Hace pocas semanas, el diario El País de España reveló un informe que expresa que la concentración de capitales se ha agudizado en 2016, según el informe de Oxfam –fundación creada tras la Segunda Guerra Mundial para lucha contra la pobreza- y que en la actualidad esas ocho fortunas poseen lo mismo otros 3.600 millones de seres humanos, que constituyen la mitad más pobre de la población mundial
La organización achaca la responsabilidad de esta situación, que califica de «extrema, insostenible e injusta», al modelo económico actual, «al servicio del 1% más rico de la población».
Entre 1988 y 2011, los ingresos del 10% más pobre de la población mundial crecieron en apenas tres dólares, mientras que los del 10% más rico subieron 182 veces más. Se calcula que hoy siete de cada 10 personas viven en un país en el que la desigualdad de renta ha aumentado en los últimos 30 años.
El panorama es igual de desolador en todas las regiones del planeta. En Vietnam, por ejemplo, el hombre más rico del país gana en un día más que la persona más pobre en 10 años. En Estados Unidos, según un estudio del economista Thomas Piketty, los ingresos del 50% más pobre de la población se han congelado en los últimos 30 años, mientras que los del 1% más rico han aumentado un 300% .
La suma de los salarios anuales de 10.000 trabajadores de las fábricas textiles de Bangladesh equivale al sueldo del director general de cualquier empresa incluida en el índice bursátil FTSE 100, según cálculos de Ergon Associates.
España tampoco es una excepción: pese a un crecimiento de su PIB desde 2014, la desigualdad se cronifica e intensifica. Este incremento, el segundo mayor de la Unión Europea y 20 veces superior al promedio europeo, se debe a una concentración de la riqueza en menos manos, a la vez que se produce un deterioro de la situación de las personas más vulnerables.
En particular, Oxfam apunta a las grandes empresas, acusadas de estar “al servicio de los más ricos” y de guiarse por un único objetivo: maximizar la rentabilidad de accionistas e inversores. En 2015, las diez mayores compañías del mundo obtuvieron una facturación superior al total de los ingresos públicos de 180 países.
Sin embargo, este crecimiento no se distribuyó entre todas las capas de la sociedad. El salario del trabajador o del productor medio apenas ha aumentado en los últimos años o incluso se ha reducido.
En la India, por ejemplo, el director general de la principal empresa tecnológica del país gana 416 veces más que un trabajador medio del grupo. Para ahorrar en costes empresariales, algunas compañías incluso recurren al trabajo forzado o en condiciones de esclavitud. Las mujeres y las niñas son explotadas en las condiciones más precarias y representan la categoría peor remunerada. Entre las estrategias para tributar lo menos posible, el informe denuncia el uso de paraísos fiscales, una práctica que causa pérdidas anuales de al menos 100.000 millones de dólares para los países en desarrollo. Una vez más, los más pobres pagan el precio más elevado.
En Kenia, por ejemplo, las exenciones fiscales generan pérdidas anuales de 1.100 millones de dólares, una cifra que duplica la inversión en salud en un país caracterizado por una elevada probabilidad de que las madres mueran durante el parto.
Oxfam denuncia que las empresas utilizan su poder para garantizar que tanto la legislación como la elaboración de políticas nacionales e internacionales se diseñen a su medida, para proteger sus intereses y mejorar su rentabilidad, como demuestran, por ejemplo, los privilegios fiscales logrados por las petroleras en Nigeria. Este tipo de «capitalismo clientelar y cortoplacista», además, coloca en una situación de desventaja a las pequeñas y medianas empresas, incapaces de hacer frente a las grandes corporaciones.
«Los súper ricos no son solo receptores pasivos de la creciente concentración de riqueza, sino que contribuyen activamente a perpetuarla», subraya el informe, por ejemplo a través de sus inversiones.
Los más poderosos de la sociedad controlan la mayoría de las acciones, lo que les convierte en los principales beneficiados del modelo empresarial actual, generando un efecto multiplicador de riqueza para los ya súper ricos.
En 2015, la desigualdad se disparó en América Latina y el Caribe: siete millones de personas cayeron en la pobreza y cinco millones pasaron a la indigencia. De seguir la concentración de la riqueza a este ritmo, en 25 años se tendría el primer «billonario» del mundo, que para acabar con su fortuna necesitaría gastar un millón de dólares al día durante 2.738 años.
El estudio de Oxfam estima en 14.000 millones de dólares al año las pérdidas para África derivadas del uso de paraísos fiscales por parte de los milmillonarios. La organización calcula que esta cantidad sería suficiente para garantizar la atención sanitaria y salvar la vida de cuatro millones de niños y niñas al año o para permitir la escolarización a lo largo del continente.
Las mujeres y las niñas trabajan en las condiciones más precarias y representan la categoría peor remunerada. Este modelo económico, sostiene el informe, se basa en una serie de falsas premisas, entre las que se encuentra la idea de que la riqueza individual extrema no es perjudicial, sino síntoma de éxito, o que el crecimiento del PIB debe ser el principal objetivo de la elaboración de las políticas.
Las premisas equivocadas incluyen creer que los recursos del planeta son ilimitados o que el modelo económico actual es neutral desde el punto de vista del género.
La organización advierte de que, si no se controlan estas premisas, será imposible revertir la situación y aboga por la construcción de una «economía más humana», que beneficie al conjunto de la población.
Este nuevo sistema tendría que basarse en la cooperación entre los Gobiernos, privilegiar el uso de las energías renovables, acabar con la concentración extrema de la riqueza y respaldar tanto a hombres como a mujeres.
Se ha destacado en varias ocasiones la grave amenaza que supone el incremento de la desigualdad económica para la estabilidad social, pero, pese a que los líderes mundiales se comprometieran a intervenir, la brecha entre los más ricos y los más pobres no ha parado de crecer.
Distintos estudios de Oxfam demuestran que en los últimos 25 años el 1% más rico ha obtenido más ingresos que el 50% más pobre de la población en su conjunto.
«Si el crecimiento económico entre 1990 y 2010 hubiese beneficiado a los más vulnerables, en la actualidad habría 700 millones de personas menos, en su mayoría mujeres, en situación de pobreza», recalca el informe.