Por Laura Taffetani (referente de la organización Pelota de Trapo)
(APe).- Millones de niños y niñas en nuestro país han ido naciendo a través de cuatro generaciones de seres humanos expulsados del paraíso capitalista que el neoliberalismo ha edificado sólidamente, conformando una de las catástrofes éticas y políticas más profundas de la historia de nuestro país. En los pasillos de los asentamientos o villas, donde cobra cuerpo el verdadero infierno por donde deambulan y sobreviven nuestros pibes, han debido buscar muy tempranamente el modo de transitar su primera infancia sin un vínculo que pueda seducirlos para la vida. Desde ese contexto de infamias se puede empezar a hablar del Polaquito.
Como los adultos que pierden el conocimiento frente a un acontecimiento traumático o se tapan la cara cuando viene la escena de terror, arman el vacío en sus propias vidas para no sufrir. Aprenden a gobernar sus dolores, blindando cualquier afecto que los vuelva vulnerables, naturalizando el horror, para poder afrontar la cotidianidad y administrar las emociones que se desbordan en sus cuerpos frágiles que han de hacerse fuertes si quieren sobrevivir.
Y por esos pasillos siniestros de la exclusión afectiva no hay muchas recetas a las que echar mano. Sin duda, una de las más comunes suele ser la de lookearse la imagen que le permita cobrar presencia frente a la mirada del otro de modo de ser admirado y respetado, siendo parte de epopeyas que lejos están de los héroes que contemplan otros niños y niñas en sus pantallas de smart tv mientras se adormecen con el control remoto del confort en sus manos.
Sus héroes tienen encarnadura real y vívida, los han visto circular a su alrededor y su fin poco tiene que ver con liberar al planeta de los enemigos que quieren destruirlo, sus héroes lo odian y están dispuestos a destruirlo y además si pueden tratarán de hacerse de ese mundo al que jamás accederán de forma “adecuada”.
¿Cómo podrían de otro modo construir un mito que les permita resguardarse de la intemperie con el encogimiento de hombros que destruye su esperanza o las miradas de desdén que reflejan las pupilas de los buenos y honestos ciudadanos que los observan?
La desigualdad puede reflejarse en los fríos números que en forma esporádica y según las conveniencias suelen hacer su aparición pública. Pero cuando esa desigualdad se muestra en la vida cotidiana, en cada gesto y mirada, en el desprecio, no hay defensa alguna que pueda hacer frente a los valores que solemos exigirles a los pibes desde el lugar de almas bellas superiores en un mundo del que secretamente participamos.
Entonces, una buena manera de comenzar este análisis, es centrarse en lo que no podemos sino denominar la «economía política de los excluidos», para desarrollar la conciencia clara de qué y quién está causando verdaderamente el problema y si, como es evidente, no está en nuestro horizonte pensar en solucionarlo, comenzar a asumir y ser conscientes de que nos acercamos a una nueva era de apartheid y con territorios sometidos a una verdadera guerra prolongada.
El micrófono
En ese sentido, el micrófono que se le acerca al Polaquito y que da rienda suelta a su voz, es la fiel expresión del modo que han sufrido y sobreviven cientos de miles de nuestros pibes. Que no han tenido un solo lucero del alba que los abrace en las madrugadas en esas cárceles abiertas que rodean la periferia de nuestras grandes ciudades. Allí donde gobiernan los sistemas clientelares de turno y donde los pibes son sometidos por las bandas de delincuentes y narcotraficantes, las más de las veces en alianza con las fuerzas de seguridad y la complicidad del poder judicial.
Es cierto, a veces las caras se convierten en símbolos: no en símbolos de la poderosa individualidad de sus portadores, sino de las fuerzas anónimas que hay detrás de ellas. En ese sentido Jorge Lanata, es una fiel expresión de la forma en que los medios de comunicación refuerzan el sistema de dominación impuesto, señalando el enemigo donde no está, mostrando como causas las que son efectos de los problemas para encubrir las verdaderas y de ese modo, legitimar la violencia que genera el propio sistema.
No hay duda de que cada vez que arman este tipo de “informes periodísticos” los montajes, la edición de cada imagen o diálogo está “orientado” a ese fin. Sería sumamente ingenuo hablar a estas alturas de un periodismo independiente de parte de los grandes medios de comunicación, así como ignorar el contexto donde se desarrolla esta nota mientras se discute en el Congreso el proyecto de ley de baja de imputabilidad y la seguridad cotiza fuertemente los primeros lugares de la agenda electoral.
