En el número anterior contamos de la aparición de este libro del periodista y escritor Pablo Morosi, que repasa la vida personal y la de militancia del inolvidable compañero de tantas batallas, Carlitos Cajade. En esta ocasión, la generosidad de Pablo nos permite compartir un segmento de su trabajo, ya presentado en La Plata, y de lanzamiento nacional a comienzos de septiembre en el anfiteatro Eva Perón, de ATE.
Para Carlos Cajade el crecimiento de la Obra del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable, que hacia fines de la década del 90 cobijaba a unos 70 chicos y que, a su vez, articulaba el funcionamiento de decenas de comedores comunitarios en los que se alimentaban alrededor de tres mil personas de personas -número que se hallaba en vertiginoso crecimiento- era una muy mala señal. Sus emprendimientos progresaban, pero no eran capaces de acoger ni por asomo el torrente de chicos que iban quedando a la deriva.
El infierno estaba a la vuelta de la esquina cuando, en agosto de 2000 las diferentes expresiones de resistencia confluyeron en la organización de la denominada Marcha Grande para reclamar un seguro de empleo y formación para los jefes de hogar desocupados y una asignación por hijo.
Organizada por las filiales de la Central de Trabajadores Argentinos de cada provincia con la participación de trabajadores llegados desde todos los puntos de la geografía nacional, desde Tartagal a Cutral-Có, a los que se sumaron jubilados, agrupaciones estudiantiles, organismos defensores de los derechos humanos y, como no podía ser de otro modo, el Movimiento de los Chicos del Pueblo.
La marcha había arrancado el 26 de julio en Rosario, una de las ciudades más castigadas por la falta de empleo. En su recorrido inicial iban unos trescientos caminantes de los cuales la mitad eran niños. A medida que avanzaban fueron recolectando adhesiones; cuando llegaron a la Capital Federal, el 9 de agosto, habían reunido 400 mil firmas.
Una vez más, el religioso tuvo un rol destacado a lo largo del trayecto y puso a sus chicos al frente en la caminata final hasta el Congreso. Mientras avanzaban por Avenida de Mayo un periodista le preguntó si la participación de los menores en la protesta no implicaba una utilización política. “Sabés que me parece que vos sos medio hijo de puta porque me estás cuestionando porque hay 150 pibes marchando con sus maestros, que entre marcha y marcha les cuentan un cuento; que están marchando con sus abuelos jubilados que les hacen masajitos en los pies; que
están marchando con sus compañeros gastronómicos que les hacen la comida. Vos te preocupás por estos 150 pibes que están marchando y no me decís nada de los 100 pibes que se mueren por día en un país hecho de pan. Me parece que sos medio hijo de puta”, respondió, enfurecido, el sacerdote, según contó Carlos Del Frade en Crónicas del Frenapo (1).
Los caminantes ingresaron a la plaza precedidos por los chicos tomados de las manos de dirigentes de la CTA. Junto a Víctor De Gennaro, Marta Maffei, Ariel Basteiro y Hugo Yasky, iba Cajade con un chaleco identificatorio de su pertenencia a la central sindical. Los aguardaba un palco colmado de figuras. Estaban desde la titular de Madres de Plaza de Mayo Hebe de Bonafini junto a las Madres Línea Fundadora; y el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel; hasta representantes de la CGT rebelde liderada por Hugo Moyano como Julio Piumato, Juan Manuel Palacios y Francisco “Barba” Gutiérrez. A un costado se habían colocado Alicia Amalia Castro, Alfredo Bravo y Jorge Rivas, los únicos tres diputados presentes en el acto.
“¡Pan, trabajo, ajuste al carajo! ¡Pan, trabajo, ajuste al carajo!”, se entusiasmaban los asistentes reunidos bajo la consigna de “ajuste o democracia”.
“Quiero comer en casa y no en un comedor, con el plato de comida que puso papá en la mesa porque fue a trabajar”, dijo uno de los pibes del Movimiento, primer orador del acto. La frase propalada por los altoparlantes provocó un aplauso cerrado y sentido de parte de los miles de asistentes. A su turno, De Gennaro pidió “instalar el empleo como un tema de Estado” y terminar con la muerte de niños en un país exportador de alimentos.
Durante esos meses el cura acentuó aún más su perfil militante y, a su participación en actividades callejeras, adosó intervenciones en mesas de debate, y charlas y se erigió en uno de los más activos impulsores de una consulta popular que sirviera para conseguir aval para una serie de medidas tendientes a mejorar la distribución de la riqueza entre las que figuraba el establecimiento de una asignación universal para menores de 18 años y un seguro de empleo y formación para adultos sin trabajo.
En una entrevista publicada el lunes 26 de febrero de 2001 en el diario platense Hoy en la Noticia, el cura se mostró alarmado por el envilecimiento que generaba el poder en el mundo de la política y aconsejó a su par Luis Farinello que había lanzado su propia fuerza política, el Polo Social, que tuviera cuidado con las viejas “aves de rapiña” de la política. Sostuvo que “el dinero seduce mucho y el poder también. Y a mí me parece que la única seducción que tiene que tener un político es quedar bien con su gente”.
