etiqueta costumbrista del entorno. Tercera y última acusación del dúo agresor. La señora foránea a la práctica del golf fue atacada por ser oriunda de una comarca cercana, Ostende, donde el pedigrí económico de sus habitantes es menos recoleto al de los pinamarenses.

¿Cómo procedió la golfista tras verse mancillada en su estancia? Azotó con el acero frío de sus palos a la mujer, que terminó hospitalizada por la contusión de los golpes recibidos. “Andate a Ostende, no perteneces acá”, dijo antes de dirigirse al siguiente hoyo.

Segundo acto

Ese mismo día, la tarde de un sábado, una tienda de café de especialidad de la ciudad de Buenos Aires -el punctum gastronómico por excelencia de CABA, el nuevo negocio fácil al estilo de las canchas de paddle de los 90- fue epicentro de una escena narrativa rocambolesca superior en dramatismo a lo plasmado por el escritor Osvaldo Soriano en la novela “A sus plantas rendido un león”.

Un grupo de jóvenes enrolados con la causa palestina realizaban una acción directa de protesta contra el genocidio en curso por el Estado de Israel en la Franja de Gaza en un tramo del barrio de Recoleta donde, días previos, habían sido injuriados por los vecinos de la zona. La manifestación no era violenta, solo contaba con el acompañamiento sonoro de un par de megáfonos, y el deambular de pancartas con fotos que testimoniaban el horror cometido contra la población civil palestina.

Ese tenso equilibrio cruzado de cuerpos y ojos tensos escrutándose cuál duelo de western duró pocos minutos. Aquel combate sin pólvora entre parroquianos endulzando su garganta en la cremosidad de un flat white, contra un grupo de pibes motorizados por una causa internacionalista, se rompió de forma tremebunda cuando un señor de escasos pelos, aunque erizados lo más posible para tapar sin éxito su prominente calvicie, irrumpió contra la ronda juvenil con tanta furia que debió ser retirado por un oficial de la comisaría más cercana.

Sus últimas palabras en esa escena surrealista fueron: “Vayanse de mi barrio, no pertenecen acá. Yo no voy a ir preso”.

Los dos acontecimientos son esquelas de una trama sociopolítica más densa y repetitiva. Desde que Javier Milei asumió la Presidencia los delgados hilos amortiguadores, cierto pudor y cultura cívica, que suavizaban el desprecio de la élite más ideológica criolla contra el pueblo bajo, se han desvanecido.

Desde que Javier Milei asumió la Presidencia los delgados hilos amortiguadores, cierto pudor y cultura cívica, que suavizaban el desprecio de la élite criolla más ideológica contra el pueblo bajo, se han desvanecido.

El Jefe de Estado, sus ministros, honran como dioses a los súper millonarios. Los pobres, aquellos que necesitan del auxilio del Estado, son despreciados por el discurso oficialista. El subtexto de la narrativa libertaria parece ser: “Llegó nuestro tiempo, ahora vamos a hacer sonar el escarmiento”.

Tesis (s)

“La crueldad está de moda. Está de moda ser cruel. Luce bien, cae bien, no es la medida política, por tal o cual razón, lo que moviliza a una parte de la sociedad, sino el regodeo y el ensañamiento con el padecimiento ajeno. En Argentina, hoy, hay muchas personas que se regodean a diario del daño que está haciendo el gobierno. La crueldad luce bien, suma adeptos muy rápidamente”, dijo el escritor Martín Kohan en FutuRock a inicios de año con gran sentido clarividente de lo que vendría.

«La crueldad está de moda. Está de moda ser cruel. Luce bien, cae bien, no es la medida ya que considera adecuada políticamente, por tal o cual razón, lo que moviliza a una parte de la sociedad, sino el regodeo y el ensañamiento con el padecimiento ajeno”

Martín Kohan, escritor.

Años atrás, cuando emergió la milicia fundamentalista islámica ISIS un dato político de su estructura de poder global llamó la atención de los analistas. A inicios del siglo XXI, los adoradores de esa creencia teocrática decidieron utilizar la ingeniería líquida de Internet para sumar milicianos en Europa. Todo aquella persona imantada con aquel fanatismo podía recurrir a insumos ideológicos y de formación militar plantados por ISIS en la nube electrónica para sumarse a la organización.

Se trató de un diseño organizativo osado, holístico, descentralizado. ISIS como una planta hidropónica logró capturar la atención de los fundamentalistas sin tocar el suelo, para de esa manera escapar la vigilancia de los radares estatales.

La ultraderecha, allá y acá, retoma esa lógica de construcción de poder. Sus referentes instalan en esa cabecera de playa evanescente, Internet, consignas y formas de accionar política. Cualquier persona identificada con su credo fundamentalista puede tomar prestado de las redes sociales hashtags y azotes narrativos para saber cómo descargar su furia contra los oponentes a vencer. Un starter pack de odio político de fácil alcance.

Los comunes denominadores son insoslayables. Fanatismo, crueldad, cruzadas ideológicas. Milicianos líquidos con el aval de los líderes para derramar su furia, religiosa o clasista, en su metro cuadrado social más cercano. Ganaron los crueles, no derrotarlos es una circunstancia política igual de dolorosa.

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