Las góndolas exhiben una inusitada exposición de marcas extranjeras a precios bajos. Entre changuitos exangües y etiquetas políglotas, la Argentina inicia una geografía comercial donde conviven jubilados indigentes y ciudadanos eufóricos por acceder a snacks estadounidenses o chocolates franceses.
Por Redacción Malas Palabras
Ilustración: Juan Soto
Jueves, 19:30 horas. Afuera cae la noche sobre el centro de La Plata, adentro del supermercado Carrefour reina un ambiente frío, casi de sanatorio clínico. No es día de descuentos con tarjetas bancarias ni de promociones con billeteras digitales. Las luces led blanquean los pasillos semivacíos, el murmullo de los parlantes con música suave suma una cuota de desamparo.
A la derecha del ingreso, donde solía haber una góndola repleta de golosinas criollas -alfajores, turrones baratos y caramelos de kiosco- hoy reina otra postal: paquetes brillantes con letras foráneas, envoltorios que huelen a shopping y etiquetas que parecen transacciones de tasas de cambio.
A la derecha del ingreso, donde solía haber una góndola repleta de golosinas criollas -alfajores, turrones baratos y caramelos de kiosco- hoy reina otra postal: paquetes brillantes con letras foráneas, envoltorios que huelen a shopping y etiquetas que parecen transacciones de tasas de cambio.
Una caja de las tradicionales Petit Écolier, el clásico francés que combina una base de manteca con una generosa lámina de chocolate negro, se destaca por su elegancia entre los pisos gastados y las luces gélidas del supermercado. Más abajo, las galletitas uruguayas Bridge y los frascos de Nutella & Go comparten espacio con snacks de acento norteamericano como las Pringles sour cream & onion, importadas desde EE. UU.
Entre los productos recién llegados a las marquesinas se destacan el aceite de oliva español Carrefour Extra, la cerveza alemana Mecklenburger, tomates perita italianos en lata, las pastas secas Giuseppe Ferro y la yerba uruguaya Canarias. A eso se suman productos lácteos, conservas y vegetales congelados, que buscan competir —al menos en el discurso oficial— con precios cercanos a los nacionales. Pero qué dice el ticket: un pan lactal Bauducco cuesta $3.500, mientras su par Visconti se ofrece a $2.999. Una caja de fideos importados va de $1.800 a $3.000, un té premium roza los $6.000 y un frasco de café colombiano Juan Valdez, de apenas 250 gramos, trepa a los $25.700.
El avance de los productos importados es evidente, y la escena se vuelve más explícita a medida que se recorren los pasillos: latas de almejas Galica, salsa de tomate Pomi Polpa a Cubetti, bolsas de café de Starbucks por más de veinte mil pesos, frascos de salsas asiáticas y especias que, hasta hace poco, eran exclusivas de chefs o viajeros. Todo cuidadosamente exhibido, como si se tratara de una tienda gourmet, más que de un supermercado de barrio.
“De todo esto, no veo que se venda nada”, dice un cajero joven, flaco, de pelo castaño, con la remera gris y roja del comercio, sin apartar la vista de la cinta transportadora. Y en esa frase se condensa una paradoja de época: góndolas rebosantes de etiquetas extranjeras que seducen, pero no rotan.
“De todo esto, no veo que se venda nada”, dice un cajero joven, flaco, de pelo castaño, con la remera gris y roja del comercio, sin apartar la vista de la cinta transportadora. Y en esa frase se condensa una paradoja de época: góndolas rebosantes de etiquetas extranjeras que seducen, pero no rotan.
La mirada desde abajo
En medio de la marea de productos importados, Lilianna Cereda, una jubilada de 71 años, recorre las góndolas con una mezcla de resignación y observación aguda. Ve los frascos con etiquetas en francés, las galletitas italianas, las marcas de café colombiano, pero no los pone en el changuito.
“Mi costumbre es observar, ya que no tengo un poder adquisitivo que me permita llevar lo que me guste. Las marcas para mí son invisibles, a priori no me convencen ni por las propagandas ni por su imposición. Mi realidad es que adquiero lo que me sirve: siempre que no supere mi ‘cuota diaria’ de consumo”, le dice a esta revista.
