Por Emiliano Guido
El presidente de Perú, Pedro Castillo, utiliza con menos frecuencia el sombrero blanco de paja de palma, estruendoso en lo ancho y en lo alto, que fuera su icono político identitario en la campaña electoral. La prensa gráfica especula con cierta malicia, en un coro ideológico plural, desde el diario progresista La República hasta el derechista Perú 21, que un asesor en marketing le aconsejó a Castillo despojarse de su ropaje provinciano. “El problema es que se ha sacado el sombrero, pero no las ideas que estaban debajo del sombrero”, aguijonea el analista político peruano Augusto Álvarez Rodrich.
En link con la historia política reciente argentina, Castillo se ha rapado las patillas. Su decisión estética no ha implicado, sin embargo, que haya ejecutado un brusco cambio de timón político. El Jefe de Estado mantiene una retórica encendida, en sus discursos reivindica portar el mismo color de piel cobriza que la mayoría de las y los peruanos. Pero, eso sí, ha roto lanzas con Perú Libre, el partido de impronta bolivariana que le cedió el sello electoral para que se pudiera presentarse a elecciones a cambio de que nacionalizara los recursos naturales y ponga en marcha una Asamblea Constituyente.
Castillo no implementó, hasta el momento, ninguna reforma económica o tributaria radical. La agenda de su gobierno estuvo centrada en sobrevivir. El Congreso, que tiene capacidad de vetar la composición ministerial del Ejecutivo, ha volteado sin mayor esfuerzo, como si se tratasen de marionetas en una kermese, a los primeros ministros designados por Castillo. El Poder Legislativo utiliza excusas de las más variadas para objetar a los escuderos ministeriales del Presidente.
“La última ministra de Trabajo no pudo asumir porque el Congreso adujo que defendía el derecho de huelga”, cuenta a Malas Palabras Anahí Durand, ex ministra de la Mujer en los meses iniciales de la administración Castillo, y referente de la izquierda peruana, hoy dividida en un archipiélago de estrategias, que aún le da crédito al ex dirigente gremial de Cajamarca.
A cada objeción del Congreso, Castillo rectifica el elenco ministerial. Ha tomado declaración de asunción a Jefes de Gabinete de diverso perfil, ministros pro estatales, o pro mercado, conservadores o progresistas en la perspectiva de género, han acompañado la gestión presidencial. El Parlamento, con voz de mando fujimorista, hace cuentas, porotea fidelidades y dice estar a siete votos de poder consumar el juicio político.
“Es la primera vez en la historia del Perú que se han ensañado con este gobierno porque vengo del campo. Se han ensañado con este gobierno en una época racista, totalmente racista porque no hablo como ellos, porque no me siento a esas mesas opulentas como ellos, porque yo camino junto al pueblo”, acusó Castillo a fines de agosto mientras encabezaba una reunión de trabajo presidencial en el distrito de Piura.
¿Por qué los presidentes no sobreviven en Perú? ¿En qué momento se jodió la política peruana?
Golpe a Golpe
El último ex presidente peruano que conservaba cierta reputación, más allá de sus camaleónicos pasos en la escena política, terminó su vida jalando del gatillo contra su propia sien. Alan García, que había cortado con los pagos al FMI cuando era presidente en los años 80 para después adscribir al credo neoliberal peruano, se suicidó porque sintió su honor mancillado cuando la prensa y la Justicia lo involucraron en actos de corrupción.
Se trata de una excepción, tras la democracia con puertas cerradas del Congreso ejecutado por Alberto Fujimori, los anchos pasillos del Palacio Pizarro se convirtieron en una pasarela donde desfilan presidentes de un mandato, o de mandatos interrumpidos por juicio parlamentario, de oficialismo que se desvanecen como fuegos artificiales en el cielo. Perú es un tembladeral, hace décadas que ningún presidente o una fuerza política logran hacer pie. Lo único permanente son las reglas de mercado abierto y su perfil de economía exportadora de bienes primarios como la minería.
«Es como si todos estuvieran esperando que la crisis se resuelva, como si estuviéramos en los prolegómenos de una acumulación de inestabilidades que van a estallar en algún momento y nos van a llevar al desastre; cuando, en realidad, la camioneta chocó hace rato. Ya no tenemos que esperar ese momento. ¿Qué más va a pasar? Que nos anexe otro país solo podría ser peor. Ya la camioneta chocó», interpreta la crisis permanente el historiador José Carlos Agüero al portal infoalternativo La Mula.
¿Quién, o quiénes quieren voltear a Castillo?, pregunta Malas Palabras a Anahí Durand. Con voz suave y cálida responde desde Lima que: “Creo que todos los factores de poder, absolutamente todos, están contra Castillo. Tanto la derecha como la ultraderecha, que han estado en el poder los últimos 30 años desde el autogolpe fujmorista, anhelan terminar con el gobierno. Las tres bancadas parlamentarias más el pool de medios concentrados y la central empresarial CONFIEP, todos se hallan unificados detrás del objetivo destituyente”
Al momento de analizar la parálisis continua del Ejecutivo, la entrevistada entiende que: “Castillo no logró articular una coalición gobernante sólida, eso es evidente. Tuvo, en su momento, el padrinazgo político de un partido sectario como Perú Libre. Sus dificultades de gestión son propias de un dirigente que debutaba en la arena electoral, Castilló irrumpió en el escenario para tentar suerte, esa poca preparación pasa facturas. También sufrió el purismo de cierta izquierda (en referencia a la ex candidata presidencial Verónica Mendoza)”.
Por último, Anahí Durand resalta que “también hay que aclarar que el Congreso no lo ha dejado formar gabinete. La mitad de los ministros han sido censurados por el Parlamento. El ataque del Congreso es real y también la incapacidad de Castillo de rodearse de un círculo de confianza estratégico político que direccione el gabinete”.