Por Carlos Fanjul.- Caminar una tarde con el cura Cajade por la marginalidad de un barrio sumido en la pobreza, era más rico para el intelecto y el alma, que leerse las obras completas de Zygmunt Bauman. En un rato, tu mirada sociológica se expandía hasta límites que no habías imaginado. Mientras con un médico se detectaba el límite mortal de la desnutrición infantil, Carlitos no paraba de curar aquella sensación de fracaso individual con la que te ataca la pobreza extrema.
Una tarde le pregunté a esos dos especialistas en enfermedades distintas, por qué en cada casita casi siempre solo había una madre con sus hijitos, peleando sola, abandonada: “Porque el hombre se quebró antes, y ya no está. Puede estar tirado en una zanja, preso o muerto, pero como lo formaron desde el machismo ya ha perdido la dignidad de poder mantener a su familia, ya se canso de no encontrarle salida a esa situación”, lanzó Cajade como contexto global de su respuesta. “La mujer, en cambio, es más fuerte, resiste mejor el dolor de la pobreza y sabe mucho antes que el hombre que con victorias pequeñas, cotidianas, casi elementales como la comida diaria, también se le gana a esa injusticia”, remató con una simpleza sabia que hasta hoy me estremece.
Hace unos días me impactó una frase de un poeta platense, Néstor Mux, quien sentenció que “la mujer es la que te avisa donde está el precipicio, la que te impide que te caigas en el abismo”. Fuerte. Real. Y agregaba yo desde aquella experiencia de los ’90, la que se queda igual a pelearla cuando te caes lo mismo.
En estas horas mucho se ha dicho y se ha escrito sobre la mujer. La avalancha de pies juntitos y manos alzadas que el último 8 de marzo paralizó y movilizó al mismo tiempo al mundo entero, no hizo más que demostrar, por si hiciera falta, la inclaudicable fortaleza que desparraman a cada paso “cuando se nos pone algo en la cabeza” diría mi vieja. O, agregaría yo, cuando comprenden antes que hombre alguno por donde transita la verdad, la más práctica, la más justa de la circunstancia que fuera.
No es ya demasiado obvio que no se puede permitir la violencia de género, la muerte, el destrato desde un escalón supuestamente superior del macho, las diferencias de derechos laborales y salariales, la falta de reglas que las protejan de verdad……
En consonancia con la fecha, esa sociedad ha comenzado a discutir una vez más un proyecto de ley para despenalizar el aborto. Y parte de esa misma sociedad, la que mira todo desde la desigualdad de clase, tergiversó como siempre la cuestión y arrió el debate solo al costado moral del hecho de abortar, y no a lo que se pretende discutir.
Sabedoras de esa discusión mentirosa, las minas se anticiparon con el lema que la iniciativa plantea con claridad inapelable: Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para NO abortar. Y –llegado el caso- aborto legal seguro y gratuito, para no morir.
Un paso antes, siempre. Un paso más…para que pronto sea real la derrota de una desigualdad incomprensible.