El “lujo” para ella no es una marca extranjera ni un producto gourmet: es cerrar el mes sin sobresaltos. “Consumo lo que está a mi alcance. Realmente comparo entre un sitio y otro, camino y me asombro de las diferencias que hay en las góndolas de los supermercados. El nefasto aumento de los impuestos hace que tenga que llevar un registro de consumo diario”, explica con precisión contable.

En su rutina diaria, Lilianna encarna el otro rostro del consumo en la Argentina: el que no aparece en los rankings ni en las estadísticas de boom importador, pero que es preponderante en los pasillos silenciosos de los supermercados.
Milagros, de 35 años, comunicadora social y digital, cuenta a Malas Palabras que carece de una rutina fija de consumo, pero que en ciertas visitas a grandes cadenas aprovecha si ve algo tentador en oferta. “Si encuentro productos importados a buen precio, los llevo. Me pasó con fideos italianos, dulce de leche uruguayo o alguna cerveza extranjera que me tienta para probar sabores distintos”, relata. Aunque aclara que no lo hace de manera habitual: “No lo vivo como una amenaza a la industria nacional. No es un consumo regular, depende mucho del precio y de que me cierre en el momento. Siempre está esa condición: que sea accesible para el bolsillo”.
«Si encuentro productos importados a buen precio, los llevo. Me pasó con fideos italianos, dulce de leche uruguayo o alguna cerveza extranjera que me tienta para probar sabores distintos”.
Milagros, 35 años, comunicadora social y digital.
La lógica no se limita a la góndola de los alimentos. En el consumo cotidiano, la invasión importada también se siente en el cuerpo: la ropa nacional pierde terreno ante plataformas como Shein, que con precios difíciles de igualar y envíos directos desde Asia ya modificó los hábitos de compra de miles de argentinos. Camisas, remeras y bijouterie llegan por correo a valores que ni las fábricas locales pueden replicar. El fenómeno —bautizado como el “efecto Shein”— golpea a la industria textil nacional, pero alimenta una fantasía global de acceso a bajo costo.
“Con las nuevas regulaciones me estoy animando a comprar un poco más, aunque de a poco. Estoy probando con páginas como Shein, Alo Yoga, Amazon o algunas marcas de maquillaje, y uso algún courier privado -servicio de mensajería y transporte de entrega rápida y segura- para traer todo. Incluso así, sigue siendo más barato que comprar lo mismo en Argentina en la mayoría de los casos”, asegura a Malas Palabras Julieta, empresaria, de 29 años.
Récord sobre ruedas
Mientras jubilados como Lilianna hacen malabares para sostener el changuito, en el otro extremo del consumo argentino avanza una postal bien distinta: el 2025 podría convertirse en un año récord de patentamientos de Ferrari en el país. Hasta ahora se registraron seis unidades, y hay otras siete más en trámite, lo que proyecta un total de al menos 13 autos de lujo antes de fin de año. El contraste con años anteriores es notorio: en 2023 y 2024 no se patentó ni una sola Ferrari.
Mientras jubilados como Liliana hacen malabares para sostener el changuito, en el otro extremo del consumo argentino avanza una postal bien distinta: el 2025 podría convertirse en un año récord de patentamientos de Ferrari en el país. Hasta ahora se registraron seis unidades, y hay otras siete más en trámite, lo que proyecta un total de al menos 13 autos de lujo antes de fin de año.
Según publicó el sitio especializado Motor1.com, si se aprueban los trámites pendientes, este año superará incluso el récord de 2014, cuando se registraron siete unidades. Esta expansión del consumo de alta gama encuentra su explicación en una medida concreta: el ministro Luis “Toto” Caputo redujo este año los impuestos internos que gravan a los vehículos más caros. Hasta febrero, los autos que superaban los 75 millones de pesos tributaban un 35%; desde entonces, esa carga se redujo al 18%.
“Así como todos tienen su Manaos, todos van a tener su Victoria Secret. El consumidor argentino está sediento de innovación, porque durante muchos años le faltó eso al mercado local”, apunta días atrás el consultor especialista en tendencias sociales y de consumo, Guillermo Oliveto, en diálogo con Infobae. “Este es un gobierno que ajusta no por control, sino por competencia. La llegada de lo importado va a acelerar, porque hoy el salario formal en dólares es el doble que en 2023”, completó Oliveto.
La escena está servida. Habrá que ver quiénes pueden sentarse a la mesa.