Por Laureana Buki Cardelino
Foto: Alejandra López
Su trabajo como novelista incluye el rescate de personajes históricos, además de una profusa renovación del lenguaje. La pregunta por el futuro y la literatura en torno a su última novela Las niñas del naranjel – anclada durante el colonialismo de la Corona española- son algunos de los tópicos de esta conversación.
La última novela de Gabriela Cabezón Cámara toma la historia de Catalina de Erasmo, la monja alférez que se vistió de varón, vino a América, cometió diversos crímenes, volvió a Europa y fue bastante célebre, y finalmente retornó a América, donde se le perdió el rastro. Cabezón Cámara sitúa a este personaje llamado Antonio en la selva misionera, en una huída que es, a su vez, una búsqueda y una transformación.
–Buscar una etapa de gran cambio en la cultura de la humanidad para situar la novela me pareció un desafío interesante para un lector de hoy, ¿cómo fue que llegaste a tramar el texto de esa manera?
–El personaje, si vos lees la autobiografía, es un monstruo horrible, una especie de gran criminal y genocida, con un lenguaje muy de acción.
Yo pienso mucho en la selva, en la tierra, en el tejido de la vida de la tierra, y entonces no puedo menos que pensar también en el colonialismo, ¿no? En su etapa más histórica, en el sentido de la etapa en la que es así nombrado, y en la etapa contemporánea que es bestial, digamos. Todas las políticas de extractivismo que padecemos en este país son feroces, son muy crueles. No empezó con esta ladilla que nos gobierna hoy. Y entonces también eso me lleva a preguntarme por la la posibilidad de que nuestras subjetividades fueron formadas en esta máquina de muerte que es Occidente, formadas en una posición alienada.
Porque nos sentimos como centro y como occidentales, y la verdad que somos nosotros los otros de eso, pero igual nos sentimos muy parte les argentines especialmente y bueno ¿qué hacemos con esas cabezas constituidas en esta especie de religión mortífera que es la cultura occidental?
–De hecho la palabra transformación está presente en la novela, también el lenguaje como estirado, buscándole cosas nuevas, parodiando ciertos registros, trayendo cosas nuevas también, el guaraní y los modos de narrar de la Edad Media, algunas menciones a libros también muy icónicos y todas esas cosas están como transformadas, hay una búsqueda ahí con el lenguaje.
– Sí, es como un juego, claro, no hay ningún castellano antiguo. Hay pocas palabras en guaraní y hay gente que me dice las partes en guaraní. ¿Qué parte? Es un gran juego, una exploración. Las palabras tienen que hacer la sustancia del asunto, no puede estar contado como contaría otra cosa que fuera distinta.
–Llegaste al personaje de la monja alférez por un cuadro, de casualidad. ¿Cuánto tiempo estuviste escribiendo la novela?
–Seis años. Yo lo que tenía claro era que quería seguir en la selva, que es donde termina la China Iron (menciona una de sus novelas), y que estaba interesada en esta dicotomía tan cara a nosotres les argentines que es civilización y barbarie, que estábamos viviendo eso, y bueno otra vez el extractivismo, el colonialismo. Realmente, es algo que me preocupa muchísimo y en un momento me acordé de este personaje, me acordé del cuadro y pensé, bueno, este personaje puedo usarlo como de embudo, como canal de todas estas inquietudes, y después estuve años escribiéndolo porque me salía muy oscuro, una cosa espeluznante y yo necesitaba algo de luz, yo personalmente.
En un momento me acordé de este personaje, me acordé del cuadro y pensé, bueno, este personaje puedo usarlo como de embudo, como canal de todas estas inquietudes, y después estuve años escribiéndolo porque me salía muy oscuro, una cosa espeluznante y yo necesitaba algo de luz, yo personalmente.
Además hay un montón de cuestiones políticas, ¿no? como esto que dice Mark Fisher (ensayista británico) que es más posible imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. A mí me parece que tenía que tener otras imágenes, o en todo caso yo tenía ganas, y al libro le venía bien, lo que termina pasando, surge del libro mismo, de la misma novela. Lo mismo con el juego con la lengua, también me parece una apuesta política jugar, dejarte llevar por cuestiones que no son sencillamente cadenas lógicas o causas narrativas muy claras.
– ¿Sos de corregir mucho? ¿Sos metódica para escribir?
–Soy un bardo chino. Todos los días de mi vida intento ser metódica y todos los días fracaso, ya ni lo intento .
–Hablemos de El mundo alucinante, la novela de Reynaldo Arenas, que es un libro muy delirante y musical, y una referencia tuya a la hora de escribir Las niñas del naranjel.
– Para mí él, y Libertad Demitrópulos, y Guimaraes Rosa son como el quid de la felicidad. Lo leí 500 veces, es una locura, es un libro que es una novela en el sentido más pletórico de la palabra novela, como si no tuviera límite, como si fuera algo orgánico y fluido.
A mí me parece que escribir es buscar la musiquita, hay gente que la encuentra. Reynaldo Arenas la encuentra mucho. Guimaraes Rosa también y Libertad Demitrópulos en El río de las congojas también.
A mí me parece que escribir es buscar la musiquita, hay gente que la encuentra. Reynaldo Arenas la encuentra mucho. Guimaraes Rosa también y Libertad Demitrópulos en El río de las congojas también.
–Son todos libros que tienen lindas imágenes, paisajes. En tu novela hay mucho humor.
– Está bueno jugar con todo. Las cosas en la cabeza no están ordenaditas y separaditas. Te dejás ir y va pasando cualquier cosa con cualquier cosa. Trabajar con criterios no tan previsibles
–Resulta interesante que el personaje central de la novela busque un naranjel, ¿de dónde sale esa idea?
–Del villancico ese de la Edad Media, y no sé cómo me apareció a mi. Es como el dorado, el oropel, es algo que no hay en la selva, además porque es lindo.
–Se observa una referencia al cine de Miyazaki.
–Me parece que para él, y eso es algo que yo también busco, el paisaje no es un paisaje, es la trama de la vida en la que están insertos los personajes. Nosotros nos fijamos más en las historias humanas, porque somos así pero no es lo más importante. Max Frisch dice que las novelas de esta época se centran en las emociones y relaciones de los humanos, pero olvidan la Tierra, como si la Tierra fuera de una vez y para siempre.
Hay gente ocupándose de lo que hay que ocuparse, pero es muy loco, como un síntoma de la locura que estamos viviendo que el colapso de la tierra no ocupe más lugar, no se escriba más, no se cante más, hay algo ahí de loco total.
–Además se discute la certeza del cambio climático.
–Yo de la derecha espero cualquier cosa, pero de gente que no es de derecha es más asombroso. La derecha está acelerando el colapso, pero a los otros tampoco les importa y me parece que ahí hay algo muy fuerte operando. No se soluciona transformándose en un monje budista, hay que parar a las grandes corpos, hay que parar a las mineras, las petroleras, las tecnológicas.
La derecha está acelerando el colapso, pero a los otros tampoco les importa y me parece que ahí hay algo muy fuerte operando. No se soluciona transformándose en un monje budista, hay que parar a las grandes corpos,
La clase dirigente argentina, que no parece toda igual, tampoco tiene casi ninguna práctica que tuviera en cuenta el colapso, que vos tenés derecho a vivir en un pueblo y que no te rocíen la cabeza con glifosato.