El elemento natural más presente en El Eternauta es un icono distintivo de Ushuaia, donde EE.UU. instalará una base militar con la anuencia de Milei. Si en la obra de Oesterheld hay nieve tóxica y resistencia colectiva, en la Patagonia se consuma entrega nacional bajo un manto nevado. Opina el escritor Hernán Vanoli.
Por Emiliano Guido
Ushuaia posee un lema turístico grandilocuente: “el fin del mundo”, una etiqueta indicativa de su extremidad geográfica. Una ciudad de fábula hilada con vientos helados, aguas metalizadas y la tenue lluvia blanca de la nieve.
Ushuaia está emplazada sobre la estación final terrestre del sistema interamericano, pero no orilla sobre un mar de insignificancia. Todo lo contrario, con la tinta del lenguaje bélico se puede definir a Ushuaia como una estación de playa estratégica por su cercanía al Estrecho de Magallanes, el corredor bioceánico más importante de las Américas, y también por constituir un punto de apoyo logístico estratégico para monitorear a la Antártida y las Islas Malvinas.
La escritora coreana Han Kang dijo que la nieve es el silencio que cae del cielo. Una imagen precisa, hipnótica. Pero, Ushuaia no solo recibe ese tipo de mutismo poético, sobre el compás ártico que escuda a la ciudad del fin del mundo también se inscribe la sonoridad de tambores de guerra.
La escritora coreana Han Kang dijo que la nieve es el silencio que cae del cielo. Una imagen precisa, hipnótica. Pero, Ushuaia no solo recibe ese tipo de mutismo poético, sobre el compás ártico que escuda a la ciudad del fin del mundo también se inscribe la sonoridad de tambores de guerra.
La historia es así, Estados Unidos desea establecer una base militar en la ciudad austral para arrebatar una posición bélica vital a su gran rival en la región, China. La potencia asiática ganó los últimos años posiciones de poder en América Latina gracias a su estrategia de dominación suave: mucha cooperación económica al Cono Sur para moldear a Sudamérica como una aldea exportadora de materias primas. Son inteligentes y pacientes los chinos, buscan lograr lo mismo EE.UU. pero sin el envío de marines.
El extremo sur, claro está, no es solo una postal de nieve tiñendo precipicios rocosos. Recapitulando, el gobierno estadounidense trata de controlar un hub geopolítico cercano a uno de los mayores reservorios del recurso natural agua, y que colinda tanto con el Estrecho de Magallanes -un pasaje vital de las rutas comerciales marítimas-, como con el sexto continente, la Antártida.
El Comando Sur, el brazo del Pentágono en la región interamericana, lo dijo bien claro a través de sus dos últimos titulares, Laura Richardson antes, y su actual titular Alvin Hosley -una mujer y un hombre afroamericano, evidentemente EE.UU. es un imperio con swing identitario-: no se puede regalar el sur austral a China. A inicios de mayo, Hosley se entrevistó con el presidente Javier Milei en Buenos Aires y viajó luego a la ciudad turística para refrendar lo explicitado un año atrás por su antecesora Richardson: el gobierno de Trump pretende hacer base en el sur.
El Comando Sur, el brazo del Pentágono en la región interamericana, lo dijo bien claro a través de sus dos últimos titulares, Laura Richardson antes, y su actual titular Alvin Hosley -una mujer y un hombre afroamericano, evidentemente EE.UU. es un imperio con swing identitario-: no se puede regalar el sur austral a China.
De la visita de Hosley hubo escasa repercusión periodística. Al parecer, hay pocos medios para cubrir tanto espanto acumulado. Sin embargo, algo de la trama puede reconstruirse. Diego Genoud en el portal El Destape apuntó que “el jefe del Comando Sur se reunió a solas con el presidente argentino, una distinción que no se le concede en cualquier lugar. Hosley reclamó la reactivación del radar Leolabs en Tolhuin y consiguió avanzar con la venta de los vehículos blindados Stryker que Argentina pensaba comprarle a Brasil. Un lobby que llevaba años sin prosperar”.
