El gobierno desplaza a la escuela austriaca y al recuerdo de la supuesta argentina potencia del siglo XIX como faros ideológicos, ahora la década del 90 es su nuevo imaginario político. ¿Por qué le resulta redituable la liturgia menemista? Opinan: Julio Burdman, politólogo; y Francisco Morán, cofundador de la agrupación “La Carlos Menem”.
Por Redacción Malas Palabras
“Les duela o no, ha sido el mejor presidente de la historia.” Las palabras de Javier Milei resonaron el pasado mayo en el Salón de los Bustos de la Casa Rosada, donde los reflejos del mármol y el bronce se fundían con los ecos del pasado. Con un gesto solemne, el presidente retiró la tela que cubría el busto de Carlos Menem, revelando la inconfundible sonrisa del “caudillo” riojano. El monumento está colocado junto al de Bartolomé Mitre, y cerca de otros líderes históricos como Domingo Faustino Sarmiento, Carlos Pellegrini y Julio Argentino Roca. Al mencionar a Roca, Milei no pudo evitar lanzar un guiño: “Hubiera sido el mejor presidente de la historia, de no haber sido por el Carlos”.
Menem, fallecido en 2021, parece habitar un limbo histórico: una figura que provoca incomodidad y que muchos preferirían borrar de la foto. Pese a haber gobernado la Argentina por una década que marcó a fuego la política y la economía, su legado es objeto de ironías y rechazos, resumidos en la frase recurrente del “yo no lo voté”. Sin embargo, en una vuelta inesperada, el gobierno de Javier Milei comenzó a desempolvar esa imagen difusa, adoptando su estampa y revisitando los símbolos de aquella década para construir su narrativa ultraneoliberal.
El “león” de la política argentina dejó atrás los preceptos de la escuela austriaca y el ideal de una supuesta Argentina pujante del siglo XIX para abrazar un modelo económico y político más similar al menemismo. Lo que una vez fue promesa de ortodoxia libertaria, cuyo máxima promesa fue cerrar el Banco Central, se transformó en una realidad que evoca las privatizaciones y la convertibilidad de la era de Menem. Parece haber encontrado en este revival de los 90 una estrategia para captar la atención y desmantelar el aparato estatal, mientras sostiene una imagen combativa y disruptiva.
Lo que una vez fue promesa de ortodoxia libertaria, cuyo máxima promesa fue cerrar el Banco Central, se transformó en una realidad que evoca las privatizaciones y la convertibilidad de la era de Menem
Este resurgimiento de su figura no solo tuvo impacto en la retórica y los símbolos del gobierno actual, sino que despertó a una nueva generación familiar decidida a mantener viva la influencia política del “caudillo” en la Argentina contemporánea.
En la gestión de Milei, familiares del ex presidente han asumido un papel protagónico: Martín Menem, titular de la Cámara de Diputados; Eduardo “Lule” Menem, subsecretario de Gestión Institucional de la Presidencia y estrecho colaborador de Karina; y Federico Sharif Menem, sobrino de “Lule” y el primer miembro del clan en sumarse al movimiento libertario, actualmente director General de Secretaría Privada de la Presidencia de la Cámara de Diputados. La dinastía riojana busca reafirmar su presencia y adaptarse a los nuevos vientos libertarios que soplan desde la Casa Rosada.
La nostalgia menemista
Las similitudes van más allá de lo económico, alcanzan el ámbito estético y discursivo. El uso de recursos mediáticos, la polarización de la opinión pública y el énfasis en la figura del líder recuerdan al riojano de la era dorada, donde la imagen era tan importante como la política. El ejemplo más claro de esta apropiación es la reciente creación de la agrupación «La Carlos Menem», un movimiento que celebra abiertamente al ex presidente.
