Las personas en situación de calle enfrentan un presente hostil: los municipios fuerzan su desplazo permanente y les niegan contención; a su vez, la derecha los vandaliza en el discurso. Crónica de ciudadanos a la deriva cuya presencia inquieta y, ante todo, disciplina.
Por Mariana Portilla (@mportilla89) y Emiliano Guido (https://substack.com/@guidoesminombre)
Ilustración: Juan Soto (@sotografico)
Cuerpos desvanecidos sobre veredas heladas. Las marquesinas y los toldos como techo. Personas retorcidas en el interior de un cajero automático. Una sinfonía del derrumbe. Hombres y mujeres de piel curtida, rostros tomados por la fatiga. Petrificados en la puerta del almacén para mendigar un paquete de fideos. Láminas de cartón a modo de cama, munidos de privacidad, sin acceso a un elemento tan vital como el agua.
Las personas en situación de calle son el eslabón más cruento de la precariedad. Están ahí, entre nosotros. Su presencia, inquieta y, ante todo, disciplina. Componen un mensaje sordo y escalofriante para una sociedad laboral mayormente precarizada. Aquel que pierda sus enlaces débiles con la manutención diaria puede terminar como ellos y ellas, a la deriva, deambulando.
Las personas en situación de calle son el eslabón más cruento de la precariedad. Están ahí, entre nosotros. Su presencia, inquieta y, ante todo, disciplina. Componen un mensaje sordo y escalofriante para una sociedad laboral mayormente precarizada. Aquel que pierda sus enlaces débiles con la manutención diaria puede terminar como ellos y ellas, a la deriva, deambulando.
El nuevo capitalismo, marcado por la escasez del reparto y los trabajos de baja remuneración, ya no ofrece las posibilidades de antaño para el peldaño inferior de la pirámide social. Décadas atrás, existía la chance de construir un techo en el extrarradio urbano, o de generar un ingreso de cierto decoro a base de “changas”. Las personas en situación de calle ven imposibles aquellos horizontes: la clase media ya no costea arreglos hogareños, el loteado público de terrenos es cada vez más restringido.
La clase política, a tono con la época, comenzó a leer su presencia como un hecho incómodo; por caso, muchas personas duermen a la vera de afiches gubernamentales que hablan de una ciudad integrada. Por eso, en un claro plan de eugenesia visual, los gobiernos municipales intensificaron las políticas de expulsión a compatriotas que encuentran en la muchedumbre citadina la posibilidad de acceder, a modo de ejemplo, a un pedazo de pan en un negocio solidario.
Para desplazar al nuevo enemigo social interno los municipios activaron desde soterrados mecanismos orwellianos -interponen piezas arquitectónicas en bancos y ochavas que imposibilitan un pernocte- hasta edictos con tufillo a apartheid social: en CABA el gobierno impone una multa a quienes hurgan los containers de basura en pos de hallar un comestible sucio, roto, vencido.

Yendo de la esquina a la plaza
En la ciudad más rica del país, CABA, 11892 personas viven, pernoctan, comen y buscan asearse en la calle. El gobierno de la ciudad desmiente esa cifra, pero la magnitud de la crisis queda reflejada en otro dato: en lo que va del año ya se registraron 63 muertes de personas en situación de calle en todo el país, 13 de ellas en territorio porteño, según datos de la Asamblea Popular de Personas en Situación de Calle y la Facultad de Psicología de la UBA. Como no hay estadísticas públicas, organizaciones políticas y sociales de la capital argentina realizaron semanas atrás un relevamiento propio.
En la ciudad más rica del país, CABA, 11892 personas viven, pernoctan, comen y buscan asearse en la calle. El gobierno de la ciudad desmiente esa cifra, pero la magnitud de la crisis queda reflejada en otro dato: en lo que va del año ya se registraron 63 muertes de personas en situación de calle en todo el país, 13 de ellas en territorio porteño, según datos de la Asamblea Popular de Personas en Situación de Calle y la Facultad de Psicología de la UBA.
Más de treinta agrupaciones sociales, políticas, sindicales, religiosas y de derechos humanos, como los colectivos Proyecto 7 y Red Puentes, o las organizaciones políticas Patria Grande, Barrios de Pie, Lxs Irrompibles y La Patria es el Otro, recorrieron los últimos días de junio todos los barrios del distrito metropolitano con militantes y voluntarios para registrar la cantidad de personas afectadas, también sus condiciones de vida. “La calle no es un lugar para vivir y tampoco para morir”, señalaron al finalizar.
