Por Manuel Justo Gaggero (Abogado. Ex Director del Diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre» y «Diciembre 20”).- El golpe del 24 de marzo de 1976, hace 40 años, no fue una asonada militar como las anteriores de los años 30, 55 y 66, tuvo, para las clases dominantes y el partido militar, un sentido estratégico.
El mismo formó parte de una contraofensiva contrarrevolucionaria de los Estados Unidos dirigida a asegurarse su “patio trasero” que era el Continente Americano.
Comienza en 1964 con el desplazamiento del gobierno de Joao Goulart, líder del Partido Trabalhista, que había tenido la “osadía“ de iniciar una Reforma Agraria y de proponer una ley que regulara la transferencia de divisas al exterior de las empresas extranjeras.
Prosigue con el golpe militar que derroca en Chile al presidente Salvador Allende que se planteaba llegar a una sociedad socialista por la vía pacífica.
En ese mismo año en Uruguay el presidente Juan María Bordaberry, con el respaldo de las Fuerzas Amadas, disuelve el Parlamento y conforma un gobierno “cívico militar”.
Al mismo tiempo se termina en Perú la experiencia de militares “nacionalistas”, en Colombia se lanza una ofensiva contra la guerrilla de las FARC y del ELN, en Centroamérica se profundiza la represión al movimiento revolucionario con decenas de miles de “desaparecidos” en Guatemala y en El Salvador, contemporáneamente se ratifica el apoyo a las dictaduras de Somoza y Trujillo en Nicaragua y la República Dominicana, respectivamente.
Cabría preguntarse: ¿A qué obedecía esta política de Washington? Al nuevo escenario que planteaba el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y al surgimiento de organizaciones revolucionarias en toda América Latina que recuperaban el mensaje del Che a la Tricontinental y se proponían lograr la Liberación y el surgimiento de una sociedad socialista.
Haciendo memoria
En nuestro país este proceso impactó fuertemente en núcleos del peronismo revolucionario y de una nueva izquierda, no reformista.
Por otro lado, en el movimiento obrero surgieron corrientes antiburocráticas que cuestionaban a la dirigencia anquilosada en los sindicatos que confluyeron en 1968 en la CGT de los Argentinos que, en el Programa del 1° de Mayo, recuperaba lo propuesto en La Falda y Huerta Grande y planteaba la Independencia Nacional y la construcción de una sociedad más fraterna y humana.
Por su lado, las clases dominantes intentaban elaborar un nuevo diseño de país, conteste con la división internacional del trabajo y con los dictados del llamado “”Consenso de Washington”.
Para ello era preciso reducir el rol del Estado en la economía, liquidar una industria –a su criterio- no competitiva y centrarse en la conformación de una Nación con un desarrollo agro industrial y grandes franjas de la población condenadas a la pobreza.
La dictadura, implantada en 1966, intentó llevar adelante este modelo pero el proceso fue abortado por la resistencia obrera y popular y el surgimiento de organizaciones armadas revolucionarias peronistas y de la izquierda guevarista que plantearon una interpelación al poder dominante; el primero en la historia argentina del siglo XX.
El “Cordobazo”, el “Rosariazo“, el” Viborazo” e infinidad de pequeñas insurrecciones en las ciudades impidieron la consumación del programa del gobierno militar que tuvo que llamar a elecciones.
Frente al crecimiento de las organizaciones revolucionarias y a la simpatía que despertaban entre los trabajadores, el Partido Militar -la fuerza política de las clases dominantes- llegó a la conclusión que debía acordar con el General Juan Domingo Perón su regreso al país y luego a la Presidencia de la República para frenar este proceso.
El “Lider“ regresó, luego de 40 días, dio por finalizada la “primavera camporista”, y sugirió la conformación de una organización similar al “Somaten “ de la derecha española, para secuestrar y asesinar a los luchadores populares.
Ésta se denominó “Alianza Anticomunista Argentina» y tenía como objetivo el de detener el “avance de los marxistas en el “Movimiento”.
La misma asesinó, entre 1973 y 1976, a más de 1500 luchadores populares y fue la última construcción del que “fuera un grande hombre”; en ese momento transformado en un peón de las clases dominantes.
La muerte de este en 1974 hecho por tierra este proyecto y llevó a que la cúpula militar con el respaldo de los grupos económicos más concentrados y del Departamento de Estado norteamericano decidiera hacerse con el gobierno, el 24 de marzo de ese año de “noche y niebla”.
La idea de imponer el terror desde el Estado garantizaba el aniquilamiento de la oposición obrera y popular y, al mismo tiempo, disciplinaba la sociedad mediante el temor.
Miles de ”desaparecidos”, asesinados u obligados a abandonar el país fue el saldo de este proceso, necesario para el nuevo diseño elaborado por el “arquitecto” del modelo: José Alfredo Martínez de Hoz.
Conclusión
El esquema económico, cultural, y social impuesto no ha sufrido mayores alteraciones en estos “treinta y tres años de una democracia“ encarcelada y limitada”, por el contrario se ha agravado con la minería contaminante a cielo abierto, la destrucción de bosques, el uso de pesticidas, de semillas transgénicas y la “sojización”.
Todo ello en el marco de una presencia dominante da las trasnacionales y de un empobrecimiento de grandes franjas de nuestra población que subsisten con planes asistenciales que les aseguran una “clientela cautiva” a los partidos del sistema.
Escenario que se complica aún más con la presencia de la narco política que se infiltra en las policías nacionales y provinciales e influencia a jueces y dirigentes políticos.
¿Qué hacer frente a este panorama?
Este es el dilema que requiere un gran debate en el que apostemos a la unidad en la diversidad y al respeto de las diferencias.