Sobre las carteleras que promocionan El Eternauta la organización HIJOS adhirió carteles recordatorios de la desaparición forzada de su creador. ¿Quiénes fueron los Oesterheld, “la familia conejín”, según los llamaban los vecinos? Habla Fernando Oesterheld, nieto de la persona que gestó el héroe con escafandra, y Manuel Goncalves, secretario de Abuelas.
Por Luciana Bertoia
Periodista especializada en derechos humanos, integra el staff de Página 12
Fernando Araldi Oesterheld espera sentado en El Gato Negro, uno de los pocos bares tradicionales que sobreviven en la avenida Corrientes de la ciudad de Buenos Aires. Cuando Netflix quiso producir El Eternauta, basada en la novela gráfica de su abuelo Héctor Germán Oesterheld, Fernando puso dos condiciones al momento de firmar el contrato con la plataforma: que la serie se produjera en la Argentina y se narrara en idioma local.
Al momento del encuentro Fernando toma una gaseosa. Y, en medio de la charla, dice: “Soy hijo, nieto, sobrino, hermano. Recuperé los restos de mi viejo gracias al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Todo ese camino de pe a pa de lo que puede llegar a suceder como víctima del genocidio”. Un resumen preciso y descarnado de lo que pasó con la familia Oesterheld.
El linaje
Elsa Sánchez conoció a Héctor Oesterheld en el Club Arquitectura de Núñez. No fue, para ella, lo que se diría un flechazo. Pero ese muchacho, al que llamaban Sócrates por todo lo que sabía y leía, terminó conquistándola. Se casaron en 1947 en una iglesia de Belgrano, cerca del Hospital Militar. Hicieron una fiesta en la confitería Ritz y se fueron de luna de miel a las Cataratas de Iguazú. Durante los primeros años del matrimonio, se dedicaron a viajar por el país.
La primera hija llegó recién en 1952. La nombraron Estela, como la hermana de Elsa que había muerto cuando ella tenía doce años. Al año nació Diana. Para esa época, ya estaban instalados en el chalet de Beccar, donde Oesterheld iba a escribir El Eternauta. En 1955 nació Beatriz. Dos años después, Marina. Por su trabajo como escritor, Héctor pasaba todos los días en casa. Era un padre muy presente para sus hijas. En Beccar, los llamaban “la familia conejín”.
La primera hija llegó recién en 1952. La nombraron Estela, como la hermana de Elsa que había muerto cuando ella tenía doce años. Al año nació Diana. Para esa época, ya estaban instalados en el chalet de Beccar, donde Oesterheld iba a escribir El Eternauta.
Para 1978, poco quedaba de esa familia. Solo habían sobrevivido Elsa y dos nietos: Fernando, hijo de Diana, y Martín, hijo de Estela. Las muertes y las desapariciones comenzaron después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976; las persecuciones, mucho antes. La última vez que Elsa se vio con su marido, el creador de la serie por on demand que hoy es furor global, fue en diciembre de 1975 en una confitería del centro.
Elsa trabajaba en el Banco Galicia. El sábado 19 de junio de 1976 se citó con Beatriz en la confitería del Jockey Club de Martínez. Tomaron el té juntas. Se despidieron. Dos días después, cuando estaba en el tren hacia el trabajo, un muchacho rubio se acercó a Elsa para decirle que Beatriz no había regresado.
Entonces no lo sabía pero la tercera de sus hijas había caído en las garras de los represores que operaban en Campo de Mayo. Su cuerpo apareció en la zona de Bancalari el 2 de julio de aquel año. El Ejército presentó la ejecución como un enfrentamiento con un grupo de integrantes de Montoneros que habrían intentado tomar el Batallón de Arsenales “Esteban de Luca”. Elsa recuperó los restos de su hija el 7 de julio de ese año.

La otra hija del matrimonio, Diana, y su compañero, Raúl Araldi, militaban en la provincia de Tucumán. El 28 de julio de 1976 Diana tenía una cita en una casa. Como no tenía con quien dejar a Fernando, su hijo de un año, lo llevó con ella. Al rato, la policía intentó ingresar a la vivienda. En medio de un tiroteo intenso, los compañeros decidieron que Diana, que cursaba un embarazo de seis meses, escapara por los techos. Fernando, que había quedado resguardado en una habitación, fue secuestrado y llevado a la Sala Cuna de Tucumán. Allí, las monjas, pese a saber su nombre, lo ingresaron como NN.
Raúl bajó del monte. Pidió a una compañera que viajara para avisarles a sus padres que fueran a buscar al chiquito. Después de una serie de trámites, el 10 de agosto de 1976, los Araldi lograron llevarse a Fernando. No lo sabían, pero tres días antes habían secuestrado a Diana. A ella la vieron en la Jefatura de Policía, uno de los mayores centros clandestinos de Tucumán. En un archivo, recuperado por un sobreviviente, aparece su nombre junto a la leyenda “disposición final”. Nada se supo del bebé que debía nacer hacia finales de ese año.