A su vez, el colega Claudio Mardones advirtió en Tiempo Argentino que: “El presupuesto de construcción de la base es, por ahora, un secreto de Estado, pero su desarrollo sobre las instalaciones de la Armada Argentina permitiría agilizarla. El objetivo es reconstruir el puerto, dotarlo de capacidades militares aéreas, fluviales y terrestres, donde los Estados Unidos apostaría tropas, embarcaciones y tecnología para ejercer un control directo de uno de los principales accesos a la Antártida”.

El héroe colectivo
La serie El Eternauta, estrenada días atrás en la plataforma Netflix, generó profusos debates sobre la identidad y la mística nacional, dos pilares que tiemblan en arenas movedizas desde que asumió la presidencia Milei. Es evidente que el gobierno nacional tiene dos objetivos en la mira: bajar la inflación y la autoestima popular. Por caso, la lengua del oficialismo lacera a diario nuestras gestas populares, escupe sobre la memoria de las Madres de Plaza de Mayo y, de forma permanente, aborrece en el ágora público al colectivismo como idea política.
En el programa de stream político Brindis TV, que se emite desde Rosario, una rareza en un ecosistema digital full porteñocéntrico, los conductores Tomás Trapé y Mauricio Olivera junto al escritor y crítico cultural Hernán Vanoli -co conductor del recomendable podcast Desinteligencia artificial- tuvieron un interesante intercambiando de ideas a tres bandas sobre las gratas sorpresas simbólicas que trajo la serie de Bruno Stagnaro.
En principio, el politólogo Trapé valoró lo siguiente: “la iglesia que aparece en llamas en un capítulo termina siendo un lugar de refugio para un convoy de sobrevivientes”. Su compañero Olivera rescató, a su vez, que: “Cuando vi el trailer pensé que iban a ser seis capítulos de Juan Salvo buscando a Martita, pensé que se venía un Rambo Juan Salvo, y al final nada que ver”.
Malas Palabras pidió a Vanoli que ampliara lo dicho en el citado programa. El autor de la novela Arte folk americano (Penguin Libros 2021) comenzó diciendo que: “Me gustó mucho la serie, evitó ser la típica serie argentina para Netflix que habla sobre la última dictadura; en cambio, Stagnaro apostó a la riqueza mítica y simbólica de la cultura argentina”.
Malas Palabras pidió a Vanoli que ampliara lo dicho en el citado programa. El autor de la novela Arte folk americano (Penguin Libros 2021) comenzó diciendo que: “Me gustó mucho la serie, evitó ser la típica serie argentina para Netflix que habla sobre la última dictadura; en cambio, Stagnaro apostó a la riqueza mítica y simbólica de la cultura argentina”.
A su vez, Vanoli elogió a El Eternauta por la innovación de sus vectores narrativos: “Argentina tiene una narración que subestima a Malvinas como una locura de los militares. Por el contrario, la serie plantea otras coordenadas donde la presencia de Malvinas es muy fuerte. No es una novedad en la obra de Stagnaro porque su primer corto es sobre ex combatientes. En líneas generales, Stagnaro narra los años de la dictadura con una impronta distinta. Recordemos que Argentina gana un Oscar por La historia oficial, entonces en ese nicho, el de la cultura mainstream, tiene mucha fuerza nuestro aporte a los derechos humanos. De alguna manera, Argentina como América Latina, para las plataformas, es sinónimo de ciertas tramas: la pobreza, el realismo mágico, los derechos humanos. Bueno, El Eternauta sortea ese esquema, y agrega nuevas líneas narrativas, ese es su acierto”.
En El Eternauta, ayer en la historieta de Oesterheld, hoy en la serie de Stagnaro, un grupo de ciudadanos se escudan de forma autogestiva ante una amenaza externa. Recurren a dos instituciones tradicionales, la Iglesia y el Ejército, para nuclearse con otros. Se anudan, muestran los dientes, confían en lo colectivo. La serie lo confirma.
Lo viejo funciona.