Sergio Val (Fundación Che Pibe, Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo. Secretario de Asistencia Social de la CTA Autónoma).-
De lo que quiero hablar es de la necesidad de que nuestro pueblo abra los ojos para ver de qué lado está y para eso también hay que ver toda la cancha, porque las tomas de tierra no son la foto del diario de ayer, sino una película que tiene muchos años y que involucra a muchos dirigentes políticos que seguimos votando cada dos años. Estoy más que seguro que muchos intendentes, no solo hicieron la vista gorda en tomas anteriores, sino que dieron luz verde o alentaron y alientan la toma de tierras y no siempre con la premisa sagrada de que «donde hay una necesidad nace un derecho». Hay negocios que hacen los punteros en las tomas de tierras que son fabulosos, pero no dejan de ser un hueso que le tiran al lumpenaje político. Muchos son verdaderos emprendimientos inmobiliarios, con la diferencia que estos emprendimientos se hacen a costa de pobres desesperados que buscan un pedazo de tierra donde ver crecer a sus hijos, sobre zonas inundables, bordes de arroyos contaminados o basurales. En los últimos veinte años, el negocio se disputa con el narcotráfico, que es el nuevo reclutador de niños y jóvenes utilizados para la corrupción policial y el exterminio del “nuevo indio urbano”. Es que toda esta situación es la contra-cara de las migraciones forzadas desde la ruralidad hacia las grandes ciudades. Es decir, para quedarse con las tierras más fértiles del mundo la oligarquía local, los gobiernos y las multinacionales de los agro-negocios silenciaron este fenómeno demográfico. Lo silenciaron, pero también lo acompañaron.
El negocio
Amontonar gentes en los bordes de las grandes ciudades es la consecuencia de décadas, sino siglos, de colonización. Otrora con el estandarte de la corona española, después la oligarquía argentina con nuestra bandera y nuestro ejército exterminando a nuestros pueblos originarios. Antes con el Rémington, el Mauser y la lanza, hoy con jueces y grupos para-policiales, pagados por empresarios, despojando campesinos de sus tierras, asesinando hermanos indígenas. Con topadoras e incendios, destruyendo bosques y humedales o avionetas fumigando venenos sobre campos, escuelas rurales y pueblos.
La conquista del “desierto” del siglo XIX nunca cesó. Porque en la economía global, el lugar asignado a la Argentina es el de ser proveedora de materias primas para el desarrollo capitalista en las metrópolis del imperialismo económico. Argentina es zona de sacrificio y los primeros sacrificados somos los pobres de Argentina.
El rol de los gobiernos de turno
Con diferentes discursos de “progreso nos fueron amontonando en las nuevas reducciones indígenas, los conurbanos, y fueron generando las condiciones para que nos quedemos aquí. Lo primero fue levantar los ferrocarriles y privatizar las empresas de servicios públicos. Lo segundo fue reformar la constitución en el ‘94, entregando los bienes del pueblo argentino a los feudos provinciales. Para una multinacional es más fácil negociar con patrones de estancia corruptos que con una Nación Soberana (llámese pueblo). Eso fue balcanizar el país, dividirlo para entregarlo. Entre otras medidas los gobiernos fueron subsidiando la energía eléctrica, haciéndose cargo los municipios del conurbano del consumo eléctrico de los asentamientos con medidores comunitarios. Subsidiaron el transporte público sin controles, permitieron negocios monopólicos del sector empresarial avalado por el accionar de sindicatos. Gastan miles de millones de dólares prestados en obras majestuosas (que benefician a sus empresas), para hacernos creer que tenemos derecho a un modelo de ciudad, que no es más que hacinamiento poblacional, pero como eso no les alcanza utilizan el hambre, la precarización, la violencia institucional o la droga, según la faja etárea a la que pertenezcamos y nos ponen a un gendarme, un pobre de nuestra clase, con un uniforme azul y una 9 mm en la cintura para que custodie la masacre.
Entre el cipayismo y la colaboración ingenua
El refranero popular es sin dudas portador de sabidurías acuñadas por la observación y el sufrimiento de las clases populares. Pero más dolorosa es la entrega cuando el que dice defender tus derechos es cómplice de tu desgracia. Enarbolando banderas que encarnan las luchas más sentidas de la historia de nuestro pueblo, la dirigencia política argentina nos mete la uña en las urnas, nos impone modelos “democráticos” a la norteamericana. Se saca fotos con nuestros líderes latinoamericanos por la liberación continental, pero le dan la espalda al ALBA de los Pueblos o al Banco del Sur Bolivariano. Son capaces de regalar tres millones de netbooks y no pueden terminar con la muerte de niños con hambre en un país hecho de pan.
La pandemia, oportunidad o condena
Una vez más el pueblo sacude sus conciencias. Se arma de esperanzas, se organiza y disputa. Ya no haremos lo que denunciara Mariano Moreno “mudar de tiranos sin destruir la tiranía”. Son tiempos en los que se discute todo. Desde la historia hasta la posibilidad de un futuro o la extinción. Mientras los movimientos sociales, campesinos e indígenas proponemos la Marcha al campo, las élites pretenden instalar factorías de carne porcina para los chinos y modelos extractivos que solo nos sumergen en el subdesarrollo que beneficia a los mismos de siempre.
¿Aprendimos algo de la gesta del pueblo boliviano y Evo Morales? ¿Vamos a seguir corriendo detrás de la zanahoria de los billetes verdes y los espejitos de colores? ¿Vamos a urbanizar las reservas indígenas del siglo XXI o vamos a recuperar el territorio argentino para nuestro pueblo y las futuras generaciones? ¿conquistaremos definitivamente la soberanía política, la independencia económica y la justicia social o seguiremos con el verso de la inclusión a precio de planes sociales en lugar del trabajo con salarios dignos?
O inventamos o erramos, nos guía la historia latinoamericana en las palabras del educador popular Simón Rodríguez.
Y hablando de nuestros educadores populares voy a recordar las palabras de nuestro hermano mayor, Alberto Morlachetti que nos decía: “Marchamos porque es posible soñar otro tiempo, el tiempo del trabajo, de los salarios dignos, donde ser jubilado sea una bendición, y ser niño un privilegio. No estamos lejos ni cerca de ese tiempo, estamos en el tiempo exacto para diseñar la tierra y el cielo que queremos” y agrego, humildemente, estamos en el tiempo de hacerlo.