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Nota publicada el 04 / 08 / 2022

Envenenados de odio

Por Sofía Acosta

A primera vista, la “performance” del 9 de julio, el mismo día del aniversario de la independencia de Argentina, de un minoritario sector de la oposición, que llevó una guillotina a Plaza de Mayo pareció ingeniosa, al menos creativa. Sin embargo, basta remitirse a los hechos ocurridos el 6 de enero pasado, en Washington, cuando un grupo de simpatizantes del ex presidente Donald Trump irrumpieron en el Congreso de Estados Unidos. Minutos antes, una horca fue levantada en las inmediaciones. El saldo del asalto al Capitolio fue de cinco muertos.

Este tipo de intervenciones en el espacio público no son exclusivas de los grupos de derecha de nuestro país. La simbología elegida por grupos de extrema derecha para amedrentar a los gobiernos de turno tiene que ver con la tradición de cada país. En Argentina la guillotina, en Estados Unidos, la horca. Los discursos de odio en la actualidad, tanto en el hemisferio sur y como en el norte también son similares: desprecio a las mujeres, violencia y xenofobia, entre otras insignias.

Nos propusimos entonces reflexionar cómo se construyen y reproducen los discursos de odio en nuestro país. Desandar un camino que en nuestra cultura tiene un fuerte origen en el antiperonismo

¿Cómo se podrían definir los discursos de odio?

Según un informe realizado por el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA/Lectura Mundi), dirigido por Ezequiel Ipar, se los comprende como: “Cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas en función de la pertenencia de las mismas a un grupo religioso, étnico, nacional, político, racial, de género o cualquier otra identidad social”.

 ¿Qué impulsa a estos grupos a manifestarse en el espacio público?

Para Esteban Rodríguez Alzueta, docente e investigador de la UNQ, director del Laboratorio de estudios sociales y culturales sobre violencias urbanas (LESyC) y director de la revista Cuestiones criminales, este tipo de manifestaciones en nuestro país, tiene que ver con una tradición antiperonista: “La violencia puesta en juego en la marcha del 9 de julio es la expresión de un gorilismo perenne, que se transmite de generación en generación. En la Argentina no existe el antisemitismo porque existe el antiperonismo, pero cumple la misma función que ha tenido históricamente en otros países: es una manera que tienen algunos sectores medios y medios altos, de reproducir las desigualdades sociales, de autopostularse en el lado del “bien” que se arrogan con mucha pereza y violencia para ejercer la exclusión”.

Si bien resulta arriesgado ubicar la intencionalidad última de este tipo de discursos políticos agresivos, pareciera que el fin es desestabilizar al gobierno o al menos eso intentan. 

Desde una óptica sociológica, Ezequiel Ipar, quien además es investigador de CONICET, señala que es difícil desandar el objetivo final de estos grupos que incluso durante la cuarentena, fueron los únicos que se manifestaron en el espacio público: “Habría que repensar qué significa desestabilizar a un gobierno. Por un lado, toda oposición busca que al gobierno no le salgan bien las cosas, que sus valores y no los del partido político que gobierna sean los que imperen más allá de otras propuestas políticas. Hay una idea de desestabilización que puede tener significado del propio juego de oficialismo y oposición. Por otro lado, nos podemos estar refiriendo a la desestabilización institucional y finalmente a incitación a formas de quebrar la continuidad del gobierno electo democráticamente. Eso fue lo que pasó en Estados Unidos y se podría decir que hay una especie de mímica en algunos actores políticos locales”.

Prevalece entonces, la idea de que se trata de grupos antidemocráticos, impulsados por algún tipo de resentimiento u odio, hacia personas afines a un partido político con el que no coinciden. En Estados Unidos, estos grupos de extrema derecha fueron alentados por Donald Trump, quien no reconocía haber perdido las elecciones y denunciaba fraude. En Argentina, entre otras figuras, las movilizaciones fueron lideradas por Luis Brandoni y Baby Etchecopar, ambos afines a la Unión Cívica Radical. 

“Este tipo de marchas se pueden caracterizar como una exacerbada intolerancia de corte autoritario-fascista. Tiene muchísimas hebras de un autoritarismo compulsorio. Quienes se movilizaron con la guillotina, felizmente fueron pocas y pocos, pero el problema son los detractores detrás de esa banda. Ahí se impone todo el peso que tenemos, de exigir una punición. Estar amenazando de muerte es gravísimo. En otros países, las amenazas a mujeres llevan a una punición de cárcel. Los detractores más aglutinados y expresivos están detrás del escenario y hay algunos que felizmente no consiguen tanto apoyo, pero es una manifestación antidemocrática, autoritaria y de hebras fascistas”, señala Dora Barrancos, investigadora, socióloga e historiadora feminista.

¿Cómo circulan los discursos de odio?

Figuras públicas, medios de comunicación y redes sociales, podría ser la fórmula más cercana para definir cómo estos discursos saltan de la esfera privada a lo público. De una red social, a participar en una marcha. 

