Una lectura ideológica pero también anímica de la trama social en la que persiste el apoyo a Milei.
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
¿De qué está hecho el voto de Milei? ¿Por qué la gente votó a Milei? ¿Por qué mantiene una imagen tan alta a pesar de que las medidas que tomó en estos seis meses licuaron gran parte de la capacidad de consumo de sus seguidores? Dicho en otras palabras: ¿por qué el progresismo perdió esos votos y tiene dificultades para captar su atención? La respuesta a aquellas preguntas tiene muchos costados, en este artículo me gustaría explorar uno de aquellos lados, lo que aquí llamaremos la dimensión emotiva.
Un sismógrafo para las pasiones bajas
Miramos con el peso de la cultura, pero también con el peso de las tramas sociales de las que participamos. A medida que algunos sectores se fueron desenganchando de sus redes, y dejaron de tener una vida social activa, vigorosa, fueron no solo quedando presos de las pasiones bajas si no que al estar cada vez más solos demostraron tener dificultades para desactivar esas pasiones hasta quedar expuestos a las manipulaciones anímicas que se fueron tramando a su alrededor.
El votante no es una página en blanco que se fue horadando con la discursividad neoliberal y la crítica militante de los medios empresariales. El votante llega con ideas y valores previos (hábitos hechos carne), pero también con afectos y sentimientos tristes y alegres.
No niego con ello que la prédica o el discurso neoconservador y neoliberal hayan tenido incidencia alguna. Si se mira detenidamente encontraremos “niveles de coherencia” entre las diversas propuestas de Milei y muchos sentidos comunes que comulgan los entusiastas que Milei supo interpelar y movilizar en su provecho. Pero la adhesión no fue la expresión de una ideología articulada, sino la oportunidad de pasarle factura a la dirigencia en general, y hacerlo apasionadamente, imbuidos de espíritu de revancha.
Por eso no habría que sobredimensionar lo ideológico o, dicho de otra manera, no subestimaría la dimensión afectiva. Milei fue un candidato que supo sintonizar mejor que nadie, conectar y luego interpelar, esos afectos y sentimientos que surcaban gran parte de la vida cotidiana. No fue un mero megáfono de ideas previas, sino una suerte de sismógrafo que detectó las vibraciones que surcaban el subsuelo de la sociedad cada vez más enojada, desilusionada y cansada, pero también, encantada, dispuesta a ser generosa con aquellos que tocasen sus pasiones íntimas y oscuras.
Sintonía de sentimientos
Vamos con algunas preguntas, y me temo que no son pocas. Por empezar, me pregunto: ¿Cuánto pesó y pesa la desilusión? ¿Cuánto del apoyo a Milei está vinculado a la desilusión de los ciudadanos, al hartazgo y la decepción con los políticos? Como ha señalado Javier Balsa en el libro ¿Por qué ganó Milei?, la acumulación de fracasos y frustraciones generaron un enorme pesimismo en la mayoría de la ciudadanía.
¿Cuánto del voto estuvo vinculado a la rabia? Cuando decimos rabia estamos hablando de ese sentimiento que tienen las personas cuando creen que las cosas podrían haber sido de otra manera y sin embargo no lo son. Es decir, detrás de la rabia hay experiencias negativas con la política y con el Estado. Milei supo conectar con esa rabia, ser su mejor transmisor. Milei putea como putea la gente común, como me sorprendo puteando yo de vez en cuando.
Me pregunto, ¿cuánto del voto estuvo también vinculado al odio, a esas pasiones bajas que se fueron guardando en el tiempo, que se iban regando todos los días un poco con las bravatas del periodismo vernáculo. Aquellos rencores depositados en los bancos de odio, algunos de ellos a la vista de todo el mundo, empezaron a ser movilizados para expresar el descontento. Cuando tenemos representantes que no representan, los discursos del odio pueden convertirse en una caja de resonancia.
