Por Emiliano Guido
Fotos: AFP
En la literatura política regional han emergido numerosas categorías para graficar las variantes de desestabilización pergeñadas por la derecha latinoamericana. Los partidos políticos conservadores del Cono Sur ampliaron su kit golpista, ya no necesitan tocar la puerta de los cuarteles para que el músculo castrense saque del palacio de gobierno a un mandatario popular.
Ahora, mediante “golpes blandos” activados en las butacas fías de los Parlamentos (así destituyeron a los ex presidentes Fernando Lugo y Dilma Rousseff), o recurriendo a la estrategia del lawfare en los despachos judiciales amigos (así pudieron obturar en términos electorales a Rafael Correa y Cristina Fernández), o mediante insurrecciones civiles -tal como acaba de suceder en Brasilia-, las fuerzas elitistas de la región demuestran capacidad para no adecuar los tiempos de sus intereses económicos al calendario electoral de turno.
En el mencionado menú golpista la novedad es el teatro de operaciones callejero observado los primeros días del año en Brasil. Réplica del happening antidemocrático orquestado por la base social trumpista cuando asaltó el Capitolio, la militancia identificada con Jair Bolsonaro irrumpió en los principales edificios gubernamentales de Brasilia para solicitar que las Fuerzas Armadas depongan el amanecido gobierno de Luiz Inacio Lula Da Silva.
Para el escritor y analista internacional Ignacio Ramonet, el dato significativo de la alzada ultraderechista brasileña es que: “Lo nuevo es que ahora la nueva ultraderecha es capaz de organizar insurrecciones populares como herramienta golpista para la conquista del poder”.
Existe una profusa fuente académica y periodística para leer la nueva anatomía de la derecha latinoamericana, ahora con más vitalidad sanguínea para ocupar la calle. El analista Pablo Stefanoni lo explica bien en su libro “¿La rebeldía se volvió de derechas?”: “en las últimas décadas, la izquierda fue quedando dislocada en gran medida de la imagen histórica de la rebeldía, la desobediencia y la transgresión que expresaba. Parte del terreno perdido en su capacidad de capitalizar la indignación social fue ganándolo la derecha, que se muestra eficaz en un grado creciente para cuestionar el sistema”.
El analista Claudio Katz, en su artículo La nueva resistencia popular en América Latina publicado en la versión regional de la revista Jacobin– percibe que los brotes destituyentes negros tienen una razón de ser: “La rebeldía manifestada en los recientes levantamientos populares latinoamericanos obstruyó la intervención disfrazada de los marines en países devastados como Haití. La misma lucha popular propinó duras derrotas a los atropellos intentados por los gobiernos neoliberales reciclados de Ecuador y Panamá. Pero esta gran intervención desde abajo suscita una reacción más virulenta y programada de las clases dominantes. Los sectores enriquecidos exhiben menos tolerancia a cualquier cuestionamiento de sus privilegios. Aspiran a retomar con mayor violencia la fracasada restauración conservadora de la década pasada”.
La vía insurreccional de la derecha brasileña encuentra un antecedente cercano de coronación cuando sus pares de Bolivia lograron el derrocamiento de Evo Morales tras activar un sostenido lock out empresarial en la rica región de Santa Cruz. En ese sentido, es de destacar la capacidad de reflejos demostrada por el actual gobierno de Luis Arce que logró encarcelar al gobernador santacruceño Luis Camacho por vulnerar los marcos de legalidad en el inicio de un ciclo de protestas separatistas muy semejantes al señalado.
La derecha está limada
La pulseada que se dirime a escala continental entre la denominada segunda ola progresista y las fuerzas neoconservadoras encuentra en Perú un forcejeo de manos alzadas. La resolución sigue inconclusa: Pedro Castillo y su gobierno errático han llegado a su fin; sin embargo, tras su caída, se ha articulado un heterogéneo y poderoso arco político y social con mucha capacidad de movilización. En ese marco, la mayor central sindical del país -la CGTP- protagonizó un paro nacional con movilización en Lima el último 19 de enero donde convergieron cuatro caravanas ciudadanas provenientes de las latitudes norte, sur, este y oeste del país. La última marcha federal de ese tenor fue en el año 2000 contra el gobierno de Fujimori.
En principio, la coalición política y económica articulada detrás del impeachment ha profundizado en las últimas semanas la ejecución de un programa político de tinte restaurador neoliberal. El gobierno transicional liderado por Dina Boluarte ratificó que las próximas elecciones nacionales serán en el 2024, cesó en sus competencias administrativas a más de 300 funcionarios identificadas con Castillo y, dictó el estado de emergencia a mediados de enero por treinta días en las provincias de Lima, Callao, Puno y Cuzco, también decretó una medida similar para recuperar el control en cinco rutas nacionales.
Hasta el momento, las protestas ciudadanas que reclaman el adelanto de los comicios han costado sangre al pueblo peruano: más de medio centenar de personas fueron asesinados -la mayor parte residentes del sur del país, seis de ellos menores de edad- a manos de los uniformados. Las refriegas no parecen caer en un saco roto. A mediados de enero, los gobernadores de varios departamentos asentados en la latitud sur -corazón de la protesta popular contra el Congreso y “los poderes fácticos asentados en Lima”- se mostraron solidarios con las movilizaciones y también reclamaron el adelanto de elecciones.
¿Qué razones precipitaron el golpe en Perú? Para la analista regional Telma Luzzani, la puja por los recursos naturales a nivel regional, donde Perú es una plaza codiciada, es una razón central de la embestida: “La Cordillera de los Andes es la principal fuente de depósitos minerales del mundo. Según el Instituto Geológico de EE.UU. (US Geolological Survey), Perú es el segundo productor de plata, cobre y zinc del mundo y el primero de oro, zinc, estaño, plomo y molibdeno en América Latina. Es además rico en piedras preciosas, tierras raras, petróleo, gas, litio y uranio”.