El presidente argentino buscará ser el gran interlocutor de EE.UU. en la región. Sus metas de vinculación zonal pasarán por expandir el libre comercio y el soft power de la cultura ultraderecha racialista.
Por Emiliano Guido
En la madrugada caliente de su victoria, momentos antes de la celebración en la discoteca Tequila de Costanera Norte, el presidente electo clausuró la puerta de una habitación del Hotel Libertador para evitar que los ruidos del jolgorio libertario ensuciaran la conversación vía whatsapp con los machos alfa de la ultraderecha regional: el ex presidente Jair Bolsonaro y su hijo Eduardo. En aquel té para tres, Javier Milei invitó a su asunción de mando a los máximos rivales políticos de su mandatario vecinal más importante, Luiz Inácio Lula Da Silva.
Una semana antes, durante el debate televisado con Sergio Massa, el líder de La Libertad Avanza (LLA) indicó un origen geográfico específico para explicar el hostigamiento mediático que decía recibir en Internet. Con estupor teatral, Milei culpó ante las cámaras de televisión a “los brasileños” de haber diseñado una campaña del miedo en torno a su figura. El candidato de LLA había sentido el golpe en su arena de batalla predilecta, la discursiva.
El presidente de Brasil facilitó de forma desinteresada al ministro de Economía argentino el auxilio de sus expertos en redes sociales para hacer mella en las inconsistencias de Milei. Lula se había comprometido a fondo con Massa, anhelaba un socio político activo para reflotar el proceso de integración regional. A pesar de la invitación cursada por la Canciller Diana Mondino y el lobby ejercido por el embajador permanente en Brasil, Daniel Scioli, para que esté presente en la coronación de Milei, Lula desistió del convite. A cambio envió, en un diplomático gesto frío, a su ministro de Relaciones Exteriores Mauro Vieira, un histórico cuadro diplomático del PT, para que lo represente.
Por el contrario, los Bolsonaro cumplieron con su palabra, aterrizaron en Buenos Aires el 10 de diciembre. Milei los recibió con una amplia sonrisa, quería ser fotografiado el día uno de su gestión abrazado junto a sus amigos.
Un mapa incierto
El puzzle político del Cono Sur es un fresco roto de piezas separadas. La supuesta oleada progresista congrega a mandatarios de pedigrí ideológico diferente: el presidente chileno Gabriel Boric presenta como rivales diarios en su mira discursiva, en un extraño calco con la narrativa de la CIA, al eje bolivariano que orbita en torno a Venezuela; su par boliviano Luis Arce tiene una interna feroz abierta con el líder histórico del proceso popular andino Evo Morales; desde Colombia, Gustavo Petro busca extender su prédica verde descarbonizadora pero no encuentra socios activos con los que realizar convocatorias comunes en el tablero sudamericano. En contraposición, durante los últimos años, ningún Jefe de Estado de prédica neoliberal ha sido reelegido en el cargo, mucho menos han logrado consolidar un eje librecambista zonal, como sí hicieron en los noventa sus padres políticos Carlos Menem, Alberto Fujimori, o Fernando Collor de Mello. ¿Querrá, o podrá, Javier Milei, irradiar su proyecto neoliberal fronteras afuera de Argentina?
Alejandro Frenkel, docente e investigador de la Escuela de Política y Gobierno en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), habló con Malas Palabras sobre la hoja de ruta comercial y diplomática que, aparentemente, buscará desarrollar el dirigente que vivirá en la Quinta de Olivas con sus cuatro canes clonados.
“No creo que Milei tenga una agenda regional activa, eso no implica que carezca de una política regional a la que le dotará de relevancia en algunos puntos. En primer lugar, no tiene grandes aliados en la región, eso supone a priori un freno a su política regional porque carecerá de socios para algunas iniciativas. En términos políticos, se abocará a confrontar con los regímenes que considera autoritarios; a su vez, buscará acercarse al gobierno de EE.UU. porque priorizará la agenda de libre comercio, tanto en el ámbito del Mercosur o suscribiendo acuerdos bilaterales. No creo que avance en la desintegración del Mercosur, pero sí buscará una mayor flexibilización del bloque. Su mirada sobre el Mercosur será meramente comercialista, parecido a lo que hizo Bolsonaro en su momento. Tampoco veo factible que se revitalice el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio para las Américas), teniendo en cuenta la posición al respecto que tiene Lula, y además Estados Unidos no está interesado en reflotar el acuerdo”, sostiene el profesor de la UNSAM.
Alejandro Frenkel considera que el gobierno argentino mantendrá el vínculo económico con Brasil, aunque su Jefe de Estado profese la ideología “comunista” a ojos de Milei. “Me parece que lo dijo porque cree genuinamente en eso, es la dimensión más ideologizada y dogmática de Milei, después se desdijo porque es evidente que no se puede modificar la relación comercial con Brasil por su tremendo impacto económico, pero eso no implica que Milei no crea en lo que dijo durante la campaña”, explica.