Elsa recién se enteró del secuestro de su segunda hija cuando sus consuegros lograron recuperar a su nieto. En abril de 1977, Marina la llamó desesperada. “A papá lo mataron”, dijo la menor de sus hijas.
En realidad, lo habían secuestrado. Su calvario duraría varios meses e incluiría el cautiverio por distintos centros clandestinos de detención de la dictadura. El sobreviviente Juan Carlos Scarpati contó que lo vio en Campo de Mayo. Allí, Oesterheld le dijo que lo habían secuestrado en La Plata y que lo atormentaban mostrándole fotos de sus hijas. El escritor fue llevado después al Vesubio y a la subcomisaría de Villa Insuperable conocida como “Sheraton”. Aún allí, Oesterheld siguió escribiendo.
Juan Carlos Scarpati contó que lo vio en Campo de Mayo. Allí, Oesterheld le dijo que lo habían secuestrado en La Plata y que lo atormentaban mostrándole fotos de sus hijas. El escritor fue llevado después al Vesubio y a la subcomisaría de Villa Insuperable conocida como “Sheraton”. Aún allí, Oesterheld siguió escribiendo.
La noche y la nieve
El último de la familia en verlo fue Martín, su nieto. El 14 de diciembre, Martín –o “Miguelito”, como lo llamaban– estaba en la casa que sus padres, Estela Oesterheld y Raúl Mortola, compartían con otra pareja y su hija en la zona de Glew. En la mañana hubo un operativo y todos fueron secuestrados. A los chicos los llevaron a una comisaría. Después, a Martín lo llevaron a ver a su abuelo, que ya llevaba unos ocho meses secuestrado.
Ni Estela ni Raúl estaban en la vivienda. Cuando regresaron, los estaban esperando. A él lo mataron a la vuelta de su casa. A ella la dejaron malherida. Un vecino la cargó en su camioneta y la llevó hasta el hospital, pero llegó muerta.
Cuando regresó a su casa aquel 14 de diciembre de 1977, Elsa se encontró con un militar que tenía a “Miguelito”. El nene, de casi cuatro años, estaba en shock. El oficial le había dicho que había estado con su abuelo y que había sido él quien le había dado la dirección de aquella casa. Para entonces, Elsa vivía en la casa de sus padres. Sin poder creerlo, le preguntó cómo estaba su marido. “Sobrevive”, le respondió y le dijo que escribiera una carta.
Mientras arropaba a “Miguelito” para que se calmara, Elsa se enteró en ese mismo momento que Marina, la menor de sus hijas, estaba desaparecida desde noviembre. Estelita le había hecho llegar una nota a través de un familiar en la que le daba la noticia. Marina tenía 19 años y estaba embarazada. Su compañero, Alberto Oscar Seindlis, también está desaparecido.
Elsa se ocupó de la crianza de Martín. Siguió trabajando y buscando a su familia. Se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo para tratar de localizar a los hijos que esperaban Diana y Marina. Fue una de sus integrantes más activas hasta su muerte en 2015.

La memoria funciona
“Nos da mucha esperanza la repercusión que tiene la serie para que aparezcan nuevos datos”, dice Manuel Goncalves Granada, secretario de Abuelas. “Un escritor, cuatro muchachas comprometidas con su tiempo y dos bebés fueron arrebatados de esa familia, Seguimos buscando a los bebés. No saben su verdadera identidad, pueden estar mirando la serie”, añade.
“Nos da mucha esperanza la repercusión que tiene la serie para que aparezcan nuevos datos. Un escritor, cuatro muchachas comprometidas con su tiempo y dos bebés fueron arrebatados de esa familia, Seguimos buscando a los bebés. No saben su verdadera identidad, pueden estar mirando la serie”
Manuel Goncalves Granada, secretario de Abuelas.
Después del estreno de la primera temporada de El Eternauta, Fernando releyó la historieta. Tuvo una primera aproximación al texto cuando vivía en Pergamino con sus abuelos paternos. A los 17 años volvió a la Ciudad de Buenos Aires y empezó a tomar más contacto con la obra de su abuelo. Pasaron más de 30 años desde entonces, y él sigue encontrando héroes colectivos en distintos pasajes de la historia reciente argentina.
Fernando es escritor como su abuelo. Trabaja en una novela, que espera tener lista este año. “Los chicos que juegan al fútbol dicen que se juega como se vive. Y un poco se escribe así también. Mi abuelo escribió lo que escribió, y después le puso el cuerpo a esa escritura. Hay una coherencia de la palabra y la acción”,afirma con orgullo.