Pero también pareciera que nos quedaríamos cortos si le quitáramos fuerza a lo que el Polaquito dice orgulloso frente a las cámaras y nos proponemos maquillar la realidad que viven nuestros pibes reclamando el respeto de una inocencia que ya les había sido arrebatada mucho antes de nacer, ya desde el flaco vientre de sus madres. El Polaquito en su diálogo con el periodista, está denunciando, nos está denunciando y nosotros seguimos negándolo.
El Polaco sabe bien que poco podrá esperar de la letra muerta de derechos que hace tiempo que sólo cobran vida en mesas debate de expertos bien pagos o adornan sentencias impotentes y vacías frente al orden cruel e injusto en el que le ha tocado crecer, por eso se inventa su propia justicia donde él puede tener, aunque sea en forma breve y con algo de fantasía, un protagonismo que jamás tuvo ni tendrá de otro modo.
Los nosotros y nosotras, hombres y mujeres a los que esa imagen verdaderamente nos interpela y nos duele, deberíamos hacer verdadero lugar a su voz y asumir no sólo su denuncia sino también, nuestra incapacidad de no poderlo convocar, como décadas atrás lo hizo Oesterheld en el “Eternauta”, a soñar ser parte del héroe colectivo que invita a rediseñar el mundo que merece.
Quizás sea el momento de comenzar a hacerlo.
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“Soy ladrón”
«Me llamo Ignacio, tengo 17 años, soy ladrón.
Soy ladrón aunque nunca quise serlo. No lo era cuando vivía en casa con mi vieja, con mi viejo, con Mica. Soy ladrón porque quiero a Mica con toda mi alma, porque quiero que Mica me quiera.
Mica es mi hermana, tiene 5 años y sonríe más lindo que nadie en el mundo.
Hasta hace poco podía dormir. Hoy es la primera noche en la que no tenemos dónde. ¿Sentiste mucho frío alguna vez? Esperando un colectivo, caminando, donde sea. Ese frío que duele, que lastima. Ese frío, mucho frío, lo sentí durante toda la noche. No dormí. No puedo pensar. Tengo frío. Estamos en la calle. Mica y yo. Y mi viejo. Tengo cartón encima y acabo de descubrir que el cartón no abriga. Mica está tapada con toda la ropa que conseguimos. Duerme temblando.
Mi viejo dice que van a ser unos días. Que pronto vamos a tener dónde ir. Yo voy encontrar un trabajo y a sacarnos a todos de acá. No un buen trabajo: un trabajo. Cualquiera. No me hace falta pedirle monedas a nadie. Y no voy a dejar que Mica lo haga, nunca.
En sexto grado fui abanderado. Ese día mi vieja vino a verme. Fue la última vez que la vi sonreír antes de morirse. La de matemáticas me decía que tenía un montón de futuro. Pero eso no le importa a nadie. Cortar el pasto, pasear perros, atender un kiosco: parezco no servir para nada. No consigo ni un estúpido trabajo. Ninguno.
Van 23 días pero parecen muchos más. Mi viejo empezó a juntarse con unos tipos en otro lugar y aparece borracho, insulta, se va. Me pregunto de dónde saca lo que toma. Ya ni habla de irnos de acá. Pedí monedas durante unos días y recibí cientos de “andá a laburar”. ¿Dónde, dónde consigo un trabajo que me saque de acá?
Cada vez me siento más sucio: aunque me bañara durante una semana no me sacaría esta mugre de encima. Mica sí consigue algunas monedas pidiendo. Las suficientes para no morirnos de hambre. Ella me mantiene y yo me siento un inútil. ¿Qué diría la de matemáticas si me viera ahora?
Tengo algunos amigos por acá. Me dicen que hay que aspirar y robar. Que es la única forma. Que tarde o temprano voy a darme cuenta. Pero yo no voy a robar nunca. No soy como ellos. Y la única vez que aspiré pegamento, Mica me vio y se puso a llorar. No voy a volver a hacer llorar a Mica. Nunca, nunca más.
¿Cuántos días van? ¿60? ¿70? ¿Mil? Es igual, esto no tiene fin. No sé dónde está papá. Rodri, el pibe que dormía acá a la vuelta, se juntó con una bandita y ya tiene dónde dormir. “Dos veces por día”, me dice.
“Manoteás dos carteras, dos bolsillos, lo que sea, y ya está, tenés techo y algo para morfar”, me dice. “Nunca maté a nadie, el arma ni siquiera está cargada”, me dice.
¿Vos qué harías? ¿Qué harías si no podés dormir por tanto, tanto frío? ¿Qué harías si sabés que no podés bañarte, si comés sólo a veces, si Mica ya casi no sonríe? ¿Qué harías?
Yo no voy a robarle a nadie. No voy a hacerlo. Voy a sacar a Mica de acá y voy a poder mirarla a la cara. No voy a robarle a nadie. Nunca.