¿Cuánto del voto a Milei estuvo vinculado al resentimiento? Un resentimiento que no es patrimonio de las clases bajas, que es interclasista. Un resentimiento que es el resultado de sentimientos negativos que tenemos cuando creemos que hay otros que están gozando en mi lugar, de que si yo no gozo es por su culpa. Una impotencia que se convertirá en regocijo, deleite cuando al otro le empieza a ir mal.
¿Cuánto del voto está vinculado al cansancio? La gente no estaba resignada ni solamente enojada sino agotada. Mientras la política se polarizaba, jugaba a la grieta, mucha gente se fue hartando por las excesivas divisiones que se llevaban puestas las amistades, las familias, a los compañeros de trabajo. En ese sentido Milei fue el mejor chute de energía, una bocanada de aire para seguir con la vida mula.
¿Cuánto del voto a Milei está vinculado al sentimiento de soledad, de orfandad identitaria? No sólo producto de la pandemia, sino del desenganche social. Sobre todo en el caso de los varones jóvenes. A diferencia de las mujeres que podían tramitar sus problemas al lado de un movimiento, los varones fueron quedándose aislados o en círculos sociales cada vez más reducidos y afines, muy expuestos y cargando sentimientos de incomprensión, tristes y ansiosos, no sólo con falta de intimidad sino con falta de fiesta. Digo, ¿cuánto del voto a Milei es el resultado de la empatía que generaba este personaje que era percibido también como alguien solitario y frágil, pero muy resiliente y que podía convertirse en el mejor vindicador?
Pero no todos los afectos puestos en juego son pasiones oscuras o tristes, hay también algunas pasiones y sentimientos alegres que tampoco deberíamos subestimar. En ese sentido me pregunto también, ¿cuánto del apoyo, sobre todo de los más jóvenes, está vinculado al divertimiento? Encontraron en Milei la oportunidad de divertirse, expresar el mundo pavo en el que están inmersos. ¡Vieron en Milei un loco que los invitaba a arrojarse!
¿Cuánto del entusiasmo que despertaba Milei sigue estando vinculado, como sugiere Pablo Fernández Rojas, a la vitalidad de Milei? Milei mueve los cuerpos, es un hater, pero también un rockstar, un mainstream, se mueve como una estrella de rock pero también como un influencer, un youtuber. Milei es dueño de una fuerza vital que lo lleva a estar viajando todo el tiempo por el mundo, alguien que está todo el tiempo conectado en las redes sociales, y siempre con un libro entre los brazos. El vitalismo es la expresión de un voluntarismo que contradice las limitaciones que imponen las “pesadas herencias”, la gran excusa que usaron los ex gobernantes para justificar sus desviaciones a los contratos originarios.
Más aún: ¿cuánto del apoyo a Milei está vinculado al sentimiento de esperanza? Todos hemos escuchado en estos meses hablar sobre la “esperanza”, gente que no está indignada sino esperanzada, quiere creer en otra cosa, no está resignada, no está muy dispuesta a sufrir, pero sí a sacrificarse o ser generosa con aquellos que les devuelvan las expectativas. Tal vez estas no sean las mejores palabras, pero nos alcanzan para decir que el voto a Milei no fue solamente un voto-bronca sino un voto-alegría, lleno de optimismo, basado en expectativas favorables.
Milei no solo supo interpelar o convocar a esas pasiones, tristes y alegres, sino sintonizar con ellas y traducirlas. Supo conectar con esa dimensión afectiva. Mucha gente se sintió hablada, escuchada, comprendida en sus múltiples sentimientos.
Dicho en otras palabras: lo que movilizó y continúa empujando a la sociedad o parte de ella a la derecha no es tener ideas de derecha (ser neoliberales ideológicamente hablando) sino estar desilusionada – cansada – resentida – odiada – sola – rabiosa – esperanzada, pero también con el ¿deseo? de contar con un tipo vital, divertido, ¡un loco!
