Por Emiliano Guido
Ilustración: Adictos Gráficos
A inicios de noviembre, el presidente de Chile Gabriel Boric comenzó a trasladarse desde su casa al Palacio de La Moneda en bicicleta. Al momento de realizar su inusual modalidad de transporte para un Jefe de Estado utiliza una nave ligera color naranja. Boric, líder de una amplia coalición que va del centro a la izquierda del espectro político, ha iniciado su segundo semestre de gestión consolidando una manual de estilo de gobierno que combina prudencia económica en el gasto público, progresivas reformas en el capítulo ambiental y una virulenta crítica a boca de jarro de los gobiernos venezolano y nicaragüense.
A modo de síntesis, el presidente chileno, que tiene un papel protagónico en la denominada segunda oleada progresista regional, ha edificado una administración con más continuidades que rupturas con respecto a la herencia neoliberal recibida. Eso sí, en la diaria, el joven dirigente de izquierda ha elegido un modo de locomoción verde para ir del hogar al trabajo. Pragmatismo político mechado con suaves gestos simbólicos de cambio.
Algo semejante se observa con su par peruano Pedro Castillo – el presidente andino también ganó un lugar en la escena pública liderando protestas contra el ajuste en el sistema educativo; mientras Boric lo hizo como estudiante, Castillo como docente-, que atenazado por una virulenta oposición y su amenaza permanente de impeachment legislativo sólo puede, o quiere, manifestar su rechazo al sistema político instituido utilizando una manera de expresarse, o vestirse, cercano a las y los cholos de su país.
2022 ha sido también el año en que inició su gestión el gobierno de izquierda de Gustavo Petro en Colombia. Apenas han pasado 100 días desde que comenzó a escribir su diario de presidencia; sin embargo, a diferencia de Boric y Castillo, los otros colegas que han redireccionado la otrora aperturista Alianza del Pacífico en un mood integracionista, Petro ha mostrado un carácter político más decidido y cercano a lo que fue el color político del boom político latinoamericano de inicios de siglo cuando Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula Da Silva enterraron el proyecto estadounidense del ALCA.
En diálogo con Malas Palabras, la periodista especialista en temas internacionales Telma Luzzani, autora del recomendable libro “Territorios vigilados” -una investigación sobre el despliegue de bases militares de EE.UU. en la región- resalta que: “teniendo en cuenta como referencia los gobiernos progresistas de inicios de siglo, las actuales administraciones tienen gusto a poco. Sin duda, con Castillo hay que tener la salvedad de su poca experiencia y el hecho de contar con la rivalidad de un Congreso tan adverso. Con respecto a Boric, desde un comienzo hizo pública su posición sumamente crítica con respecto al gobierno venezolano, de esa manera replicó la visión de la derecha continental en ese asunto. Se trata, entonces, según mi opinión, de dos gobiernos un tanto decepcionantes. No así el de Gustavo Petro porque, justamente, presidir un país como Colombia presupone más dificultades para un gobierno de izquierda. Pese a eso, Petro ha tenido realmente un temple, una inteligencia y una estrategia para avanzar en temas muy importantes como la pacificación del país”.
Alejandro Frenkel, profesor de la UNSAM e investigador de Conicet, aclara a Malas Palabras que: “Habría que hacer alguna diferenciación entre los tres gobiernos. Boric está encontrando mucha dificultad para revertir el rumbo neoliberal, evidentemente se encontró con una posición económica difícil para implementar cambios. Castillo, por su parte, tuvo una propuesta menos ambiciosa de cambiar el modelo económico, pero tampoco pudo plasmar una alternativa concreta para gestionar la política. El de Petro es un gobierno más nuevo, ha planteado algunas iniciativas ambiciosas como dejar de producir petróleo, también es de destacar su idea de paz total que implica habilitar un proceso de reforma agraria, sin embargo su mirada macro de la economía es ortodoxa. En todo caso, son tres gobiernos que procuran mantener la economía de mercado pero introduciendo una mirada más social”.
Es evidente que el actual ciclo de gobiernos populares – con una temporada 2022 auspiciosa por las referidas asunciones presidenciales, el triunfo electoral de Lula y la reconexión zonal de Caracas al aceptar la intervención de Argentina en el proceso de diálogo con la oposición-, se halla condicionado por un contexto adverso signado por la guerra y la pandemia.