“Me parece que mucha gente, por el poder, por no quedar mal con intereses mayores, grandes, económicos, que en este momento son los que manejan la vida y el mundo; o porque le entre un pesito más en el bolsillo, por ahí quedan mal con quien no tendrían, por ejemplo con la niñez. Y por otro lado sé que el niño no vota y por lo tanto hay todo un clima para que a veces el niño no sea objeto de interés de la gente que le interesa nada más que el poder”, señaló.
Para el religioso, “es mucha guita la que manejan los políticos y la guita corrompe. Y un tipo que tiene muchos ideales y todo, si empieza a cazarla con carretilla, también empieza a despreocuparse. He conocido gente muy valiosa que después se fue metiendo en la arena política y se fue corrompiendo. Creo que es a causa del dinero”. Opinó que aquel era un momento para “seguir sembrando mucho abajo todavía”. “Yo creo en una nueva economía, en una nueva manera de hacer política, una nueva manera de tratarnos los seres humanos [que] va a brotar de la vida misma”.
Entregados como nunca a la causa del Movimiento de los Chicos del Pueblo Cajade y Morlachetti iniciaron el domingo 6 de mayo de aquel año la denominada “Marcha por la Vida”. Despedida por una multitud encabezada por el párroco Jesús Olmedo, la procesión conformada por decenas de educadores y unos tres-cientos niños partió desde la ciudad jujeña de La Quiaca con destino a Buenos Aires en busca de visibilizar ante las máximas autoridades del país la grave situación de la infancia.
Dos semanas más tarde, tras recorrer seis provincias, la caravana desembocó en la Plaza de Mayo. Antes de llegar a la Capital habían hecho noche en un predio ubicado en el partido de Tigre, hasta donde llegó el ministro de Desarrollo Social, Juan Pablo Cafiero, para exponer su propuesta para alcanzar un “pacto por la niñez” que involucrara a todos los sectores políticos y sociales. Fue una clara señal sobre la preocupación del gobierno de transición encabezado por el peronista Eduardo Duhalde que no quería ver cómo el ágora política del país se colmaba de chicos reclamando por su dignidad.
Al mediodía del martes 22 de mayo los manifestantes remontaron Avenida de Mayo portando una bandera en la que podía leerse: “No se cuiden de nosotros”. Al ingresar a la histórica plaza fueron recibidos por alumnos de escuelas primarias del conurbano bonaerense con quienes alzaron una larguísima bandera argentina.
“Detrás de cada pibe de la calle hay un padre desocupado”, rezaba un cartel ubicado detrás del palco desde dónde los chicos leyeron textos en los que contaban sus propias historias. “Ser un niño pobre tiene destino de prostitución, drogas o morir solo en una esquina. Queremos que nos ayuden”, dijo un pequeño con una flor roja pintada en la mejilla.
Después de que Cajade y el rabino Daniel Goldman bendijeron panes y los repartieron entre los presentes, el coro de niños del colegio Kennedy entonó el himno nacional. A la suelta de globos siguió el discurso del sacerdote: “No entiendo a los que en este país amontonan el pan cuando hay tantas boquitas que piden pan. No se puede amar a Dios y al dinero” sostuvo; y advirtió: “¡Ojo; que arriba no hay arreglo que valga!”, advirtió, con sus manos apuntando al cielo.
La acentuación de la pobreza y la marginalidad sobre todo en las periferias urbanas y las primeras reacciones de resistencia popular habían desembocado en un piquete que interrumpió la circulación en la ruta 3 durante tres semanas de corte y que, en esos días febriles, forzó al gobierno a otorgar 18 mil planes sociales.
Dos meses más tarde se formalizó el Movimiento por la Consulta Popular con el objetivo de organizar una votación para que el pueblo decidiera si estaba a favor de la instrumentación del seguro por desempleo y la asignación por hijo a lo que se sumó el reclamo por una jubilación para aquellos que no tenían acceso a ese derecho. Durante un plenario realizado el 14 de julio de 2001 en el anfiteatro de la sede porteña de ATE, al que asistieron representantes de unas 70 organizaciones sociales y 56 juntas promotoras de distintos puntos del país, el movimiento pro consulta popular pasó a denominarse Frente Nacional contra la Pobreza.