Uno de los ejemplos más evidentes una vez más es el de Estados Unidos, durante la presidencia de Trump. El ex mandatario utilizaba la red social Twitter desde que despertaba para enviar mensajes al mundo. Sus tweets movían mercados, incluían grandes anuncios de su Gobierno o llamaban a movilizar por fraude. Finalmente, su cuenta fue suspendida. 

“Cómo circulan los discursos de odio es muy complejo y muy simple. Es complejo porque es buscar causas y no nos conduce a ningún lado, no hay un único responsable, un único medio tecnológico de difusión de los discursos de odio. Y es simple, porque conocemos el circuito y va de determinados actores claves, a actores políticos, que tienen mucha capacidad de enunciar discursos públicos; pasa por algunos medios de comunicación; se disemina en redes sociales y de las redes sociales vuelve a esos actores que tienen mucha capacidad de expresarse en el espacio público. Hay como una especie de círculo vicioso”, indica Ipar.

Si se ahonda en el modus operandi de las redes sociales y qué tipo de contenidos circulan más, lamentablemente los grupos de derecha y anti democráticos tienen ventajas: los flujos de información que más likes reciben, se comparten o viralizan, se vinculan a hechos de connotación negativa. Por lo tanto, la comunicación y convocatoria de estos grupos en redes sociales, muchas veces, es más exitosa. 

“Las plataformas digitales tienen sistemas de distribución de contenido basados en fórmulas matemáticas. Si un contenido tiene muchas interacciones, se muestra más y se viraliza. Y para que un contenido tenga muchas interacciones necesita tener un componente emocional fuerte. El enojo, disgusto, ansiedad, todas esas narrativas son muy emocionales entonces es el combo perfecto. Reaccionamos más ante esas situaciones y esto hace que un contenido de odio funcione con mucha trascendencia en las redes. Además, los sistemas de moderación suelen ser endebles, y están basados en un principio de no responsabilidad por parte de las empresas. Basta mencionar la sección 230 de la Ley de comunicaciones de EEUU (sede de varias de las plataformas) que exime a las aplicaciones de responsabilidad editorial/legal sobre el contenido que circula en ellas”, señala Esteban Concia, Licenciado en Comunicación Social.

Del Informe LEDA, sobre discursos de odio, también se desprende un dato llamativo: los “millennials” (personas de entre 24 y 40 años) son los que registran mayores grados de acuerdo y disposición a emitir o replicar discursos de odio (31,1%): “Una posible explicación de este fenómeno podría ser la mayor exposición de esta generación a los algoritmos de la comunicación digital, con sus formas violentas de clasificar e intervenir en el espacio público. La otra explicación señala, sin duda, al terreno de la economía: problemas de integración al mercado de trabajo, así como el hecho de tener que enfrentar un nuevo mundo social de fricciones e inestabilidades producto de la lógica de la competencia actual. Ambas explicaciones pueden, en realidad, resultar complementarias”, indica el informe.

El odio por maximización de género 

´Chorra´, ´yegua´, ´Argentina sin Cristina´, fueron algunas de las frases escritas en los carteles que acompañaron la movilización del 9 de julio. La marcha de la guillotina. El mismo día de la celebración de la independencia de nuestro país. Los slogans no son novedosos ni mucho menos. 

Desde que Cristina Fernández de Kirchner asumió la presidencia en 2007, la oposición utilizó todo tipo de frases para atacarla por su condición de mujer. También es blanco de ataques en las redes sociales la Legisladora por el Frente de Todos, en la Ciudad de Buenos Aires, Ofelia Fernández, quien además posee la característica de ser la candidata más joven en Latinoamérica en haber ocupado un cargo. Su nombre, al menos una vez al mes, es tendencia en Twitter por los mensajes de odio.

“El odio por maximización de género tiene objetivos claros en materias de algunas figuras políticas. En la actualidad, el caso concreto es Cristina Fernández de Kirchner. Hay un depósito en el que se arrojan hazañosas manifestaciones de deseos de muerte, amenazas y por eso decimos que ahí hay una composición inequívoca de género. Porque no es el mismo ensañamiento que el que se destina a las figuras masculinas de la política. Aunque una horca, una guillotina, comprende a todas y todos, sobre todo a quienes tienen responsabilidades en distintos cargos, hay una clara referencia centrada en la figura en donde se maximiza la expresión de lo odiante”, señala Dora Barrancos.

El odio se amplifica por cuestiones de género, genera más rechazo, mayor repudio y un incremento en la violencia y ensañamiento. Tampoco ha sido Cristina la primera en ser defenestrada por su condición de mujer. Basta retrotraerse 70 años atrás, para verificar que cuando Eva Duarte de Perón asumió como primera dama, sus opositores ya se referían a ella como ´yegua´ o ´puta´. Y cuando agonizaba, se leía en las calles, pintadas repetídas sobre las paredes, como organizadas: “Viva el cáncer“. 

“Estamos hablando de una situación, de un fenómeno, que se revela sin solución de continuidad mientras existan órdenes de pensamiento, conductas patriarcales, que no son sólo una circunstancia tácita de los varones. Los varones son responsables pero su extensión que más escandaliza es la que se refiere a cierta estabilidad patriarcal en cuerpos femeninos”, reafirma Barrancos. 

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