Más allá de la citada salvedad, resulta significativo comenzar a bosquejar un croquis del emergente arco progresista. Recapitulando, Luzzani destaca los vientos nuevos que soplan en Colombia, y Frenkel resalta “la mirada social” de los presidentes que sucedieron a Sebastián Piñera, o Iván Duque. Los analistas regionales son consultados cada vez más a menudo sobre el tenor político de la segunda temporada de la oleada progresista regional. Por ejemplo, el diario uruguayo El País publicó semanas atrás un dossier especial sobre el tema, que incluyó testimonios de especialistas a tener en cuenta.
En el citado informe, Juan Pablo Luna, profesor de Ciencia Política de la Universidad Católica chilena, observó matices diferenciales en la actual ola regional: “Diría que es una izquierda posindustrial, más joven, mucho más comprometida con las agendas feminista y medioambientalista. Es una izquierda más liviana, con menos densidad política y organizacional que la clásica”.
Mientras que Agustín Canzani, director de la Fundación uruguaya Líber Seregni, matizó que: “Existe un intento de establecer regulaciones a la economía capitalista para limitar las desigualdades. También una tendencia a priorizar políticas con un enfoque desarrollista. Los temas ambientales están presentes en Chile y Colombia. Lo mismo los intentos de poner en agenda la temática de los pueblos originarios”.
Unidos y desorganizados
La región latinoamericana, sus gobiernos, carecen hoy de una mesa política para articular sus posiciones comunes en un sistema mundo cada vez más espinoso porque combina interdependencia comercial -globalización económica- y una desconexión cooperativa -desglobalización política – que emerge producto de la guerra ruso- ucraniana y las emergencias sanitarias post Covid.
Veinte años atrás, Latinoamérica, sus gobiernos y organizaciones sociales, enterraron el proyecto anexionista del ALCA en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, además de tejer inéditos denominadores comunes en el capítulo financiero -Banco del Sur- y o de sus Fuerzas Armadas – Consejo de Defensa Sudamericano-. Incluso, con el ímpetu político de Hugo Chávez, que siempre puso el petróleo y los bolívares de la petrolera estatal PDVSA para fortalecer a la región, se articuló la cadena televisiva Telesur.
La temporada 2022, que finaliza también con la cumbre en Buenos Aires del instrumento Runasur -una articulación de organizaciones sociales y sindicales que cuenta con el apoyo político del ex presidente Evo Morales-, ha dejado sembrado noticias que alumbran un futuro político interesante. Si bien, como ha sido apuntado, los gobiernos recién asumidos sobre la costa pacífico, además del gobierno boliviano de Luis Arce, carecen de la musculatura política y económica para inyectar fuerza a la actual oleada progresista regional, el triunfo de Lula en Brasil podría revertir la actual parálisis organizativa de Sudamérica, que tiene por ejemplo a la mesa Unasur en stand by.
“Al entrevistar hace poco a Rafael Correa, el ex presidente ecuatoriano me decía que la Unasur, aún en su parálisis, conserva los mecanismos institucionales necesarios para poder reactivarla”, opina con un dejo de optimismo la periodista Telma Luzzani. La Unasur suele ser criticada por los medios mainstream como un mecanismo de coordinación ideologizado, incluso Boric se ha pronunciado en ese sentido.
Sin embargo, la injerencia del bloque Unasur ha sido sumamente efectiva para cohesionar una voz común en escenarios de desestabilización política muy riesgosos, como el que enfrentó el ex presidente Rafael Correa cuando una alzada policial quiso tumbar su gobierno, o como el que padeció el ya mencionado Morales a inicios de su gestión en el momento que las élites ricas del departamento de Santa Cruz foguearon un lock out patronal que incluía linchamientos raciales a la población indígena.
“Bolsonaro conspiró mucho contra el proceso de integración, si Brasil se distancia de la región es difícil avanzar en políticas de coordinación. Después existen serias diferencias de orientación externa, algunos gobiernos procuran un Mercosur más flexible, eso se suma a que los presidentes encuentran coyunturas domésticas post covid muy complicadas en lo económico y social, una situación que pone la construcción de política regional en un segundo plano”, complementa el especialista Alejandro Frenkel.
La agenda regional del calendario próximo cuenta con varios desafíos subrayados en rojo. Los países situados al sur del Río Bravo recuperaron el control de la cartera crediticia BID, una importante institución económica que venía siendo presidida por un dirigente anticastrista impulsado en su momento por Donald Trump.
Además, sigue estando pendiente de resolución la propuesta argentina presentada este año de institucionalizar al bloque latinoamericano CELAC; es decir, dotar al instrumento que nació para autonomizar al sur frente a la OEA de recursos económicos y cargos desde donde funcionarios profesionales puedan articular políticas concretas en el territorio común de las tres Américas y el Caribe.