Por Julián Pilatti.-
No te la saques. Dejatela. Que trae buena suerte. No la mates, pedí un deseo y soplá.
Vaquita de San Antonio, bichito inocente, tu mano infante, tus tardes de verano con amigos, la pileta, el juego, la risa, tu pueblo, Pedro Luro, los retos de Cristina, los chillidos a la hora de la siesta.
Te llevaste ese pedazo de niñez en una cajita, la que te regaló tu abuela antes de que partiera. Desde entonces nunca te la sacaste de encima.
Facundo, la ruta es fría, amigo. Los policías te ven haciendo dedo, te paran, te detienen. Silencio.
Tres vecinos te ven, pero los días pandémicos pasan como suspiros y nunca los reciben en la comisaría.
Silencio.
Hasta que se rompe con la voz siempre al filo de quebrarse de tu vieja, “la bruja”, que aparece en la tele, que se escucha en la radio, que se lee en los portales de noticias. Y de pronto tu pueblito tan al sur y tan mudo, se convierte en un escenario de una nueva crónica policial.
No hay marchas por vos debido a la cuarentena, pero a veces se identifican algunas miradas esquivas.
El redoblante se muere, la murga llora, el rap se apaga, la yuta te desaparece.
Los putos días de mayo, las jodidas semanas de junio, los intransitables momentos del mes siguiente, y así… No se aguanta, no se puede, otra vez, tolerar, un nuevo, desaparecido, en, democracia. ¡HIJOS DE PUTA!
Al ministro que le encanta grabar spots junto a la policía y un arma en la mano, se le escapa la tortuga. Su conducción fálica de la fuerza bonaerense, no tuvo efecto esta vez. Ni nunca, ni jamás. “Su hijo está vivo señora, lo vamos a encontrar”, le dijo un día a tu madre. “Lo lamento mucho, señora”, corrigió después.
Silencio.
El coronavirus se lleva todas las portadas, todas las preocupaciones, todas las indignaciones. Y por ahí un día habla el Gobernador, y por ahí un día habla el Presidente. Pero vos no aparecés. Estás desaparecido, Facundo.
Y también, un día, un perro olfatea una bolsita en un galpón abandonado de la comisaría de Teniente Origone. Entre un colchón usado, plásticos, maderas y basura… la capacidad de un animal puede más que cientos de policías que te habían buscado lejos, muy lejos de ahí.
-Tiene una Vaquita de San Antonio adentro –dice tu madre, antes de que descubran esa cajita color verde, con forma de huevo.
La que te había regalado tu abuela. La que vos llevabas siempre en la mochila.
Antes de desaparecer.
Díganos cómo se enciende la vida después de esto, una vez más. Cómo se termina con la maquinaria que quedó andando casi de la misma forma que cuando se encendió por primera vez, hace ya más de cuarenta años atrás, un 24 de marzo.
Porque ya son muchos y muchas. Porque estamos re podridos de buscar, de sufrir, de luchar, de llorar.
Facundo, soplá fuerte, que vuele la Vaquita…
Que también vueles muy alto vos.