Fabián Casas es un escritor que procura ir contra la corriente. Acaba de publicar el poemario de un escritor ficticio: “Los poemas de Boy Fracassa”, además reeditó un compilado de cuentos -“Una serie de relatos desafortunados”- a los que buscó dar una segunda oportunidad tras una primera publicación “fallida”. A continuación, Casas en estado crudo y despojado habla sobre literatura, el valor del error en la escritura, las malas lecturas y una mirada singular sobre la disputa Borges – Perón.
Por Walter Lezcano
Profesor de literatura, escritor y poeta
Fotos: Santiago Oroz
De un tiempo a esta parte, el reconocido y premiado escritor Fabián Casas (Boedo, 1965) transita un camino al que llama “despersonalización”. Su recorrido empezó con el periodismo (Clarín, Olé y El Gráfico), la poesía (“El salmón”, “Tuca”, “Pogo”) y siguió con la narrativa (“Los Lemmings”, “Ocio”, “Titanes del coco”, “El parche caliente”). Ahora, se dirigió hacia otras zonas creativas: columnas inclasificables en diversos medios (reunidas en “Breves apuntes de autoayuda” y “Papel para envolver verdura”), conducción de programas de streaming (“Picnic Extraterrestre”), dar talleres de escritura o escribir guiones fílmicos. Pero, siempre vuelve su lugar de origen porque acaba de publicar “Los poemas de Boy Fracassa”, un poemario de ficción donde inventa al poeta del título, y “Una serie de relatos desafortunados”, cuentos de distintas épocas que van de los 90 hasta nuestros días.
Es una gran oportunidad para juntarse con Casas y ver cómo lleva adelante la escritura en estos momentos donde su despersonalización es un viaje sin retorno porque, asegura, la personalidad es “una condena”. Nos cita en una pequeño bar de Colegiales, en el punto intermedio entre su casa y el espacio donde imparte talleres. Es un día frío de junio y dice para empezar: “Los negros no estamos hechos para el frío”. Y larga una risa contagiosa que se repetirá a lo largo de charla. Dice que no le importa el devenir de su obra, que cuando morimos no hay nada después, pero sí le importa -y mucho- el presente y mejorarlo. Desde ahí comienza esta charla.
-¿Cómo pensaste el armado de Una serie de relatos desafortunados?
-En principio, el libro salió antes de la pandemia por la editorial Eloísa Cartonera. Osvaldo Aguirre me pidió un cuento para una revista. Empecé a buscar y encontré cuentos que eran de diferentes épocas. Relatos que no había publicado porque me parecía que no funcionaban, que eran malos, no me satisfacían. Decidí juntar esos relatos y hacer un prólogo contando por qué me parecía que no funcionaban, y hablar de los momentos en los cuales los escribí. Está esa sensación de poner elementos que no siempre funcionan, pero a los cuales deseo que la gente complete, mejore, copie, o haga otra cosa. Eso me parece potente.
“Está esa sensación de poner elementos que no siempre funcionan, pero a los cuales deseo que la gente complete, mejore, copie, o haga otra cosa. Eso me parece potente”
-Para esta versión sumaste dos cuentos nuevos.
-El libro estaba publicado por Eloísa y se agotó. Después Planeta lo quiso sacar. Y encontré otra carpeta donde está el primer cuento que escribí: “La limpieza”. Y después otro cuento que yo había escrito mientras escribíamos la película El Jockey, porque lo que nos pasaba era que trabajábamos mucho tiempo y en un momento no avanzábamos. Yo escribía relatos como para desbloquearme. Entonces quedó ese cuento: “La cárcel”.

-¿Ves evolución de tus primeros cuentos al último?
-Yo no pienso mucho en la evolución. Sí, pienso en las variaciones que hago con respecto al texto, y que tienen que ir cambiando. Si hay algo que a mí me atrae es hacer cosas que no se sabe bien qué son, que dan vergüenza ajena, que por ahí no sabés al principio si vas a poder manejar. Por ejemplo, en El Parche Caliente escribí sobre un lugar y una situación en la que nunca había estado.
También en Titanes del Coco hay una ruptura con los relatos que venía escribiendo hasta ese momento. Inclusive, cambian los personajes en un mismo capítulo. Todas esas cosas son como pruebas que voy haciendo a medida que voy escribiendo. Después escribí Los poemas de Boy Fracassa que son poemas que ni siquiera firmé yo. Es alguien que vive en el Amazonas, que está ahí. Ni siquiera me interesó firmarlo. Le escribí un prólogo. No sé si es una evolución, pero es una modificación de los lugares desde donde uno empieza a narrar.
-Es muy difícil asimilar que el autor de estos libros es el mismo que escribió los guiones de tus películas.