El buen vínculo de Milei con Donald Trump causa fastidio al presidente de los Estados Unidos Joe Biden. Se trata de la única cuestión que impedirá una recepción cabal de los pedidos de Milei a Washington DC. El editor económico de Clarín Marcelo Bonelli consignó ese malestar cuando narró la visita realizada a la potencia del norte por el presidente electo a días de su asunción: “La Casa Blanca quiso conocer qué vínculo concreto tiene Milei con su archienemigo Donald Trump. El Consejero de Seguridad Jake Sullivan advirtió -y está en alerta- sobre los coqueteos de Milei con el ex presidente de EE.UU. En el círculo rojo trascendió que la frase fue esta: Si juegan en la interna nuestra, no nos pidan nada después”.
Un interrogante de peso en la agenda comercial argentina es cómo quedará el vínculo con el otro gran socio extrarregional, China. Por lo pronto, la Canciller entrante Diana Mondino advirtió que hará trizas el acuerdo suscripto semanas atrás por su antecesor Santiago Cafiero, que había logrado incorporar al país como socio de segundo orden en la escuadra de naciones emergentes del BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Al respecto Alejandro Frenkel explica a Malas Palabras que: “Hay gestos hacia China que marcan una moderación, eso no significa que no pueda haber una parálisis o un freno marcado hacia algunas iniciativas de Beijing presentes en el país, sobre todo en áreas donde Estados Unidos tiene una mirada más celosa respecto de la influencia china. Por ejemplo, en el área de la tecnología, de la cooperación espacial, en materia de infraestructuras críticas, defensa y seguridad, o telecomunicaciones, en todos esos sectores puede haber una parálisis o un retroceso”.
En un marcado maquillaje cínico de su narrativa política el macrismo decía tener como espejos internacionales a Nelson Mandela o Barack Obama. Por el contrario, Javier Milei ha sincerado la membrecía internacional de pertenencia de la derecha criolla. Si el tablero global fuese una prolongación imaginaria del juego de guerra TEG, podríamos decir que el líder de LLA juega con las fichas negras de una escuadra debutante. Por caso, Milei fue orador en un evento partidario de la formación ultraderechista española VOX. En la escala interamericana, ya ha sido mencionado su buen vínculo con Trump y Bolsonaro.
¿Tendrá vocación política y oxígeno económico para expandir la mancha neoliberal en el Cono Sur? Trazar un horizonte aún es prematuro. El proyecto libertario radicalizado de Milei es tan experimental e incógnito en sus formas que es nebuloso saber si su programa podrá hacer pie, en principio, a nivel doméstico.
Acuerdo Mercosur – Unión Europea: game over.
Más de cuatro años atrás, el 28 de junio de 2019, el Canciller de Mauricio Macri, Jorge Faurie, comunicó exultante, con su rostro bañado en lágrimas, a su jefe político que finalmente el Mercosur y la Unión Europea habían llegado a un acuerdo para pactar una zona de libre comercio interoceánica. Los hechos demostraron que se trataba de una fake news.
El largo paréntesis de la negociación comercial entre los dos bloques aduaneros mantuvo su campo de suspenso y no se resolvió en el 2023, tal como se preveía. Meses atrás, la predisposición favorable de los gobiernos de Brasil y España, principal economía de la Cuenca del Plata y país a cargo de la presidencia pro tempore de la eurozona, hacían factible la concreción del tratado.
A días de culminar el mandato, el ex presidente argentino Alberto Fernández expresó a través de Santiago Cafiero que Bruselas no había cumplido los compromisos asumidos para desanudar los reparos abiertos por las cámaras industriales que veían amenazadas la rentabilidad de su sector. A su vez, el gobierno francés, que a pesar de su impronta neoliberal mantiene activa el proteccionismo rural de pequeños productores preocupados por la ventaja comparativa de sus pares mercosureanos, perduró sus críticas a la política ambiental de sus interlocutores, y por ende ratificó la estrategia discursiva diplomática con la que amuralla su poca predisposición a firmar.
El movimiento obrero también veía con malos ojos la marcha de la negociación. En concreto, la Confederación de Sindicatos Industriales de la República Argentina (CoSiRA), que preside Ricardo Pignanelli, envió los primeros días de diciembre una nota al presidente saliente argentino para que no apoye el acuerdo: “Teniendo en cuenta la desgravación arancelaria todo indica que tendremos un impacto altamente negativo”.
El politólogo Andrés Malamud describe en el site Política Exterior otros nudos que asfixian la negociación: “La posibilidad de finalizarlo y ratificarlo es pequeña porque la dispersión de intereses es creciente. De un lado, España y Portugal son incondicionales porque su proximidad con América Latina fortalece su posición dentro de la UE; del otro, Francia es reluctante porque sus agricultores temen la competencia y ejercen una fuerte influencia electoral. En el medio, Alemania apoya el acuerdo, pero requiere compromisos ambientales. En Mercosur, Argentina exige cooperación para financiar la transición económica y Brasil pretende proteger su industria y sector público. Las objeciones de los países pequeños son resolubles: en la UE se los presiona con repetir referéndums hasta que salga el resultado deseado, mientras en Mercosur se los compensa materialmente. Lo único intratable son las legislaturas subnacionales belgas, que tienen la atribución constitucional de bloquear la aprobación nacional, y consiguientemente europea, de un acuerdo de asociación”.