José María Barbano.- Cuando el 20 de marzo nos sumergimos en la primera fase de la cuarentena, todo pareció bien. Lo primero fue el cielo limpio. Se veían mejor las estrellas, los horneros en la ventana, los ciervos paseando por las calles de Japón y los jabalíes en España. Y hasta los pajaritos en China golpeaban con el piquito las puertas para pedir miguitas…
En realidad pasaba algo nuevo. Reducida la actividad a lo puramente esencial, se acotó rígidamente el movimiento de las personas. Un contingente multiinstitucional controlaba al detalle el movimiento de vehículos. El aire de las ciudades se hizo más respirable. El ozono se acomodó un poco más en su agujero. El cielo estrenó ropa limpia. La contaminación auditiva pudo recuperar los niveles de los años 30. Se redujo exponencialmete el número de accidentes viales.
Duró poco. La tímida reanimación de actividades cuasi agonizantes, coincidió con la condena del transporte público como fuente de contagio y la beatificación del automóvil particular
Aparecieron papelitos de permiso. Apps de circulación libre-controlada. Cierre de accesos y mil… Ya no hubo quien pudiera contener el río de autos, camiones, utilitarios, camionetas chapa A… Y cuando todo estuvo nuevamente contaminado, se permitieron las salidas recreativas para respirar fuera de casa.
BARBIJO Y ADVERTENCIAS
La pandemia nos regaló el barbijo. Obligatorio para entrar en ambientes cerrados, desde los hospitales, a las iglesias pasando por las tiendas…
En adelante y para siempre, debería ser obligatorio usarlo cuando se camina por la vereda de una avenida o para cruzar la esquina céntrica.
Y algo más. La campaña por la salud adorna los paquetes de cigarrillos con horrendas fotografías y advertencias de cánceres y otras nefastas profecías. Nada impide entonces vender autos con inscripciones ploteadas en la puerta, tales como: “Produce contaminación” “Introduce decibeles maléficos en el interior de su casa” “Colabora con el calentamiento global” “Produce muertes” “Provoca robos” “Peatón: no confiar en los semáforos”
Con unas fotografías como las ofrecidas cada día en la TV quedaría fascinante.
EL TRIO DE LOS ANUNCIOS
El otro aspecto del idilio fue la aceptación rápida y general. Un presidente nuevo, sin cadena nacional ni serviles aplausos, con tono de profesor universitario, flanqueado de tendencias diversas, logró el consenso unánime de la oposición, los indiferentes e incluso de las diversas líneas de su propio partido. Era una emergencia y allí estaban todos coincidiendo, o al menos aceptando.
El idilio se proclamó a los cuatro vientos y se empezó a soñar en el fin de estériles divisiones.
DURÓ POCO
El cansancio empezó a minar la obediencia. La falta de trabajo para el sector independiente, los gastos fijos de los comercios y PYMEs fueron poniendo su cuota de crítica a cada prolongación del aislamiento. Para más, la introducción en la opinión pública de disensos como Vicentín y la reforma judicial acabaron agregando un matiz político depredador del consenso original.
Tomaron vía libre las opiniones y acciones contra la cuarentena y se pasó del cuidar la vida de los argentinos a “que mueran los que tienen que morir”
En definitiva: otra vez más, “en el mismo lodo todos manoseados…”