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Nota publicada el 25 / 08 / 2016

“Lo asesinaron por promover el trabajo cooperativo y el reparto de la tierra”

Por Katy García (Equipo de Comunicación del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba (Cispren-CTA).- En una entrevista para ACTA, Luis Baronetto, biógrafo de Monseñor Enrique Angelelli y militante en defensa de los derechos humanos, recuerda algunos aspectos de la vida y obra del Obispo que recomendaba a sus pastores: «Con un oído en el Pueblo y otro en el Evangelio».

El 4 de agosto de 1976, el Obispo Enrique Angelelli (1923-1976) y el vicario episcopal Arturo Pintos viajaban desde Chamical a La Rioja. Cerca de Punta de los Llanos fueron encerrados por dos vehículos. Angelelli murió y Pintos sobrevivió. Volvían de los funerales de los curas Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, secuestrados y asesinados días antes.
La orden “Que parezca un accidente”, bien podría haber sido impartida por el jerarca Jorge Rafael Videla. La construcción discursiva oficial mantuvo por décadas la teoría del accidente que fue reforzada por los medios de comunicación y avalada por la jerarquía eclesiástica.
Esa noche, como otras, un grupo de prisioneros se informaba a través de Radio Universidad de Córdoba gracias a un aparato celosamente escondido. Apenas escucharon la noticia “los cuatro o cinco que estábamos en la celda comentamos: lo mataron los milicos”, cuenta, Luis Miguel Baronetto, sobreviviente de la dictadura y querellante en la causa que investigó y condenó a los autores mediatos del crimen.

El ex Director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba e infatigable militante de las causas nobles, «Vitín» Baronetto, analizó la trayectoria del obispo tercermundista que “no era mago ni Súperman. Desde el lugar que ocupaba llevó adelante las iniciativas del pueblo junto a otros militantes cristianos y sociales. Ellos, van a ser las primeras víctimas de la dictadura. Desde 1975, numerosos agentes pastorales que también militaban en la Juventud Peronista fueron detenidos”. Recordó que el religioso figuraba en una lista de futuras ejecuciones junto a Rodolfo Ortega Peña, Atilio López, Silvio Frondizzi y Alfredo Curuchet.
“Con la recuperación de la democracia –relató- nos juntamos con otros compañeros que venían del cristianismo y de la militancia política y editamos la revista Tiempo Latinoamericano que llevó como lema una expresión que Angelelli repetía siempre: Con un oído en el evangelio y otro en el pueblo”.

En 1986, el juez Aldo Morales afirmó que se trataba de “un crimen premeditado y esperado por la víctima”. El fallo fue apelado. Tras el dictado y posterior proceso de anulación de las leyes del perdón la causa se reabre en 2006. Los únicos acusados vivos, Luis Fernando Estrella y Luciano Benjamín Menéndez fueron condenados a prisión perpetua, en 2014. Los otros acusados Albano Harguindeguy, Jorge Rafael Videla y el ex policía Juan Carlos Romero, fallecieron. A fines de marzo la Cámara Nacional de Casación Penal confirmó la sentencia.

-¿Qué demostró la Justicia? ¿Qué razones hubo para sellar su suerte?
Quedó demostrado que para el poder establecido Angelelli era el peligro mayor. Lo tenía que asesinar porque dinamizaba la participación de las organizaciones populares de base que tocaban fuertes intereses. El Tribunal dijo que hubo dos móviles. Uno, la fuerza de la pastoral diseminada en toda la provincia. Y otro, relacionado con la documentación que tenía en su poder sobre las muertes de los curas. Durante el juicio se conoció un escrito enviado a Pío Laghi y al superior de Murias. Allí advierte que no lo dejaban llegar a Buenos Aires. Si lo hago, decía, van a volar varios birretes.

-Lo mandaron a La Rioja para que no “molestara” en Córdoba. Apenas llegó dijo que venía “como servidor de los pobres”, ¿qué pasó?
Los primeros conflictos los tuvo con los sectores del tradicionalismo católico riojano que no casualmente coincide con las clases altas. Sintieron que la Iglesia ya no era el bastión de sus privilegios. Cuando Paulo VI clausura el Concilio Vaticano II, la ubica como la sirvienta de la humanidad, bien abajo, con el pueblo, con los pobres. Desde ese lugar, Angelelli lleva adelante una pastoral diferente. Lo primero que hace es recorrer la provincia en una Estanciera y convocar a curas, monjas, laicos, creyentes y no creyentes, a una reunión pastoral donde la Iglesia sería interpelada desde dos preguntas. ¿Qué dices de ti misma? ¿Cuál es tu misión?

-De ahí salen a la luz problemáticas vitales para la comunidad y acciones a poner en marcha. ¿Cómo reaccionan los poderosos?
En una primera etapa surgen las injusticias y la pobreza que padecen los campesinos en los llanos y en los barrios periféricos de la ciudad. Hablar de esto le trae problemas. Las misas radiales son prohibidas por el gobierno dictatorial de Onganía y Lanusse. En 1972, se agrava con la formación de cooperativas de producción, comercialización y consumo de nuez, vid y aceitunas. Este paso significaba una conciencia de participación distinta que toca los intereses de productores e intermediarios. Por eso la persecución inicial estuvo dirigida a desarticular las cooperativas de teleras y de viviendas.

-¿La expropiación de tierras fue el punto máximo de la disputa?
Cuando se intenta expropiar el latifundio de los hermanos Azallini que concentra el 70 por ciento de las aguas se forma la Cooperativa de Trabajo de Aminga Limitada (CodeTral). Los terratenientes se ponen en alerta, porque, claro, el pequeño productor ya no les iba a vender su producción. El poder establecido lo asesinó por promover el trabajo cooperativo y el reparto de la tierra. Los cruzados católicos se ponen del lado de los latifundistas con la ayuda de Monseñor Tortolo. Orquestan una campaña para desacreditar su labor, expulsarlo y acusarlo de “comunista”. Paulo VI envía a Zaspe quien informa que el problema no era religioso sino socioeconómico y político.

-¿Angelelli se reunió con Menéndez y le dijo que se cuidara?
En una carta que le manda al arzobispo de Santa Fe, Vicente Zaspe, le cuenta de esa reunión mantenida en junio de 1976 donde expresa su preocupación por la caza de brujas y la detención del cura de Olta, Eduardo Ruiz, liberado el 28 de julio. El capuchino era perseguido por contribuir en la formación del sindicato de Aoma. Y ahí cuenta que Menéndez le había dicho: “El que se tiene que cuidar es usted”.

-Aquellas luchas comprometidas con la opción por los pobres dejaron su impronta en las comunidades ¿Fueron retomadas esas ideas?
Hubo un gran desbande. El temor y el desamparo perduraron por muchos años. Me parece que la siembra se vio en las luchas en contra de la mina en Famatina y en los barrios donde lo religioso y lo político estuvo articulado. Esos síntomas de revitalización se advierten y generan mayor participación. Hoy más que nunca hay pobres y esa realidad pone a las personas con sensibilidad social allí donde hay hambre, violencia policial, falta de servicios básicos y desempleo.

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