Foto: Ariel Valeri
Son las 15 horas y Marta vuelve a su casa. Llega de la Cámara Federal de La Plata donde trabaja desde hace más de 25 años. Fotos de sus hijos, nietas y nietos decoran paredes y muebles. Marta se para frente a una de ellas, la mira y sonríe con melancolía. Es la imagen de su hermano Horacio Úngaro, detenido- desaparecido el 16 de septiembre de 1976 en la capital bonaerense por miembros de la Policía de la provincia de Buenos Aires. La fecha quedó grabada en la memoria de la sociedad como “La Noche de los Lápices”.
“Todas las mañanas cuando me levanto miro una de las fotos que más me gustan de él y pienso qué puedo hacer ese día en su memoria. Y con eso estoy tranquila por las cosas que he hecho y las que seguiré haciendo”, le cuenta a Malas Palabras.
Horacio era el menor de cuatro hermanos. Tenía 17 años cuando “lo chuparon” de su casa junto a su amigo Daniel Racero. De carácter reservado, un poco tímido, le gustaban los deportes, jugaba al ajedrez y era un lector compulsivo. En 1974, se incorporó a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) en la lucha por un país más justo y solidario. Un año más tarde estaba participando activamente en la obtención del Boleto Estudiantil Secundario.
Marta recuerda que cuando se lo llevaron, Horacio tiró por la ventana el “Manual de Filosofía” de Viktor Afanasyev, libro que tenía marcado y remarcado: “Quería cambiar el mundo, pero para cambiarlo había que saber cómo. Por eso él leía mucho”. Fue detenido ilegalmente en el Pozo de Arana, primero, y trasladado luego al Pozo de Banfield. Días más tarde fueron secuestrados Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, Pablo Díaz, Patricia Miranda, y Emilce Moler.
La lucha de Marta continúa hoy, 46 años más tarde, para que los responsables por el asesinato de su hermano mueran tras las rejas, exigiendo el cese de las prisiones domiciliarias y la cárcel común. Pero sabe, una vez más, que en este largo camino no está sola. Desde hace años la acompaña un colectivo de pibes y pibas que levantan la bandera de Memoria, Verdad y Justicia y aprenden a caminar junto a ella.
-¿Las nuevas generaciones tomaron la posta en la lucha por los derechos humanos?
– Sin dudas. Es muy importante lo que están haciendo. Siempre les digo que los lápices ahora los tienen ellos y son los responsables de continuar escribiendo la historia. Un mundo mejor tiene que ser posible porque el que soñaron los 30 mil detenidos desaparecidos todavía no se logró terminar de construir. Los chicos de “La Noche de los Lápices” quedaron detenidos en el tiempo y esperan como nosotros una condena ejemplar para que no vuelva a ocurrir.
-¿Tus nietos participan activamente en políticamente, militan?
Mi nieta mayor, Diamela, es una chica muy activa y comprometida con las causas de Derechos Humanos. El año pasado fui con ella a una de las inspecciones oculares al Pozo de Banfield y quedó muy conmocionada. Tenía 15 días de nacida cuando fue por primera vez a una marcha por “La Noche de los Lápices”. Mis hijos también siempre han participado. No conocieron a su tío, pero nacieron con su historia y su recuerdo permanente.
-En las últimas semanas falleció Hebe de Bonafini, histórica presidenta de Madres de Plaza de Mayo, símbolo de resistencia y defensa de los Derechos Humanos. ¿Qué significado tiene su figura en la lucha en la historia argentina?
– Hebe fue, es y seguirá siendo un emblema. Tanto ella como “Chicha” Marini, Adelina Dematti de Alaye, Delia Giovanola y “Chichi” de Ogando son faros en la defensa de los Derechos Humanos. Este año hemos sido muy golpeados con las muertes de referentes que pelearon por una sociedad más justa y mejor, pero es el ciclo biológico de la vida y tenemos que seguir luchando y apostando a las próximas generaciones.
Memorias del infierno
En el marco de una inspección ocular ordenada por el TOF 1 de La Plata, que desde octubre de 2020 juzga a 16 represores por delitos de lesa humanidad, Marta junto a varios ex detenidos del Pozo de Banfield volvieron a recorrer el centro de exterminio ubicado en las calles Siciliano y Vernet de la localidad de Banfield, en el partido de Lomas de Zamora.
Fue uno de los 230 centros clandestinos que funcionaron en la provincia de Buenos Aires. El Pozo de Banfield tenía como particularidad que, además de ser un centro de recepción y permanencia transitoria de detenidos, tras sus puertas se practicaba tortura sistemática y violencia sexual. En el lugar también se instaló una maternidad clandestina.
– Pudieron bajar por primera vez al sótano donde habrían sido fusilados los jóvenes estudiantes. ¿Cómo fue ese momento?
– Fue muy fuerte. Yo había estado ahí otras veces, pero nunca habíamos podido bajar porque el sótano estaba lleno de agua por un problema de napas. Fue muy conmocionante estar ahí. Pasamos por paredes donde estaban marcados los tiros, vimos los calabozos intactos. Estuvimos allí con Pablo Díaz, único sobreviviente de “La Noche de los Lápices”, y con Teresa Laborde, la hija de Adriana Calvo, que nació en un auto, pero a Adriana la llevaron ahí desnuda después de parir para que baldeara todo. Una locura. También estuvo Victoria Moyano Artigas que nació en la mesada de la cocina de ese lugar. Siempre digo que a las víctimas del Pozo de Banfield las vamos a sacar definitivamente el día que los responsables estén en la cárcel y sean condenados a cadena perpetua.
– Pasaron 46 años del secuestro de tu hermano, Horacio. ¿Hoy cómo lo recordás?
– Lo siento vivo, eternamente joven, como quedaron cada uno de los desaparecidos. Me lo imagino en este momento luchando por otro mundo posible. Quería ser médico, así que lo visualizo en El Impenetrable Chaqueño o peleando contra el Covid. De todo eso nos privaron, pero lo veo eternamente vivo en cada joven que lucha. Creo que el mejor homenaje que puede recibir mi hermano y sus compañeros de militancia es que el mundo que ellos querían fuera realidad.
– ¿Crees que eso es posible?
– Un mundo mejor tiene que ser posible, porque el que soñaron los 30 mil detenidos desaparecidos todavía no se logró terminar de construir. Ahora son los jóvenes los responsables de continuar escribiendo la historia.