40 pesos
Sergio dijo que por 40 pesos consiguió esa frazada increíble con la que duerme. Que puede conseguirme una. Desde que la tiene, Sergio duerme de otra manera. ¿Yo? Yo ya ni duermo. Cada vez hace más frío y no siento las manos.
Anteayer, antes de que amanezca, pasó una vieja y no me vio. No sé que buscaba, sacó la billetera. Sólo tenía que sacársela y correr. Ni empujarla, ni asustarla: sólo sacarle la billetera y correr. Y Mica hubiera dormido abrigada y sonriendo. Hoy Mica cumple 6 años. La vieja parecía inmóvil con toda esa plata en la mano. Se me pasaron mil cosas por la cabeza. Mica, y mi abuela, y Mica, y ser ingeniero, y toda esa gente mirándome con miedo, y mi vieja, y Mica. No pude. No le robé. Nunca voy a hacerlo. No voy a drogarme ni a robar ni a hacer nada que no pueda explicarle a Mica cuando sea más grande. Perdón, Mica, por no poder regalarte nada en tu cumpleaños. Perdón por tanto, tanto frío.
Anoche no sólo llovió: anoche hizo más frío que nunca. No es que yo lo haya sentido, para mí todos los fríos son iguales. Me di cuenta porque fue la primera noche que Mica no durmió. La abracé, le hablé, la tapé con todo lo que tenemos, pero sentía sus hombritos temblar y sus ojos parpadeando. Mica no durmió en toda la noche. No es un segundo de verla sufrir. Son dos, tres, cuatro. Diez, once, doce. Cien, doscientos, trescientos. A cada segundo, Mica temblaba. Mil, dos mil, tres mil. ¿Cuántos segundos dura la peor noche de tu vida? Que salga el Sol. Que salga el Sol para que Mica deje de temblar. Es la primera vez que lloro desde que murió mamá. Perdón, Mica. Perdón.
Son las once de la noche y Mica está pálida. Hace tanto, tanto frío. La dejo con Natalia, un ratito. Natalia sabe que no tiene que fumar delante de Mica. Le hace mal. Me duele mucho la cabeza. Tengo las medias mojadas y van a tardar años en secarse. Me pica el cuerpo. Todo el día pensando en Mica, en sus ojitos sin dormir. ¿Cuánto hace que no sonríe? Necesito 40 pesos. Tengo 12 y los voy a gastar pronto para que Mica pueda comer. Nunca voy a llegar. 40 pesos no significaban nada antes. Pero, ¿cómo los conseguís cuándo no tenés nada para ofrecer? ¿Cómo?
Son las once y media y ese tipo que habla por celular tiene plata en la otra mano. Y está distraído. Mica. Creo que no me vio. Me acerco rápido. Mica. Sólo un manotazo, lo que salga y correr. Mica. Mica. Mica.
“¡Hijo de puta, chorro hijo de puta! ¡La puta que los parió, son todos iguales, negro de mierda! ¡Chorro!”.
Escucho los gritos del tipo y sigo corriendo. Freno, estoy agitado. 76 pesos. Mica va a comer y va a dormir sin frío. Me tiemblan las manos, el cuerpo, tengo la vista nublada. Pienso en mamá, en mi viejo, en la de matemáticas. Siento tanta vergüenza, y miedo, y dolor.
Me llamo Ignacio, tengo 17 años y, desde hace exactamente 25 segundos, soy ladrón»
(Autor: Martín Gonzalo Estévez, publicado Facebook por Anto Gioacchini)
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El repudio del Foro por la Niñez
El Foro por los Derechos de la Niñez, la Adolescencia y la Juventud manifiesta su repudio por el tratamiento mediático de la entrevista con un niño en aparente conflicto con la ley penal que el programa Periodismo para Todos de Canal 13 difundió el domingo por la noche.
La realización de esa entrevista así como la cobertura posterior de varios medios que la replicaron se alejan de las recomendaciones del Fondo de las Naciones para la Infancia (UNICEF) para evitar una mirada estigmatizante y que violenta a la vez derechos proclamados en la Convención Internacional de los Derechos del Niño.
El manejo de los datos personales es una cuestión a tener en cuenta. La difusión del apodo con el que se lo conoce tiende a escapar de una postura ética del ejercicio del periodismo. De hecho, el código de Ética del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) establece que “en ningún caso deben consignarse los nombres e imágenes de niños o adolescentes involucrados en actos criminales, ni siquiera por su nombre de pila, alias o apodo”.
Esto mismo remarca UNICEF en su Guía para Periodistas, lo que hace que el pixelado se muestre insuficiente. La utilización del apodo deriva a su vez en una identificación indirecta del niño que, como se marca en los protocolos citados, debe ser evitado.
