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Nota publicada el 18 / 02 / 2021

Diego por fin descansa de Maradona

Por Carlos Fanjul

La muerte del Diez nos agarró de vacaciones. Malas Palabras ha escrito mucho del más grande de los argentinos que jugó con una pelota. Del ídolo más argentino de todos. Ya pasaron casi tres meses de su vuelo, pero queremos tener en estas páginas algo de lo que todavía no nos sale de aceptar. Tanto como para seguir ‘viéndolo’ hacer jueguitos con su novia más amada:

“Cómo no la va a doler la espalda”, se pregunto alguna vez Eduardo Galeano.
“Maradona tiene que cargar con una cruz muy pesada en esa espalda, que es ser Maradona. –abundó el maestro uruguayo- Es muy difícil ser Dios en este mundo, y más difícil es comprobar que a los dioses no se les permite jubilarse, que deben seguir siendo dioses a toda costa”.
También dio sus razones para comprender porque la tarea del Diego sería eterna: “Es una especie de Dios sucio y por eso es el más humano de los dioses. Porque es como cualquiera de nosotros, arrogante, parlanchín, borrachín, fanfarrón…. Estamos hechos de barro humano, así que la gente se reconoce en él, por sus virtudes, pero también por sus defectos”.

Diego ya no está entre los mortales y a todos nos cuesta creer que ello sea cierto. Seguimos hablando de Diego en presente. Y por ahí no esté mal.
Es que desde pibes nos acostumbramos a convivir con sus proezas de superhéroe. A creer que, como cualquiera de ellos, nada lo podía destruir.
Y por eso siempre tomamos como algo pasajero a cada una de sus muertes anteriores. Nos pasó en Punta del Este, o en Cuba. O ahora más cercano en el tiempo, la tarde de su internación de urgencia en una clínica platense, o la de su operación en Olivos.
Los dioses no se jubilan, ni tampoco mueren.
Por eso desde noviembre los argentinos nos quedamos sin palabras, sin nada que pudiera explicarnos que su muerte es cierta. Que esta vez es de verdad.
Y solo atinamos a ver, casi desesperadamente, cada una de las imágenes que aparecían en los canales de noticias, y de los otros también. Casi como para comprobar que todo estaba ocurriendo.
Y tanto ocurría que de a poco fuimos tomando conciencia de que estábamos ante un hecho universal.
No había lugar en el mundo, ajeno a sensaciones parecidas.
Tapas de cuanto diario del mundo comprobaban esa universalidad. Programas, hasta de cocina si quieren, que antes de explicarte cómo se debe cocinar un pan dulce, mostraba conductores que tenían que decir algo del Diego. Porque para cada uno de ellos, ese Dios humano tampoco podía jubilarse.
Por allí alguien dijo que, tal vez, en este último tiempo Maradona se estuvo despidiendo de todos nosotros. Uff, que sensación extraña recorre nuestros cuerpos ante esa reflexión. Pero por ahí, no este nada mal.

Cuando se produjo su vuelta al fútbol para asumir como técnico de Gimnasia, contamos de su alegría en este mismo espacio, dijimos algo así como que eran dos remendados que se encontraban para construir una esperanza. Un club sufrido como el platense y un Diego más cansado que en sus épocas heroicas, y por ahí un tanto frágil, necesitado de ser querido.
Y tanto fue querido en su recorrida por las canchas que cada aparición suya nos permitió a todos sentir como una especie de ofrenda de gratitud generalizada. Una gira de amor por cada estadio, que nunca le habíamos hecho. Una gira sencilla, con testimonios sencillos. Y por que no, destinados a un tipo que nunca dejó de ser sencillo, aunque caminara entre las alfombras rojas que los demás iban construyendo a su paso.

En esa gira, todos nosotros nos reencontramos sin saberlo con eso mismo que nos hizo amarlo desde un primer momento. Porque, como me dijo un amigo, con Diego ‘los imperfectos siempre gozábamos de la posibilidad de derrotar a los prolijos’.
Y en esa recorrida por los estadios de Argentina vimos también sus imperfecciones, al caminar, o al mostrarse como un tipo ganado por la sensibilidad, la simpleza y los años.

Porque Diego nunca dejó de ser pobre en sus gestos, siempre humanos, siempre a corazón abierto.

Fue pobre aunque los millones le sobraran y las tentaciones lujosas no pararan de rodearlo. Claro que también jugó en esas ‘canchas’ y fueron esas ‘canchas’ las que lo taparon de barro. En ellas sobraron los ‘jugadores’ ventajeros, que solo se acercaron por el resplandor que su luz emanaba.

Diego fue un pobre, que en el fondo nunca dejó de sentir como pobre, y también un rico que siempre tuvo la mano tendida como si nunca hubiera dejado de ser pobre.

Por eso lloraba ante el frágil. Porque en el frágil siempre veía a sus viejos. Porque nadie más frágiles que los Maradona, que dormian de a diez en una pieza para dos o tres, que comían con la necesidad de diez, pero con comida para dos o tres. Que en el plato veían un pedazo de carne ‘solo los días 4 de cada mes cuando mi viejo cobraba’.

Claro que luego de tanta ‘oscuridad’ de vida, las ‘luces malas del centro’ te pueden enceguecer!!! Pero ojo, todos sabemos que fue solo eso: un efecto del momento, que jamás cambió en Diego las sensaciones de aquel pasado de a diez.

Justo el numero 10, para recordarle siempre quien era. De donde había venido.
Y por saberlo siempre, es que tal vez se fue agotando.
Tal vez su cuerpo cansado ya no aceptaba que aquel único regalo que de pibe le hizo Don Diego, ya no podía dormirse en su mágico pie zurdo.
A los dolores históricos de su cintura, en los últimos años se sumaron los de sus rodillas. Operaciones, rehabilitaciones, esfuerzos, pero cada vez con mayores molestias a la hora de forzar el carro. Ni hablar de mimar a una pelota.

Tal vez sea cierto que, a su manera, él se vino despidiendo. Y hasta, porque no pensar, que su vida partió en julio del 2019 cuando volvió a la Argentina para operarse de su rodilla derecha. La que lo sostenía para probar malabares con su pie zurdo

¿Cómo aceptar como si nada que Dios y la pelota dejaran de estar juntos?

¿Cómo en paralelo permitirle a Dios estar cansado de serlo?

Tiempo atrás el maestro Eduardo Galeano sentenció que “Los dioses no se jubilan, por humanos que sean. Por eso Maradona nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero.
Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio”.

Como no iba a estar cansado??!!

Porque no permitirle, entonces, descansar un rato…

Sobre todo, de cada uno de nosotros…..

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