Se terminó otro Mundial y los argentinos debatimos sin parar por el sabor a fracaso, que también se nos viene encima desde la pelota. Es fracaso o nuestro escape es esperar demasiado de nuestras supuestas virtudes futboleras? Solo un dato: la última vez que una selección albiceleste derrotó a un rival top, ocurrió en junio de 1990. Y los hinchas aún gritan aquel gol de Caniggia, como si se produjera ahora. No será que somos menos de lo que creemos, también en el fútbol. ¿Y si el problema está en el constante cambio de nombres? ¿En la interrupción sistemática de cada proceso?
Por Carlos Fanjul
En toda Latinoamérica suena repetidamente una idea que nos define: “Si un argentino se cae desde lo que cree que es, se rompe seguro la cabeza”.
La marcha del país injusto y desigual que hemos construido, parece darle razón a esa frase. Y bien podríamos asegurar que en el item que busquemos, algo parecido podríamos hallar.
En esa dirección, no descartemos que también en el fútbol nos pase algo así y que no queramos ver que, desde nuestro eterno imaginario de glorias sea inteligente aceptar que no somos más que mediocres.
(se espera aquí un coro de insultos altisonantes)
Como era lógico de esperar, si se miraba en detalle todo el proceso previo al Mundial –hablo de cuatro años, no de dos meses-, y la cantidad de incongruencias cometidas durante su desarrollo, Argentina se volvió a casa en el reciente Mundial mucho antes de lo que el ego nacional daba por descontado.
Alguien tiene que tener la culpa!!!!!
Otra de las ‘cualidades’ que tiene esto de subirse a un escalón superior de la argentinidad al palo, es, invariablemente, el tener que depositar en algo o alguien la culpa de nuestro infortunio, al que siempre consideramos como solo ‘pasajero’.
Así fue que del Mundial de Inglaterra del ’66 nos volvimos porque un arbitro alemán expulsó a Rattin porque no lo entendía, en el ’90 porque uno mejicano sancionó un penal en contra porque estaba comprado, en el ’94 porque la enfermera se llevó a Diego en medio de la ‘mentira’ de que el 10 consumía drogas; en el ’98 porque echaron a Orteguita, en el 2002 porque Bielsa no gritaba desde el banco, en el 2006 porque le dieron un papelito al alemán Lehman para que nos ataje los penales, o en el 2014 porque Higuaín es un salame que erró un gol en la final.
Y así podríamos seguir buscando culpables históricos, que conspiraron contra nuestra grandeza. Y sin querer buscar y encontrar razones más desde las entrañas de cada una de las situaciones.
A poco más de un año de considerarlo como la reencarnación del objeto del deseo, Jorge Sampaoli, que era lo mejor de los mejores cuando dirigía Chile y que por eso tuvimos la pulsión generalizada de que estaba bien robárselo al Sevilla, paso a ser un burro que no entiende nada de fútbol, y que carece de estatura para manejar a Messi y Cia.
Y la verdad que, según pareció, en algunas situaciones sucedidas, no mostró que en el derrumbe fuera un timonel apto para conducir el barco.
Pero no fue el único que lo hundió, más allá de que si resulte extraño que se haya peleado con casi todo su cuerpo técnico, o que apelara a múltiples cambios de esquemas y apellidos, que sí resultan admirables cuando ya antes un entrenador construyó una maquinaria sólida. Pero jamás cuando aún no se está ni cerca de maquina alguna.
Su falta de conducción y sus cambios permanentes de esquemas y apellidos, que son las causas más escuchadas para ser defenestrado, tuvieron directa relación con un plantel más que difícil, caprichoso a veces y hasta por momentos sospechosamente manipulador o desganado. No se puede entender de otra manera que, a poco que se tome una decisión en contra de sus deseos, los tipos exterioricen su enojo y se arrastren por el terreno como perdidos. Vale acotar que esta vez lo que se discutía era apenas si jugar con tres o con cuatro defensores en el fondo. Algo demasiado pequeño para provocar un cataclismo interno.
No hay vueltas, este grupo es bravo, fija con contundencia sus posiciones y nunca parece fácil de domesticar para que se adapten a lo dispuesto por un entrenador.
También le pusieron condiciones, o desviaron el rumbo hacia sus propias ideas, al Tata Martino, al Patón Bauza, o antes al propio Alejandro Sabella, a quien le hicieron cambiar un planteo en el entretiempo del debut mundialista de 2014, y con quien también tuvieron diferencias, diluidas para el afuera por la conquista al final del segundo puesto.