Al momento de anunciar los resultados del censo, la coalición elevó reclamos en una conferencia pública. La agenda es tan urgente como silenciada en los medios de comunicación mainstream. Malas Palabras destaca cinco ejes del petitorio:
- Garantizar la demanda espontánea para el ingreso a todos los dispositivos de CABA, así como también el abordaje en calle, suministrando comida, refrigerio (frío y caliente) y mantas, por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
- Jerarquizar el decreto 690/06 (subsidio habitacional), transformándolo en una ley de asistencia habitacional para personas en situación de calle, familias sin techo y personas en riesgo de situación de calle.
- Prohibir el uso de lenguaje y adjetivos ofensivos, descalificantes, discriminatorios, estigmatizantes, por parte de cualquier funcionario, fuerzas de seguridad, espacios públicos o similares hacia las personas en situación de calle.
- Solicitar el cese inmediato de represión, persecución o formas violentas de intervención por parte de las fuerzas de seguridad, Fuerzas Armadas, grupos parapoliciales, cuadrillas municipales o similares.
- Informar la cantidad de frazadas guardadas en los depósitos que dependen del Ministerio de Capital Humano, exigiendo su inmediata distribución y entrega a las personas en situación de calle, riesgo de situación de calle y familias sin techo.
Dormir sobre ruedas
Como en la película “La vida es bella”, donde un padre construye una vida de fábula a sus hijos para silenciar el horror circundante, Jésica Alonso, madre platense de tres hijos, ideó meses atrás un salvataje ingenioso para huir del frío nocturno cuando ya no pudo costear el alquiler.
Al caer la noche, ella y sus hijos Nehemías (11), Joaquín (13) y Ciro (19) subían al micro interurbano 338 de la empresa TALP en la terminal de ómnibus de la ciudad de La Plata para viajar hasta Avellaneda o Quilmes. El arrullo del viaje y el calor de la nave lograban que pudieran dormir a resguardo, sin el frío de la intemperie marcando la piel. “Después volvíamos a La Plata. Hemos pasado noches enteras en la Terminal, bajábamos del colectivo a la una de la mañana y horas después volvíamos a subirnos. Lo hacía para que los chicos no durmieran en un banco de plaza porque hacía mucho frío. Ellos no se daban cuenta que andamos en la calle”, dice a Malas Palabras.
Antes de dormir sobre ruedas, Jésica padeció el incendio de su casa, una morada humilde que había logrado edificar en la localidad platense de Etcheverry. Era una casa amplia, sencilla, sin muebles, usaban baldes a modo de asientos, pero las llamas derrumbaron su hogar. Luego, vinieron las noches en los pasillos oscuros del TALP. Ahora, Jésica costea un alquiler en el barrio popular de Altos de San Lorenzo, pero enfrenta una amenaza de desalojo porque le cuesta poder afrontar aquel pago mensual.
“Vivir en la calle implica que un día tirás el colchón en una plaza, al otro dormís en la casa de un amigo y al siguiente en la de alguien que te tuvo pena. Todas las personas en esta situación estamos rotas. Es muy difícil que te entiendan. En la calle hay solidaridad y a la vez no la hay, pero tiene que ver con que es muy cruel el desamparo que sentimos. La tensión es denigrante para uno mismo y hace que la cabeza funcione mal”, cuenta a Malas Palabras.
“Vivir en la calle implica que un día tirás el colchón en una plaza, al otro dormís en la casa de un amigo y al siguiente en la de alguien que te tuvo pena. Todas las personas en esta situación estamos rotas. Es muy difícil que te entiendan. En la calle hay solidaridad y a la vez no la hay, pero tiene que ver con que es muy cruel el desamparo que sentimos. La tensión es denigrante para uno mismo y hace que la cabeza funcione mal”
Jésica Alonso, madre platense de tres hijos.
Basuras
Victoria Freire, legisladora porteña de Unión por la Patria y referente de la organización Patria Grande, cuestionó con dureza las medidas del Ejecutivo porteño contra los sectores más vulnerables.
