ELLAS ALIMENTAN AL MUNDO
El informe “Ellas alimentan al mundo: tierra para las que la trabajan”, elaborado por LatFem y We Effect, revela que son las mujeres rurales, campesinas, afrodescendientes, indígenas y de pueblos originarios de América Latina y el Caribe quienes alimentan al mundo. Lo hacen a diario y desde pequeñas parcelas que llevan el nombre de otros, varones siempre. Son ellas las guardianas de semillas nativas y criollas, encargadas del resguardo y la transmisión de saberes ancestrales que cobijan los suelos.
Por Mariana Fernández Camacho
Nota publicada originalmente en El Salto, España. Febrero de 2022.
La lucha por la tierra ha sido históricamente uno de los principales conflictos socioambientales, económicos y políticos en América Latina y el Caribe, la región más desigual del mundo en distribución de la tierra. Según datos de la confederación internacional Oxfam, más de la mitad de la tierra productiva en esta parte del mapa está concentrada en el 1% de las explotaciones de mayor tamaño.
Esta desigualdad impacta especialmente sobre las mujeres, porque les toca batallar contra la odiosa paradoja de alimentar al mundo —dado que representan el 50% de la fuerza formal de producción de alimentos— pero carecen de la titularidad de las tierras: siete de cada diez mujeres campesinas, indígenas, de pueblos originarios y afrodescendientes en Bolivia, Colombia, Guatemala, Honduras y El Salvador acceden a tierras para producir alimentos, pero solo tres son propietarias. Es decir, los tienen prestados, alquilados o a nombre de los esposos. Y si se vuelven propietarias, en su mayoría lo hacen en caso de quedar viudas o huérfanas.
Esta brecha de género afecta el ejercicio del derecho a la alimentación, la autonomía económica y demás derechos sociales y culturales de las mujeres rurales, cuya labor en la producción de alimentos suele ser invisibilizada y considerada parte de los trabajos de cuidados y reproductivos no remunerados.
“La tierra significa todo para nosotras. Siempre decimos: si no tenemos un espacio donde pisar suelo, no somos nadie (…) luego podemos hablar de nuestra autonomía, de nuestro territorio personal y de todo lo demás que queramos. La tierra es vida”, define Wilma Mendoza Miro, presidenta de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas de Bolivia (CNAMIB).
Separada de su cónyuge y a cargo de tres hijos, Ana Rosalía Tiul está a cargo de una pequeña finca —entre tres o cuatro manzanas de producción— donde cosecha maíz, plátano y yuca en Guatemala. Integra también el Comité de Unidad Campesina (CUC) que acompaña a más de cien comunidades en el departamento de Izabal, impulsando procesos de organización para recuperar las tierras, formación de liderazgos de mujeres y la capacitación en sistemas productivos agroecológicos.
Las campesinas nucleadas en el CUC no solo enfrentan la dificultad de acceder a terrenos en condiciones para la producción de alimentos, sino que resisten ataques de finqueros organizados que amenazan con desalojarlas, apoyados por las fuerzas de seguridad nacional.
LUCHAS DE ALTO RIESGO
Para Azul Cordo, coautora de este informe “Ellas alimentan al mundo…”, la violencia hacia las lideresas comunitarias y defensoras ambientales es una de las principales preocupaciones que surge del informe: “América Latina y el Caribe es la región más peligrosa del mundo para quienes defienden la tierra y los territorios, y esa violencia aumenta de la mano de la crisis climática y el interés por los recursos naturales. A esto se suma la impunidad en que generalmente quedan estos crímenes, sobre todo en lo que respecta a la responsabilidad intelectual, algo que funciona como efecto disciplinador y de silenciamiento”.
El 58% de las encuestadas en Bolivia, Colombia, Guatemala, El Salvador y Honduras aseguró no haber denunciado los hostigamientos y amenazas sufridas y el 83% de quienes realizaron denuncias manifestó sentir que no fueron tomadas en cuenta en su país. Entre quienes atravesaron actos de violencia o amenazas, el 50% percibió “diferencias” en el tipo de violencia “por ser mujer”.
¿PARA QUIÉN, CÓMO Y DÓNDE PRODUCEN LAS MUJERES?
En los cinco países estudiados, el 57% de las mujeres rurales produce alimentos para consumo familiar, mientras que un 36% produce también para la venta. Solo el 7% destina todo para la comercialización en el mercado. La mayoría se las ingenia, asimismo, en parcelas pequeñas —menos de una hectárea— que deben acondicionar para volverlas tierras productivas.
Por otro lado, el informe demuestra que las tierras trabajadas por mujeres son las que utilizan más técnicas agroecológicas y orgánicas: de las tierras productivas cuyo título está a nombre de una campesina indígena en Bolivia, el 60% de esas parcelas se produce con métodos agroecológicos u orgánicos y el 30% con métodos tradicionales sin insumos químicos. Lo mismo ocurre con el 43% de mujeres que poseen titularidad sobre las parcelas que producen en Guatemala y el 39% de las hondureñas.
TIERRA PARA LAS QUE LA TRABAJAN
“Ellas alimentan al mundo: tierra para las que la trabajan” pone en evidencia la falta de políticas públicas específicas para promover la titularidad individual o colectiva de mujeres sobre tierras productivas en América Latina y el Caribe. Una discriminación política y económica que ahonda históricas desigualdades de género y las eterniza generación tras generación.
Las autoras Cordo y Tibiletti apuntan a los Estados: “Es fundamental incorporar la perspectiva de género en las iniciativas de empoderamiento económico, inclusión financiera, capacitación laboral y programas de créditos para las poblaciones rurales; y garantizar el funcionamiento de mercados donde las pequeñas agricultoras puedan vender sus productos a un precio justo sin explotación y lograr su autonomía económica. En el contexto actual, esto implica considerar la situación de las mujeres campesinas tanto en las políticas y programas de recuperación frente a la pandemia como en aquellos que buscan reducir los riesgos de la crisis climática, incluyendo la protección de las defensoras de la tierra”.
Son las mujeres rurales, campesinas, afrodescendientes, indígenas y de pueblos originarios de América Latina y el Caribe quienes alimentan al mundo. Desde pequeñas parcelas que llevan el nombre de otros, varones siempre. Guardianas de semillas nativas y criollas, encargadas del resguardo y la transmisión de saberes ancestrales que cobijan los suelos. Ofreciendo sus cuerpos para poner límite al avance indiscriminado de las topadoras y los proyectos extractivistas. Cuidadoras así de lo que comemos y del planeta que habitamos. La tierra en sus manos es una deuda por saldar y una apuesta al porvenir.•