Entrevista a Alejandro Galliano, historiador, docente y autor del libro “¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no? breve manual de las ideas de izquierda para pensar el futuro”, sobre el mercado de trabajo en el capitalismo 4.0
Por Florencia Mártire y Mariana Portilla
Ilustración: Adictos Gráficos
A la etapa actual del capitalismo, Alejandro Galliano la llama capitalismo 4.0., un momento de la historia de la humanidad en el que cada vez son más las “esferas de la vida” que se convierten en “bienes” gracias a la tecnología y a la digitalización. Este escenario, según Galliano, se caracteriza por una segmentación del mercado del trabajo, que tiene una serie de tareas simplificadas en un extremo y otras muy calificadas en el extremo contrario.
Es en este contexto de transformación donde la pérdida del poder adquisitivo del salario gana terreno, empobreciendo a los trabajadores y empujándolos a realizar más de una actividad para aumentar sus ingresos. “En Argentina, hoy por hoy, tener un salario que pague toda tu vida es un privilegio”, afirma Galliano.
-En tu libro planteás que hoy, como nunca, el capitalismo controla todo el planeta y atraviesa nuestras subjetividades pese a que el empleo asalariado disminuye, aumenta el desempleo y la exclusión se multiplica. ¿Cómo se las ingenia este sistema para seguir vendiéndonos postales felices?
-Son dos cosas distintas. Que controle el planeta, la subjetividad, tiene que ver con la ampliación de la mercantilización: son cada vez más las esferas de la vida que hoy se pueden comoditizar, que se pueden transformar en un bien. Eso es un proceso que tiene que ver con que el capitalismo resuelve sus contradicciones expandiéndose hacia afuera o hacia adentro.
En este momento estamos viendo una ampliación muy grande de la comoditización gracias al entorno digital, y lo que genera incluso entre los propios capitalistas son incertidumbres, debates.
Por un lado, está el desarrollo del capitalismo que plantea problemas y desafíos a las organizaciones del trabajo, a la ciudadanía y a los Estados. Y, por otro lado, está el discurso. El discurso hoy no vende postales felices, no hay. En todo caso, lo que tenés es un optimismo muy raro, que se sostiene en gran medida en la confianza que tiene el capitalismo en resolver las cosas dentro de sí mismo. Por ejemplo, la crisis ambiental. ¿Cómo la vamos a resolver? Bueno, con más tecnología y fomentando determinado tipo de inversiones. El capitalismo mismo, con su lógica, va a darle un valor de mercados a los recursos naturales y eso va a llevar a que los cuide. Tiene que ver con ampliar esta lógica de capitalismo, pero no es una época de postales felices.
-En el actual modelo capitalista, el 4.0 como vos lo identificás en tu libro, ¿qué rol juegan los trabajadores? ¿Cómo este sistema los piensa, los amolda a sus necesidades?
-Hace algunas semanas murió Mario Tronti, un legendario intelectual italiano, y él se hizo famoso por una frase que decía “primero los trabajadores y después el capital”, en el sentido de que era la lucha de los trabajadores la que generaba las condiciones a las que tenía que adaptarse el capital. Eso lo dijo cuando era joven. Muchos años después, le hicieron una entrevista y dijo “el capital nos derrotó totalmente”.
Hace rato que el capital tiene la iniciativa y el poder para establecer las condiciones en las que se va a trabajar. Lo que vemos es una transformación del mercado del trabajo que de alguna manera acompaña un proceso que venía de antes, que es la segmentación. Ya no vamos a ver un mercado de trabajo, sino mercados distintos. Acá lo que se puede ver es que hay una simplificación de tareas, no solamente manuales sino también intelectuales, por las nuevas tecnologías, y la aparición de nuevas tareas calificadas.
Las tareas simplificadas se precarizan, se pagan menos, se desalarizan, en el sentido de que muchas de esas tareas no se remuneran en términos salariales (por cantidad de tiempo trabajado o por producto terminado), sino que el criterio a veces es medio borroso, como los colaboradores de las app.
Entonces los cambios consisten en una segmentación muy grande, una polarización del mercado del trabajo; arriba, nuevos cargos muy bien pagados, porque cada tecnología genera sus cargos calificados, y abajo, una simplificación de tareas que ya no se reduce a lo manual sino que la vemos ahora también tallando en tareas administrativas y que están devaluadas. Junto con eso, una desalarización grande. El desafío es cómo se organiza la clase trabajadora para negociar en estas condiciones.
–Mencionás la desalarización del trabajo como una de las características generales del capitalismo 4.0, entendiendo que el trabajo asalariado es un formato que va desapareciendo. En simultáneo, seguimos discutiendo temas como la reforma laboral, la reducción de la jornada, que dan por sentado que hay patrones, que hay trabajadores y que en el medio hay un salario que se espera que sea digno. ¿Los sindicatos, los trabajadores organizados, estarían dispuestos a dejar que este formato desaparezca? ¿Están pudiendo pensar en algo mejor?
-Es una pregunta para los sindicatos. Cuando uno dice la desalarización, no está diciendo que va a desaparecer el salario. El salario va a seguir existiendo. El tema es que antes el salario era la forma predominante de remuneración de casi todos los trabajadores y pagaba toda la vida del trabajador. Hoy, el salario es una forma dominante pero no es la única, va perdiendo terreno ante otras, y en muchos casos no paga toda la vida del trabajador. Entonces el trabajador debe complementarlo con otro tipo de tareas.