Una hegemonía debajo de la hegemonía
A veces pecamos de intelectuales. Creemos muy rápidamente que las palabras expresan los pensamientos o las ideas, creemos que los pensamientos o las ideas rigen la voluntad, y creemos que la voluntad conduce los acontecimientos. Pero me parece que detrás de los acontecimientos, de la voluntad y los pensamientos trabajan los afectos y sentimientos que luego cuesta desactivar cuando los ciudadanos se van desenganchando de sus tramas sociales.
No digo que no existan diferencias ideológicas o afinidades entre las ideas de los votantes a Milei. Pero hay, en su haber, además, muchas vivencias a largo de estos años que se fueron coagulando hasta encajar en el clima de época.
No son interpretaciones contradictorias. Lo que sugiero es que hay que leer una cosa al lado de la otra. Hay que leer la dimensión discursiva al lado de la dimensión anímica, del régimen de pasiones bajas. Hay que leer las ideas al lado de la estructura de sentimientos. La política no solo se hace con ideas, también se dirime en el ámbito de las pasiones. Una vieja idea de Sorel, retomada luego por Mariátegui y Gramsci, pero también por Aníbal Ponce en el libro Gramática de los sentimientos. Una vieja tesis que nos devuelve a Spinoza, que propuso pensar a la política como un medio esencialmente pasional. Lo que quiero decir es que hay otra hegemonía debajo de la hegemonía, hay interpelaciones afectivas al lado de las interpelaciones discursivas, y que aquellas, hoy día, pesan mucho más que las ideas.
De hecho, el voto a Massa no estuvo hecho tampoco de convicciones, sino de muchos afectos y sentimientos. ¿Cuánto pesó el miedo en los votantes de Massa? ¿Acaso Massa y el resto de los dirigentes de Unión por la Patria no trataron de interpelar y movilizar nuestros temores que estaban arraigados a viejas experiencias?
Cuando reponemos las pasiones lo importante no es lo que nos-dice la política sino lo que nos-hace la política. Una política que da forma y voz a las vivencias, a la desilusión, al cansancio, al odio, al resentimiento, a la rabia, a la envidia, a las expectativas.
Detrás de los afectos no necesariamente están las ideas, o no están con la coherencia que quieren los dirigentes. Pero están los modos de vida, hay trayectorias vitales, experiencias familiares, experiencias con el mundo del trabajo, experiencias con el mundo de la política, experiencias con lo público o el Estado.
El discurso y el lenguaje que lo expresa son importantes, pero no tanto por su significación, por lo que quieren decir, sino por el modo en que interpelan los cuerpos, por la manera en que influyen sobre los afectos. Hay una carga afectiva en los discursos, que activa afectividades previas, que permite tramitar afectos. Me inclino a pensar que pesaron más los afectos, las pasiones bajas que las ideas. Las ideas van y vienen, pero van quedando los hábitos vinculados a esos afectos.
Los consensos se construyen y movilizan no solo con ideas sino con afectos, es decir, reclutando afectos, produciendo afectos, movilizando los afectos, sincronizando las emociones. No niego que no exista afinidad entre Milei y sus votantes, pero esa afinidad no necesariamente es ideológica, es una afinidad anímica. No votaron a Milei por tener ideas neoliberales o por convertirlos exitosamente al neoliberalismo. Sino porque Milei tocó algunas fibras anímicas previas. Y esto es importante resaltarlo para decir lo siguiente: el apoyo a Milei no te hace necesariamente neoliberal o neoconservador. Esta es su potencia, pero también su talón de Aquiles.
*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de La Plata. Profesor de sociología del delito en la Especialización y Maestría en Criminología de la UNQ. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor, entre otros libros, de Temor y control; La máquina de la inseguridad; Vecinocracia: olfato social y linchamientos,Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil,Prudencialismo: el gobierno de la prevención; La vejez oculta y Desarmar al pibe chorro.