La falta de consultas a especialistas así como la poca información dada sobre el contexto o los acontecimientos que llevaron a ese niño a transgredir -de acuerdo a la información divulgada- la ley penal, claramente intencional promueve e instala un debate sesgado en la opinión pública que refuerza la estigmatización y criminalización de un grupo determinado de niñxs, adolescentes y/o jóvenes. El reduccionismo de este debate impide ver la situación de pobreza del niño y sus vínculos, así como las instituciones del Estado que han estado ausente en la promoción y la protección de sus derechos. El recorte es televisivo: sensacionalista y espectacular, la policía se muestra como el único actor que conoce al niño y no hay ninguna problematización de esta vulneración de derechos.
Respecto de la denuncia que realizó el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) sobre la presunta coacción contra el adolescente para brindar ese testimonio, instamos a las autoridades pertinentes a que se investiguen todas las aristas del caso a fin de dilucidar lo ocurrido.
Exhortamos a periodistas, medios de comunicación, y organismos públicos a proteger el interés superior del niño en los casos en que su historia personal tenga difusión pública, se sigan los procedimientos para proteger su identidad y se arbitren las medidas para evitar la afectación negativa futura de la imagen de niños, niñas y adolescentes.
La utilización de este episodio mediático para seguir avanzando con la idea de bajar la edad de punibilidad en nuestro país es una muestra más de que el Estado abandona a sus niños/as y en su lugar despliega mecanismos de represión, castigo y exterminio.
Desde el Foro por los derechos de la niñez denunciamos una vez más que la niñez no es peligrosa, sino que está en peligro.
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El poder económico no cree en lágrimas
Por Carlos Saglul (para Canal Abierto)
Basta observar las declaraciones juradas dadas a conocer por el gabinete nacional en los últimos días para tener la convicción de que estamos ante la plutocracia perfecta.
No se necesita de ser “de izquierda” para saber que la causa última de la pobreza es el desigual reparto de la riqueza. Aun los organismos internacionales lo señalan: El 0,07 por ciento de la población mundial acapara el 45,2 por ciento de la riqueza. Los informes oficiales en la Argentina son más optimistas, pero igual de contundentes. El 10 por ciento de los habitantes se queda con un tercio de los recursos, que es lo mismo que debe repartirse más del 60 por ciento de los argentinos.
Es imposible hacer de una jauría de sordos centinelas de un gallinero. Las grandes fortunas argentinas crecieron prendidas de la teta del Estado, al que saquearon en convivencia con las multinacionales y la banca internacional. Sin embargo miles de personas votan un gobierno de ricos señalando que “con lo que tienen no van a robar”. ¿De dónde salieron sus fortunas? ¿De dónde siguen saliendo sino de la miseria a la que se somete a las mayorías? Es necesario insistir en describir esta ingeniería en que abundan los subsidios, la desigualdad impositiva, las licitaciones amañadas, los sobreprecios generalizados, el pago de favores.
No obstante la gente sigue creyendo. Junta tapitas para mantener abierto el Hospital Garrahan, pero vota a quienes le reducen el presupuesto. Cada vez piden menos: “roban pero algo dejan”. ¿Cómo se va generando esta “credibilidad” autodestructiva? En eso pensaba días atrás, cuando en el facebook recibí la imagen de la cronista de un canal de aire interrumpiendo su nota debido al llanto incontenible que la invadió (aunque la grabación no se detuvo), ocasionado por un niño que confesó en medio de “una nota de color” que tenía hambre. A los medios de comunicación masivos le gusta hablarle al corazón de la gente, jamás a la razón.
No se trata de describir o debatir sobre las causas que llevan al hambre de las mayorías. Sí en cambio de canalizar la inocultable y masiva presencia del hambre y la miseria a través de la caridad (jamás la solidaridad), la compasión (que no iguala o identifica). Y está también la otra respuesta de los medios. Los pobres a veces se ponen cabreros y entonces hay que salir a endurecer las leyes, darle rienda suelta a la policía brava y el gatillo fácil. Y entonces, aparecen de la mano de los Jorge Lanata chicos como “el Polaquito”.
Si hay algo que tiene la plutocracia gobernante es sentimiento de clase. Jamás traicionarán sus intereses. “Los recursos humanos se comen y se descomen”, dijo el funcionario que está a cargo del área de empleo. La piedad no maneja las empresas ni los balances. El poder económico no cree en lágrimas, las utiliza. Lo mismo pasa con los medios que financian el embrutecimiento de su público, negándole elementos para que puedan transformar su realidad en forma favorable a sus intereses.
La estupidización no surge por generación espontánea
Sin ella sería imposible este modelo.