Es un fenómeno que el primero que lo detectó fue un economista italiano en África. Se daba cuenta de que como los africanos estaban totalmente proletarizados, todavía tenían algún pequeño minifundio de tierra, podían producir parte de los alimentos y eso les permitía a las empresas europeas en África pagar salarios por debajo de la subsistencia porque parte de la subsistencia se la proveía el propio trabajador.
Lo que estamos viendo en Argentina, lo vimos en cada ciclo inflacionario. En los ‘90s, la pobreza estaba dada por el desempleo; ahora, la pobreza está dada por la caída del poder adquisitivo de los salarios. No tenemos desempleo alto, tenemos trabajadores pobres. Y se ve, en un capitalismo más desarrollado, en este multitasking de personas que tienen que agarrar trabajos simultáneos y diferentes tipos de contratos que se solapan entre sí. En Argentina, hoy por hoy tener un salario que pague toda tu vida es un privilegio.
-Pensando concretamente en una Argentina a mediano plazo, ¿creés realmente que nuestra sociedad está camino a encontrar la forma de producir riqueza con menos trabajo humano?
-No. Los cambios que yo describo son globales y después le hago la bajada a nuestra región y a nuestro país. Por lo que uno puede ver, lo que tenemos es una crisis de escasez de recursos. Cada dos por tres nos ilusionamos con que la olla es infinita. Después de la segunda guerra mundial, parecía que había petróleo para todos porque sencillamente Estados Unidos y la Unión Soviética tenían a los países productores de petróleo agarrados del pescuezo y en los ‘70s nos dimos cuenta que no y vino una escasez que tuvo cara de neoliberalismo.
En los ‘90s parecía que digitalizábamos todo, pero eso requiere un soporte material, insumos como el litio, espacio para data centers. Ahora estamos sintiendo esa escasez, además de bienes energéticos. En este contexto de escasez, a la región le está tocando ser proveedora de recursos. Podemos desarrollar un tejido industrial mercado internista, desarrollar algún tipo de polo, hacer foco en alguna producción o agregarle valor a los bienes primarios, pero básicamente en el largo plazo y en el trazo grueso Argentina, Brasil, Uruguay, Chile van a volver a ser proveedores de insumos primarios. En ese sentido, el trabajo va a acomodarse a eso.
-En una reseña sobre tu libro en La Izquierda Diario, el autor Tomás Quindt dice que el horizonte está en un combate por la apropiación obrera y popular de los grandes medios de producción del capitalismo 4.0. ¿Compartís esta mirada?
-No, porque los medios de producción hoy son muy diversos. Si estamos hablando de una fábrica o de una empresa autogestionada, sí, puede ser, pero no se me ocurre cómo se pueden autogestionar otras ramas, fierros muy complejos que están desparramados por todo el mundo.
Expropiamos Mercado Libre. ¿Cuál? ¿El argentino? ¿El brasileño? ¿Qué parte? ¿A quién le damos el control? ¿A los que están trabajando en los depósitos, que tendrían el perfil que más o menos esa reseña se imagina que es un trabajador, o a los trabajadores muy bien pagados que se ocupan de codear y diseñar la web? Porque también hay que ver si se sienten parte de una misma clase.
Creo que es mejor pensar en un acompañamiento estatal y en una especie de sinergia que permita tener un sector muy productivo, que genere ingresos altos en el mercado, y un sector menos productivo, que de alguna manera sea sostenido por mecanismo de redistribución. Es un poco lo que tenemos ahora, pero de manera muy conflictiva y poco sinérgica. Hay una percepción de un lado de que hay que sostener un montón de gente no productiva, “parásitos”, “planeros”, y del otro lado la idea de que “se la llevan unos pocos y nosotros nos morimos de hambre”. Ese es el problema.
-En el Prólogo a Cándido, un libro de Voltaire de 1759, la traductora Amparo Azcona escribe: “Al final de sus aventuras, Cándido tan solo quiere cultivar el huerto. Es una metáfora del elogio al trabajo. Para Voltaire el trabajo no es una actividad vil y denigrante, sino una manera de liberar al hombre, el camino hacia el bienestar. ¿Esa visión del trabajo es una completa y perfecta utopía?
-Y también lo era cuando lo escribió Voltaire porque ese libro es una burla a todo el optimismo de la época. Burlarnos de ese tipo de imágenes es gratis. Yo podría estar media hora ironizando con la postura más cínica y canchera sobre ese tipo de percepciones y sobre quiénes la tienen hoy, como lo hizo Voltaire en su época. Creo que las imágenes de futuro sirven. Tienen que tener un grado de elasticidad y de retroalimentación, tanto con las posibilidades presentes como con el pasado que arrastramos. Pero es imposible discutir un futuro sin una imagen.
Si nosotros vamos solamente con lo hecho, nos vamos a topar con que las personas que disputan el capital tienen un montón de imágenes de futuro. Ellos no le tienen culpa a la utopía. Obviamente no lo llaman utopía. Solamente hay que ver los delirios que pueden llegar a decir Elon Musk o Jeff Bezos… son súper utópicos.
Si ellos pueden tener ese tipo de utopías, nosotros también; no hace falta que seamos Cándido. Si vivimos sin ninguna utopía, lo más probable es que terminemos jugando a la defensiva y con un tipo de estrategia totalmente adaptativa y resignada, que es lo que les pasa a las izquierdas de los países desarrollados, o una postura más cínica pero amargada respecto a que tenemos todo en contra y lo único que nos queda es resistir con aguante, que es lo que les pasa a muchos progresismos populistas, sobre todo en América Latina.