Habia nacido en La Banda, provincia de Santiago del Estero, pero desde pibe se vino con su familia a la Villa del Bajo Belgrano, en la capital federal.
El Loco, o el Hueso, René Houseman, que falleció hace pocos días, fue un tipo entrañable, diferente a la media normal, a lo que de él espera el mundo del fútbol. Eligió vivir la vida según sus propias normas. Nunca estuvo del todo cómodo en ese mundo de alturas y reconocimientos, al que lo había llevado su habilidad maravillosa para jugar al fútbol.
Prefirió siempre volver a su barrio de casas de chapas y maderas, semi destruidas de tanta pobreza, pero en las que las miradas de los vecinos lo recibían como un hijo mas..
Alguna vez le dijo los amigos de la Garganta Poderosa: “Si yo fuera millonario me compraría una villa”.
“Vivir ahí fue lo mejor que me pasó, en ningún lado estaba tan tranquilo como en la villa. Me pasaba el día entero pateando contra el paredón. Muchos critican a la gente de la villa pero, para mí, era un orgullo. Siempre seré villero, y lo digo sin drama”, reconocía orgulloso de su villa.
Y a ella iba también mientras era toda una estrella del fútbol argentino y mundial. Se escapaba a cada rato de la concentración de Huracán, de noche para beber con amigos, de día para divertirse con los suyos, para jugar a seguir siendo pibes
El propio Houseman contó alguna vez que una mañana de domingo, con un partido a la vista por la tarde, desapareció de la concentración. César Menotti, su padre como él lo llamaba, lo salió a buscar, sabía dónde encontrarlo y salió hacia una villa de emergencia.
Lo buscó entre las casas y por ahí encaró para un campito donde había un picado. Miró, no lo encontró en los jugadores y quedó dudando. De repente lo vio: René estaba sentado a un costado en el banco de suplentes, observando el partido.
«Houseman, ¿qué hace acá?», lo retó el DT por haberse escapada, y el Loco, por ahí el más grande gambeteador de todos los tiempos, entendió otra cosa y contestó: «¿Qué quiere que haga César? Mire cómo la mueve el wing nuestro»
El maestro del periodismo, Osvaldo Ardizzone, decía que a los locos la vida los tira contra la raya. Y lo decía en todos los sentidos.
Y el Hueso cumplía con ese paradigma y vivía además traspasándose de esa raya. «Una sola vez jugué borracho, contra River, por el Metro 77. Me fui a la madrugada de la concentración al cumpleaños de mi hijo y volví pasado a las 11 de la mañana. ¿Y qué querés? Había baile y a mí me encantaba. Cuando aparecí los dirigentes no querían que jugara, pero yo les dije: ‘Esperen que me duermo una siesta y después vemos’. Me dormí dos horitas, me tomé 200 termos de café, me dieron 40 baños de agua fría hasta que me recuperé, no del todo, pero jugué. Tenía un aliento que ponía en pedo a todo River. Entré, le hice el gol a Fillol, pedí el cambio y me fui a dormir. No daba más», recordó en una nota a la revista El Gráfico.
Hace unos años, el Instituto Espacio para la Memoria organizó lo que se denominó ‘La otra final’, que juntó en el estadio de River a algunos de los jugadores campeones del mundo en el ‘78, y a quienes durante esos años y los posteriores militaron en defensa de los derechos humanos. Allí estuvieron Leopoldo Luque, Ricardo Villa y René Houseman, quien dialogo largo y cariñosamente con la entrañable Nora Cortiñas, de Madres Línea Fundadora, o con el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel.
A René lo impactaba mucho lo que había ocurrido en el país en los años en que nuestra selección ganó el Mundial. Siempre aclaraba igualmente que nada tuvo que ver una cosa con la otra: “Videla no entró cabecear, o Massera a patear un córner o Agosti a lanzar un tiro libre”.
Aunque también alguna vez reconoció que “yo era un otario que no entendía nada. Creo que de haber sabido lo que ahora se, hubiera renunciado a la selección y me hubiera vuelto a mi casa”.