– Pienso que una de las cárceles que nosotros tenemos es la personalidad. Es una condena, la personalidad. Por eso, la mayoría de las personas no podemos viajar, porque viajamos con nuestra personalidad, y eso te agobia. También la personalidad de escritura. Entonces, cuando identificó la personalidad de escritura trato de despersonalizar, de correrme de esa personalidad. Es como un trabajo constante para mí: tratar de desmarcarme todo el tiempo de la personalidad. De lo que vos pensás que es la literatura, de replantearte todo de nuevo.
“Pienso que una de las cárceles que nosotros tenemos es la personalidad. Es una condena, la personalidad. Por eso, la mayoría de las personas no podemos viajar, porque viajamos con nuestra personalidad, y eso te agobia. También la personalidad de escritura. Entonces, cuando identificó la personalidad de escritura trato de despersonalizar”

-En ese camino de personalización se puede ir sosteniendo algunas obsesiones, ya sean nombres, o incluso algunos temas.
-La repetición nunca es completa: una repetición siempre trae otra cosa, nunca es lo mismo. No sé, nunca es la misma Navidad. Es un plomo, pero nunca es la misma Navidad. Nunca es el mismo Año Nuevo. Nunca es el mismo invierno. Por eso, en el prólogo puse ese epígrafe tan hermoso de La piel de caballo: “El recuerdo del verano maravilloso. Se va a ver otro verano, pero no hay repetición del verano”.
-En el prólogo de los Relatos desafortunados se habla de las situaciones económicas y las condiciones de escritura.
-En ese momento tenía que pagar las expensas, entre otras cuentas a saldar. Entonces, me acuerdo que lo que me movió a publicar el primer cuento fue que necesitaba plata. A mí no se me cae ningún anillo. Puedo hacer cualquier cosa, puedo laburar de lo que sea. No tengo miedo a perder el trabajo, eliminé ese temor. Después, cuando tuve nenes y todo, y tenés que mantener a la familia, sí: tenés que hacer un montón de cosas. Yo era jefe de El gráfico, echaron a Mariano Hamilton y me tenía que quedar con su laburo. Y renuncié. Me quedé dos años sin trabajo. Fue en 2001. ¿Sabés qué hice? Puse un puesto con toda la ropa que me había traído de Iowa, cuando fui a Estados Unidos, y vendía en la feria mi ropa.
“Me acuerdo que lo que me movió a publicar el primer cuento fue que necesitaba plata. A mí no se me cae ningún anillo. Puedo hacer cualquier cosa, puedo laburar de lo que sea. No tengo miedo a perder el trabajo, eliminé ese temor”
-¿Qué te parece esta época que vivimos?
-Vivimos en una época de una banalidad descomunal. Si bien en la época pasada también existía eso, a mí me encantaba Led Zeppelin, me encantaba un montón de gente. Vos tenías gente a la que admirabas, pero no había ese fanatismo. No existía esta cosa que me parece muy momentánea, como decía Andy Warhol: gente que es famosa por 15 minutos y pone toda su vida en eso. Me parece que la persona tiene que darse cuenta de que todos pueden ser geniales. Entonces, está la fábula del elegido: que hay alguien que sabe escribir cuentos y alguien que no. Yo no lo creo. Lo veo todo el tiempo.
-Hay una valorización del error en la escritura en estos dos libros tuyos que acaban de salir.
-Las lecturas que no son buenas son las más productivas. Baudelaire, que no sabía bien inglés, lee a Poe. Y, precisamente, a través de Baudelaire llega al alucinatorio de Mallarmé, y después va a Valéry. Les costaba traducir, pero les interesaba sobre todo la parte textual donde Poe explica cómo escribió El cuervo. Entonces, ¿qué pasa ahí? Entra la construcción especulativa, que va a ser muy fuerte en Francia y que va a continuar con toda la French Theory. Toda esa gente está impregnada de esa construcción que empezó, para mí, con Baudelaire. Y acá, más o menos lo mismo: Oscar Masotta no sabía francés, y sin embargo introduce a Lacan en Argentina. ¿Cómo carajo lo hizo? Claramente leyó mal. Pero al leer mal, se volvió genial.
Entonces, el problema de Borges no era que era un aristócrata al que Perón le sacó cosas. Perón no le sacó nada. El problema de Borges y Perón era literario. Borges identifica que el único que lo confrontaba en términos de ficción era el peronismo. Porque vos no llegás al poder sin una ficción. Si no producís ficción, no llegás al poder. Y la ficción que había construido Perón era impresionante, y era la que confrontaba a Borges. Para mí, la discusión que los separaba era un choque literario, una discusión técnica.