Ahora bien, esto de jugadores que pujan con el entrenador para alterar algún rumbo, no es nuevo en el fútbol. Le pasó al mismísimo Carlos Bilardo, pocas horas antes del Mundial ’86, y con Diego Maradona a la cabeza. Claro, con la diferencia de que luego el título de campeón conseguido luego, borró posibles vendavales internos y externos.
Y si somos apenas mediocres?
Todo este costado, cuasi mafioso, bien podría ser una de las líneas de debate para la discusión actual de nuestras frustraciones.
La otra, menos rebuscada, pero inaceptable para nuestra mirada desde la alcurnia futbolera, es insistir conque estos que hasta ahora jugaban son menos que lo que creemos y pierden porque pierden ante seleccionados mejores. Llegaron hasta ahí, que era hasta donde podían llegar.
Pero no. Jamás aceptaríamos eso y preferimos buscar por el lado del enorme peso anímico que es para Messi, ser Messi, o, por el contrario acusarlo de ‘que en Barcelona luce y aquí no porque no siente la camiseta’.
O la compasión o la sospecha. Sin términos medios, ni búsquedas algo más lógicas.
Hoy se dice de Messi, muchas de las cosas que antes se razonaban alrededor de Diego Maradona.
Aquí me apuro a afirmar que el peso de ser Maradona o ahora el de ser Messi, los tipos lo soportaron de manera distinta, o, mejor dicho, de forma opuesta.
Diego soportó sin problemas esos mil kilos que le poníamos arriba cuando estaba adentro de la cancha. Pero en la vida personal, seguramente no podemos aventurar lo mismo.
Messi, en cambio, tiene una vida prolija, ideal para los que buscan ejemplaridades, pero pocas veces aguanta semejante carga cuando la cosa se pone fulera en medio de un partido. En Barcelona luce porque es el engranaje superior de una máquina casi perfecta.
Con la albiceleste se da cuenta a los diez minutos que va de punto. Y no le da para llevar él al equipo al costado de la banca
‘Complejo de superioridad’
Con nuestro habitual ‘complejo de superioridad’, como ironiza frecuentemente el colega Alejandro Fabbri, los argentinos venimos dando por sentado que nuestro fútbol está entre los mejores del mundo. Que siempre fue así y que así lo será para siempre.
La pura verdad, es que eso no es lo que dice la historia futbolera, ya que ella muestra que solo estuvo arriba a veces, de a ratitos.
A ver: si le preguntamos a cualquier futbolero cual es al puesto que ocupa Argentina en los Mundiales, seguro que empezara discutiendo si es el primero o el segundo sitial, para luego aceptar, medio forzadamente, que por ahí nos superan los brasileños y alemanes.
La realidad indica que en estos 21 Campeonato del Mundo, nuestras ubicaciones fueron en su mayoría más modestas que las que se piensan.
Como síntesis valdría asegurar que, de 17 ocasiones en que participamos, en 8 llegamos hasta Octavos o en Cuartos de Final, en 4 nos dijeron basta mucho antes (fase de grupos) y solo en 5 pudimos gritarle al mundo que estábamos entre los mejores.
A saber
–4 veces no estuvimos (en el ’38, ‘50 y ’54 porque aquel complejo de superioridad nos mandaba a estar enojados con los organizadores, y en el ’70 porque ni siquiera pudimos clasificar)
–2 veces fuimos campeones (1978 y 1986)
–3 subcampeones (‘30, ‘90 y 2014)
–en 4 ocasiones (‘34, ‘58, ‘62 y 2002) fuimos eliminados en primera fase
–en 3 (’66, ’94 y 2018fuimos eliminados en Octavos de Final (ocupamos entre el 9no y 16to puesto)
–en 5 oportunidades (74, 82, 98, 2006 y 2010) nos volvimos casa en Cuartos de Final, es decir ocupando entre el 5to y 8vo puesto
Esto es solo estadística, pero también marca que en general no estuvimos entre los famosos cuatro equipos que juegan la totalidad de partidos posibles en cada certamen.
Por ahí el dato ayude a bajar la locura que se observa tras la derrota ante los franceses, y la sobreestimación que tenemos de nosotros mismos.
Pero hay algo más….
16 de octubre de 2007
Ese día, el por entonces dueño del fobal nacional, Julio Humberto Grondona, tomo una de sus tantas decisiones inconsultas y dictatoriales.
