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Nota publicada el 10 / 06 / 2022

¿Cómo se lee a un poeta desaparecido?

Han pasado ya 45 años del secuestro y desaparición del Poeta Roberto Santoro. Él, como tantos otros y otras, asumió que en el valor de la palabra, en el compromiso humano, en la militancia por un mundo más igualitario, le iba la vida.  Lo traemos a un tiempo de memoria, de la mano de Damián Lamanna Guiñazú, en un fragmento de la publicación “Roberto Santoro. Pedagogía de una pared blanca“ publicada originalmente en la revista Haroldo.

Por Roberto Orden

¿Cómo leer a un poeta desaparecido, su voz en medio de la invisibilidad, en los resquicios de los discursos del olvido, la demonización y la vergüenza? ¿De qué materia está hecha esa voz, sus fragmentos? ¿Desde dónde resiste? 

Roberto Jorge Santoro fue secuestrado el 1 de junio de 1977 en el barrio de Once, cuando tenía treinta y siete años: un grupo de tareas del Ejército se lo llevó de la escuela donde trabajaba como preceptor. 

Hasta que allá por 2008 la editorial Razón y Revolución emprendió la tarea de rastrear y reunir libros de poemas, indagar en revistas y juntar papeles entre familiares y conocidos para darle forma a su Obra poética completa, la poesía de Roberto Santoro se mantuvo invisible excepto para un circuito muy reducido: su grupo de amigos y compañeros de militancia, la cofradía de artistas que fueron sus pares en las décadas convulsionadas del 60 y el 70, algunos lectores, su familia; ellos custodiaron su memoria durante tres décadas de ostracismo. 

Cuarenta años después de su desaparición, en 2017, volvió al barrio de su niñez y juventud, Chacarita, grabado sobre una baldosa que se incrustó en la puerta de su casa familiar. La esencia del lenguaje en su faceta más literal y descarnada. En vez de un cuerpo, un nombre, tres palabras. En vez de un cuerpo, cientos de poemas. Y otra vez las mismas preguntas, reconstruidas: ¿cómo se lee la obra de un poeta desaparecido? Ante la infinidad de dificultades, un primer compromiso, metodológico y ético; un deseo o una misión: leer la obra trunca de un poeta comprometido. Leer a un poeta, pasar su voz por la sangre. Leerlo como una historia pendiente y un ejercicio de memoria, en su recorrido, a lo ancho de su obra interrumpida, con ojos de crítico, en su época. Leer la juventud permanente de quien, como Federico García Lorca, nunca alcanzó la madurez poética en vida. Luego pensar, pensar en la desaparición como una página en blanco que se despliega inacabable, como una silueta, un muro o una retina sana que espera ser marcada, escrita, que me / nos habla sobre la propia percepción del pasado, sobre las secuelas que se clavan en el modo de leerlo, de la política conjugada como puro presente.

Igual a todos los poemas que existen, la obra de Santoro es colectiva e individual a la vez, pero como programa, como búsqueda. Colectiva en una triple dimensión. En primer lugar por sus temas y sus destinatarios: el pueblo como interlocutor y espejo, ideal y construcción absoluta que debe luchar por su libertad; en segundo lugar, por su método de trabajo: libros ilustrados por artistas plásticos, discos con o sin su voz, dossiers temáticos realizados junto a otros poetas; por último, es colectiva por su modo de circulación: versos para repartir como volantes en marchas de trabajadores, aforismos listos para grabarse en las columnas (de militantes) o los huesos de los lectores desprevenidos.

Por último, es colectiva e individual porque en el tránsito hacia ese nuevo mundo de utopías asomará el anhelo de una comunidad, de un nosotros. El pueblo (y la patria) enfrentado a un ellos.

Una vez más ¿Cómo se lee a un poeta desaparecido sino como un murmullo que siempre está pendiente?

 

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