Por el licenciado Esteban Concia
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La noticia encendió las alarmas: entre abril de 2019 y marzo de 2022 la Policía de la Ciudad de Buenos Aires utilizó las 9.500 cámaras de seguridad dispuestas en toda la capital para obtener información de más de 7,5 millones de personas, vulnerando su derecho a la intimidad sin autorización legal para hacerlo.
Lo denunció el Observatorio de Derecho Informático Argentina (ODIA), y se abrió una investigación a cargo del juez en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad Andrés Gallardo, quien suspendió el sistema tras detectar que fue utilizado para acceder a datos biométricos de personas que no estaban siendo buscadas, y ordenó una serie de medidas para determinar si estos procedimientos pudieron haber sido utilizados para realizar trabajos de vigilancia masiva e inteligencia.
Se pudo constatar que algunos referentes políticos y sociales fueron reconocidos en esas tareas ilegales: la titular de Abuelas de Plaza de Mayo Estela Barnes de Carloto y la de la Asociación Madres de Plaza de Mayo Hebe de Bonafini. También el presidente Alberto Fernández y toda la familia de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Políticos de distintos espacios, periodistas, miembros de la justicia y empresarios también aparecen identificados.
HACIA EL DISPOSITIVO DEL DATO
Los sistemas de control y disciplinamiento no son nuevos y a lo largo del tiempo se han nutrido de una mezcla de ingredientes «materiales» y «simbólicos» en su afán por mantener determinado status quo.
Hay algunas constantes que se pueden verificar en la historia: el otro como peligro, la búsqueda de la «atomización» de las clases oprimidas, quebrar los intentos de organización de abajo hacia arriba, obstaculizar la construcción de un relato/mito común de la resistencia a la experiencia de control.
Siempre, o casi siempre, hablamos de elites de la sociedad actuando frente a sectores mayoritarios de la población. El control es una herramienta para un fin más profundo: que las cosas queden en el lugar en que están.
A lo largo de la historia, lo que cambia es el dispositivo o la forma que toma, y el proceso en el que se desenvuelve la reproducción de un cierto orden. Hoy el dispositivo es el dato. Internet de las cosas, información del cuerpo (lo biométrico), cámaras, sensores, redes sociales, teléfonos inteligentes participan de una red donde, aunque la persona pudiera sentirse libre y «empoderada» como nunca, es parte de un mecanismo cada vez más invisible de control.
Miramos el teléfono entre 300 y 400 veces al día, y estamos mediados 24/7 por la tecnología de la información y la comunicación: algoritmos que nos dicen, nos dictan, nos encuadran. Lugares donde pasar nuestro tiempo libre, valoraciones de las ciudades y los espacios públicos, vínculos sociales y afectivos, comportamientos políticos y electorales. Todo es parte de un algoritmo de recomendación que supone lo que deberíamos ser de acuerdo a nuestros me gusta, comentarios y reacciones digitales.
La ciudad de Buenos Aires, la más rica del país, es de las urbes que más utiliza estas tecnologías, sobre todo aquellas basadas en nuestros datos biométricos. Sistemas que consisten en “machear” cuerpos con listados de personas provistos por el sistema judicial. Lejos de utilizarlas en un modo de inclusión para el derecho a la ciudad, están pensadas para el mantenimiento de cierto status quo.
Estas situaciones se enmarcan en lo que el pensador contemporáneo Byung-Chul Han denomina “régimen de información”; o la forma de dominio en la que la información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos económicos/políticos: ya «no se explotan cuerpos y energías, sino información y datos; el factor decisivo para acceder al poder no es ahora posesión medios de producción sino acceso a la información, que se utiliza para vigilancia psicopolítica y control/pronóstico del comportamiento”.
Una nueva etapa en los sistemas de control. Cuando Foucault describía el panóptico hablaba de régimen de aislamiento, pero ahora el régimen no explota la soledad sino la comunicación. Vigilancia ahora desde los datos. Del «control del cuerpo», de una biopolítica, a lo simbólico/emocional. Y en la medida que más datos vamos generando, existe mayor poder de vigilancia.
Un punto interesante para pensar es que en nuestras sociedades las personas no se sienten vigiladas sino libres, y ese sentimiento probablemente pueda ser la base de la dominación.
SONRÍA, LO ESTAMOS FILMANDO
Se ha demostrado que el software de reconocimiento facial, en particular, falla con demasiada frecuencia en la identificación, por ejemplo, de personas “de color o de determinado rostro”. Esto lleva en algunos casos a arrestos injustos y preocupaciones de que el software podría poner barreras adicionales a las personas que buscan trabajo, acceso a derechos sociales o crédito. Es decir, en la tecnología de datos también hay sesgo.
Empresas y gobiernos por igual están teniendo prácticas nocivas hacia la autonomía social mediante el mal uso de tecnologías. Frente a este escenario es imprescindible “desnaturalizar” el uso de los dispositivos de la información /comunicación, y poner en valor un pliego de derechos digitales, para retomar el control de nuestros datos y también discutir hacia dónde va la ganancia/riqueza que genera nuestra actividad digital. Esta será una de las principales peleas de las sociedades en los próximos años.