Y hasta rompió con una de sus mejores creaciones: echó a Hugo Tocalli, que era quien quedaba en pie de la estructura armado por José Pekerman, en 1994, y que llevó a nuestros juveniles a ser campeones del mundo Sub 20 en cinco ocasiones (1995, 1997, 2001, 2005 y 2007)
Pocos días antes de la fecha citada, Tocalli ya andaba preocupado. Venía de conseguir el quinto titulo y le confesó a este cronista algo que hoy no podemos soslayar.
Acotemos que, de esa cantera inagotable, acababan de surgir, entre otros, Messi, Agüero, Biglia, Gago, Romero, Fazio Mercado, Di María y Banegas, entre otros.
En total, fueron 35 jugadores de aquellos seleccionados juveniles, que luego fueron protagonistas en Mundiales de mayores
Pero igual, había algo que lo tenía intranquilo: luego de haber comandado los últimos rastrillajes por cada rincón del país no aparecían como antes cinco o diez apellidos para cada puesto como hasta un tiempo antes.
Se rescataban uno o dos para cada sitio de la cancha y, ya desde antes con Pekerman, el grupo de entrenadores calculaba que había que intensificar el trabajo de preparación y formación para poder equilibrar el bajón en el nivel de talentos de las nuevas camadas.
O sea, con Messi y Cia estábamos disfrutando de las últimas ‘joyas de la abuela’, producto de un laburo serio, continuado y coherente, y, sin saberlo nos acercábamos al precipicio, que nos acecha hasta hoy.
Pero, en lugar de más organización, se rompió lo estructurado y llegó el mayor caos del que se tenga memoria en la formación de nuestro pibitos con la celeste y blanca.
Se sucedieron sin darnos cuenta, apellidos como Batista, Perazzo, Trobbiani, Humberto Grondona, Brown, Garré, Lemme, Olarticorchea o Ubeda, sin que esto signifique una valoración de cada apellido, sino de la cantidad de ellos y de las continuas vueltas de timón que se observaron con el transcurrir de estos años.
Se terminó con un método de formación y los malos resultados no tardaron en reemplazar a las vueltas olímpicas
Así, tomando solo a la selección Sub 20, campeona del mundo cinco veces hasta ahí, vemos que no se logró siquiera clasificar al Mundial de 2009, fue eliminada en Cuartos de Final en 2001, se volvió a no clasificar en 2013 y quedamos afuera en primera ronda en 2015 y 2017
Otro dato: en reemplazo de aquellos 35 jóvenes promovidos, esta última selección solo contó con 3 pibes llegados de las selecciones juveniles: Tagliafico, Pavón y Lanzini.
Un problema ‘mayor’
Si a ese descalabro le sumamos que, desde la renuncia de Alejandro Sabella hace cuatro años, llegó Gerardo Martino, en medio de la muerte de Grondona y con el explicito aval de este grupo de jugadores. Que luego éste le empezó a encontrar defectos y, mientras los dirigentes se mataban por la toma del poder, los clubes empezaron a negarse a ceder sus jugadores. Que por último arribó Edgardo Bauza para transitar brevemente por el mando, y que, hace un año, desembarcó Sampaoli para enderezar un barco desviado, que nunca logró encauzar…¿Desde donde pretendíamos imaginar que el actual Mundial estaba al alcance de nuestras manos?……
Podríamos agregar que luego de la renuncia de Bielsa en medio de un camino mundialista, ya nunca un técnico completó un ciclo completo. Al Loco lo sucedió el propio Pekerman hasta 2006, llegó Basile pero sospechosamente se fue en silencio -¿cama de los jugadores? a mitad del río-. Tomó Maradona hasta el Mundial 2010, lo sucedió Batista hasta que también se fue resistido -¿otra vez sintió poco compromiso de los jugadores?-, y luego Sabella, también en el medio de las eliminatorias, completó el ciclo hasta Brasil 2014.
Y volvemos al principio: ¿y si, en paralelo, a todos los recientes bolonquis, el problema central está en otro lado? ¿no será que está en las constantes interrupciones y en el mediocre nivel de nuestros talentos?
Como decía el gran Joan Manuel Serrat: ‘Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio’
Por lo menos, estén seguros que no lo habrá en el corto tiempo. Sea con el apellido que sea.
Así que muchachada, a no esperarlo para Qatar 2022….Y por ahí tampoco nuestra gloria llegará en el que compartirán Canadá, Estados Unidos y México en el 2026…
Paciencia y pases cortos.
La mano no pinta para goleadas y hay que entregar la pelota al compañero seguro.
Si, también en el fútbol…..