En el encuentro, realizado bajo la consigna “Ningún hogar pobre en la Argentina”, se decidió llevar adelante la consulta en diciembre y convocar a la “Marcha por la Argentina” –luego conocida como Marcha Grande- como parte de una serie de acciones que incluían recorrer las cien ciudades más importantes del país en busca de apoyo. Finalmente, entre el viernes 14 y el domingo 16 de diciembre, participaron de la consulta popular más de 3 millones de personas que se pronunciaron a favor de las iniciativas propuestas desde el FreNaPo. Como corolario de aquella inédita manifestación de democracia directa se produjo la dramática caída del gobierno de De la Rúa con el infausto saldo de 39 personas asesinadas por las fuerzas policiales y de seguridad, entre ellos nueve menores de edad, en el marco de la instauración del estado de sitio ordenada por el gobierno para contener las manifestaciones. Los gobiernos que siguieron tomaron nota de los planteos surgidos de aquella consulta aunque sólo aplicaron una porción del conjunto de medidas sugeridas.
Al año siguiente los chicos volvieron a expresarse en la calle. La nueva edición de la Marcha por la Vida partió de Puerto Iguazú, en Misiones, el lunes 28 de octubre de 2002. Los trescientos pibes con sus tutores atravesaron las provincias de Corrientes, Chaco, Formosa, Santiago del Estero, Santa Fe y Entre Ríos. Durante la travesía de más de dos mil kilómetros, se había registrado un desagradable contratiempo en Quimilí, una pequeña localidad santiagueña, cuando las autoridades provinciales ordenaron desalojar la escuela 198 en la que los manifestantes habían pasado la noche.
Según las crónicas de la época cuando la procesión llegó a la Plaza de Mayo, el viernes 8 de noviembre, había cerca de cinco mil personas. A la jornada nublada y ventosa los asistentes le pusieron un marco festivo y multicolor. Los rezos de Cajade para que la tormenta que amenazaba en el horizonte no cayera sobre los manifestantes surtieron efecto.
Sobre un escenario coronado con una pancarta que decía “En este país hay más funcionarios ricos que niños felices”, junto a la Pirámide de Mayo, León Gieco cantó “Solo le pido a Dios”, “El fantasma de Canterville” y “Cachito, campeón de Corrientes”, uno de los temas favoritos del cura.
“El hambre es un crimen que aniquila el prodigio de la vida y debe ser detenido. Porque en el país no faltan riquezas, ni alimentos, ni platos, ni madres, ni médicos, ni maestros, falta, a menudo, la voluntad de ayudar, la imaginación institucional, la comprensión cultural y las ganas de construir una sociedad de semejantes”, arengó Morlachetti prendido del micrófono. “Quienes trabajamos aquí con los niños somos hombres, mujeres y jóvenes con inmensa fe en el hombre y su destino. Imaginamos que la vida puede ser digna desde el primer instante”, cerró el sociólogo conductor del hogar Pelota de Trapo.
Para el dirigente Víctor De Gennaro, que trabó una entrañable relación con el cura, “Cajade y Morlachetti protagonizaron las movilizaciones populares más trascendentes en contra de las políticas neoliberales de la década menemista de los años ’90. Nos enseñaron que detrás de un niño en la calle hay una familia desamparada”.
Alguna vez, al referirse a la década menemista en la que tanto luchó, el clérigo reflexionó: “Creo que todo lo que pasó despertó una movida muy grande en la sociedad argentina que está harta de la corrupción y de esta manera de hacer política. Y aparecieron el Frente Nacional contra la Pobreza; los movimientos de niñez; las miles de obras de pibes que han nacido en todo el país; los comedores; las asambleas barriales que siguen multiplicándose; el club del trueque, que es una economía popular inventada por al gente; los movimientos por la salud, la educación, los desocupados; los que trabajan por la tierra y la vivienda; los jubilados; los piqueteros; algunos políticos y sindicalistas; los medios de comunicación que no bombardean con engaños; las iglesias que no sólo dan una mano con la solidaridad sino que además tratan de desterrar las causas de tanta miseria. Por eso sigo creyendo en los millones de argentinos y latinoamericanos que piensan más allá de las tormentas, como decía Monseñor Pironio, éste sigue siendo el continente de la esperanza”.
Más allá del menemismo, el cura siguió empeñado en pelear en la calle desde donde siempre creyó posible transformar la realidad para terminar con la desigualdad y cumplir el sueño de cerrar la Obra. Lo cierto es que en esos años quedó absorbido por esa lucha. “Mi gran ilusión es que los chicos ya no tengan que vivir en nuestros hogares ni alimentarse en nuestros comedores. La verdadera meta es que puedan volver a compartir el pan que sus padres ganaron con sus propias manos sentados frente a la mesa de sus propias casas. Ese día, obras como la nuestra ya no harán falta. Pero está claro que eso no se podrá, mientras no logremos reconstruir un país con pan y con amor”, declamaba.
(1) Sigla del Frente Nacional contra la Pobreza conformado en julio de 2001 a instancias de varias organizaciones vinculadas a la Central de Trabajadores Argentinos y el Movimiento de los Chicos del Pueblo. Del Frade reseñó el proceso de constitución del colectivo y sus movilizaciones de protesta por el alarmante crecimiento de los márgenes de pobreza en la población.