Por José María Barbano.- En la plaza de la bandera se hacían “tareas de remoción de grafitis y limpieza general del entorno y (…) trabajos de pintura respetando los valores cromáticos originales”.
Según anunció a la prensa la directora de Restauración Urbana de la Municipalidad, se realizaban “tareas similares en los numerosos monumentos de la capital de la Provincia”.
-¡Qué falta de cultura! – reclamaba la dama del perrito.
-En la escuela ya no se enseña respeto – suspiraba el viejo sentado en los restos de banco de la plaza.
Probablemente no sea cuestión de respeto ni de cultura. Más bien parecería que a la nueva generación no le interesan las estatuas de señoras gordas que se dicen “cuatro estaciones”, ni los “boxeadores de cemento”, ni “el monumento de hierro sin título”, todos colocados tiempo atrás como testimonio de la cultura dominante. Se respeta la bandera, sí. Pero el paredón de la base (para colmo parecido a un submarino) sirve al grafiteo de mensajes con letras ilegibles para la generación precedente.
Tampoco interesan los bronces de prohombres presidiendo los espacios públicos. De ellos se dice que hicieron esa “nueva y gloriosa nación”, hoy en arrumacos con el FMI. Los que entronizaron tantos bustos de hombres y mujeres ilustres exaltaban sus virtudes y su pensamiento, pero reciclados al dictado de intereses propios. No escapan a la ley algunos símbolos religiosos.
Siguen, no obstante, exhibidos en las plazas y en los billetes.
Quizá sea la hora de vislumbrar el ocaso de algunos arquetipos históricos.
Desde la primaria aprendí que la Campaña del Desierto no fue una gesta tan gloriosa como declaman. Fue más bien una lucha desigual entre argentinos de origen europeo contra argentinos nacidos en el territorio. El exterminio se justificó como el único camino para el progreso; la única forma de que el país pudiera repartir tierra a los que quisieran trabajarla. De mano de los vencedores, el nombre de Roca se instaló en calles, pueblos y empresas.
Y ocupó anverso y reverso del papel moneda.
En la última década, el Congreso propuso una nueva serie de billetes asignándole diversidad de valores. La iniciativa se mantenía en la línea de próceres antiguos.
Alguien encendió la luz y cambió el paradigma. Pájaros, flores, seres de mar y ríos reclamaron su lugar.
Hay vidas que el general Roca no puede devolver. Pero la vida de la naturaleza está hoy en nuestras manos. Y los argentinos que tenemos razón y albedrío no podemos reeditar campañas de conquista de un territorio que no está, ni nunca estuvo desierto; aunque ocupado por seres sin razón ni albedrío.
Es la vida que se pierde en nuestras manos al servicio de hábitos declamados como único camino para la producción de alimentos, de riqueza y de bienestar.
Cada vez que esos billetes se posen en nuestras manos, por cierto fugazmente, (por algo se le dice “mosca”), nos dejarán un breve mensaje de la experiencia que no se puede repetir.
Antes que elogiar a los exterminadores, rindamos homenaje a los seres descartables.