“El gobierno de la Ciudad decidió recortar el transporte de las y los cartoneros organizados en cooperativas como parte de una política de persecución que también está llevando hacia las y los que revuelven la basura para sobrevivir. Se trata de una campaña marketinera de crueldad absoluta porque los obliga a limpiar la calle y a pagar una multa de 900.000 pesos, lo cual no tiene otro sentido más que criminalizar a los pobres de esta ciudad. Es lo mismo que está sucediendo con las personas en situación de calle, los vendedores y vendedoras ambulantes, los manteros y manteras”, le dijo a esta revista.
Se trata de una campaña marketinera de crueldad absoluta porque los obliga a limpiar la calle y a pagar una multa de 900.000 pesos, lo cual no tiene otro sentido más que criminalizar a los pobres de esta ciudad. Es lo mismo que está sucediendo con las personas en situación de calle, los vendedores y vendedoras ambulantes, los manteros y manteras”, le dijo a esta revista.
Victoria Freire, legisladora porteña de Unión por la Patria y referente de la organización Patria Grande.
En esa línea, subrayó: “Tenemos muchísimo que aprender de los trabajadores y trabajadoras de la economía popular y de quienes hoy, en un contexto de dificultad extrema, salen a poner una manta o a buscar material para poder vender y así sobrevivir. En vez de perseguir y criminalizar, el Gobierno de la Ciudad debería asistir, ayudar, reforzar la alimentación, crear fuentes de trabajo y promover políticas para organizar ese trabajo. Dar predios para que puedan haber manteros y feriantes, sumar trabajadores y trabajadoras al sistema cooperativo para que siga habiendo separación de residuos en esta ciudad”.

El hombre del bastón
Miguel muestra con reverencia su bastón. Esa ortopedia sencilla le permite desplazarse tras haber sufrido meses atrás un ACV. A sus 64 años, en la antesala jubilatoria, encuentra un sostén fiel en aquel instrumento recto y curvo en la punta. Admite con hidalguía su malestar físico, pero también recuerda con orgullo el revés de su presente, cuando de joven como excelso futbolista llegó a jugar de mediocampista en la primera división del club capitalino de ascenso San Telmo.
Miguel, que acepta dialogar con Malas Palabras a metros del comedor popular de Constitución donde retira viandas regularmente, es un reciente caído en el mapa de personas en situación de calle. Su historia de vida es la de tantos otros, alguien que perdió los pequeños hilos conectados a un plan de manutención y, entonces, cayó. Cuando no hay ningún tipo de red de contención -salarial, un auxilio estatal, o un abrazo familiar-, la calle te espera.
Miguel tenía un subsidio habitacional para costear el hotel barrial donde vivía. Tras sufrir un ACV no pudo completar en tiempo y forma los largos requerimientos burocráticos que exige el gobierno de la Ciudad en pos de mantener esa ayuda mensual. Ahí comenzó un raid de infortunios. Miguel trabajó toda su vida: fue chofer en una empresa de transporte, sereno en una casa de masajes, vendió ropa en ferias americanas. Siempre se la arregló por su cuenta. Con el ACV y el destrato del gobierno capitalino tuvo que aprender otro ejercicio, sobrevivir en la noche.

“Al principio paraba en casas de amigos, porque tengo muchos, pero todos están casados. Pasa que es un tema difícil, a la tercera noche te das cuenta que molestas, y entonces armas las valijas. Después pasé a dormir en el interior de un kiosco, dormía sobre una escalera, pero no lo pude sostener. Pase de todo. Recuerdo una noche en la Estación de Trenes de Avellaneda, iba a lo de un amigo, pero no aguante de cansancio, y me quedé ahí. La noche es brava, nunca dormís bien, estás siempre alerta. Un ojo nunca duerme”, dice a Malas Palabras.
Tras la charla Miguel se despide, dice que está noche duerme en lo de una amiga. Avanza a pasos cortos por Avenida Independencia, una arteria ancha del sur capitalino. En aquellas cuadras, próximas a la universidad privada UADE, en cada recoveco a resguardo precariamente del frío, se ovillan grupos de personas contra un colchón menguante o unos pliegues de cartón. Conversan en ronda, hay quienes ya duermen envueltos tras un sinfín de frazadas ralas.
Con la caída del día, tejido por el precario y débil sol del invierno, las personas en situación de calle, en el mejor de los casos, se agrupan, “ranchean”. Las piernas, que pesan toneladas, ansían el cese del calvario. Es una tarea de sobrevivencia diaria. Lo ejercen con honor. Resisten.
Saben que la noche, siempre llega.