“Creo que hay un conjunto de símbolos en torno a la reivindicación del ex presidente y eso implica una revisión de la demonización del menemismo. Condenar lo que pasó en el 2001 como una conspiración contra Fernando de la Rúa implica una suerte de reivindicación del menemismo porque plantea que el modelo de la convertibilidad no estaba muerto. Y ahí también hay una reivindicación porque parte del sentimiento antimenemista del siglo XXI tenía que ver con considerar que la reforma del Estado, la liberación económica y la convertibilidad habían caído por el peso de una crisis, y lo que plantea esta nueva lectura es que el modelo fue volteado”, explica el politólogo Julio Burdman a Malas Palabras.
Burdman aclara que, si bien hay puntos de comparación, existen diferencias sustanciales entre ambos líderes: “Milei arranca con una mayor claridad sobre lo que quiere hacer, mientras que Menem tenía una trayectoria política más compleja: había sido gobernador, había estado preso durante la dictadura, y su proyección presidencial comenzó a gestarse mucho antes de 1989. Además, Menem contó con un partido grande y una coalición sólida, mientras que Milei es un outsider sin ese tipo de apoyo institucional”.
“Milei arranca con una mayor claridad sobre lo que quiere hacer, mientras que Menem tenía una trayectoria política más compleja: había sido gobernador, había estado preso durante la dictadura, y su proyección presidencial comenzó a gestarse mucho antes de 1989”
Julio Burdman, politólogo
¿Qué legado queda de Menem?
Como dicen Martín Rodríguez y Pablo Touzon, autores del libro “¿Qué hacemos con Menem?”, los 90 nacieron para ser reinterpretados; nacieron para ser película, ensayo, ciencia política, teoría literaria, sociología. Y el interrogante sobre qué hacer con la figura del ex presidente sigue estando vigente en la política argentina.
Para los analistas, la respuesta no es sencilla. Menem fue un hombre que dejó una huella profunda, tanto en lo positivo como en lo negativo. «Fue muchas cosas a la vez», aseguran Rodríguez y Touzon, reconociendo la complejidad de su figura, “fue onírico y al mismo tiempo demasiado realista; es el hijo de un proceso, de una década imposible (la de los años ochenta) y del segundo terror: el de la híper. Administró el inconsciente de un país que sueña en dólares”.
“Fue onírico y al mismo tiempo demasiado realista; es el hijo de un proceso, de una década imposible (la de los años ochenta) y del segundo terror: el de la híper. Administró el inconsciente de un país que sueña en dólares”
Martín Rodríguez y Pablo Touzón, autores del libreo «¿Qué hacemos con Menem?»
Para Francisco Morán, de 37 años, abogado comercial y corporativo, Menem fue “estabilidad”. Recuerda los 90 como una época en la que “el Turco” logró pacificar el país, modernizarlo y reposicionarlo en el escenario global. “Hay un montón de términos que hoy todos los que estamos en la calle conocemos, que en esa época no se conocían, como la inflación o la recesión. La gente podía comprar su primera casa o su primer auto”, le dice a Malas Palabras.
Francisco es cofundador y secretario adjunto de “La Carlos Menem”, la agrupación que nació a mediados de año junto a Fidel Kohan, nieto del ex funcionario menemista Alfredo Kohan, y Enzo Di Fabio. “Nuestro imaginario se centra en la esperanza de que Milei logre replicar en su plan de gobierno los logros de Menem”, explica; no obstante, también reconoce las lecciones que deben aprenderse de esa época. Subraya los errores del menemismo, como la confianza ciega en sectores políticos que resultaron “ser traidores” y los casos de corrupción judicializados.
“Menem entendió la necesidad del cambio de paradigma, pero no en detalle. Entonces, hubo una privatización, una liberalización de la economía, a medias. Yo creo que en ese sentido falló porque él compró un plan que entendió que funcionaba, entendió el paradigma, pero no terminó de entender la evolución del proceso de cómo se debería dar. En cambio, Milei lo entiende muchísimo mejor, es muy clara su concepción de la economía”, explica.
En un país donde las heridas del pasado aún no cicatrizan, la revalorización de los años 90 parece ser un experimento cargado de riesgos. ¿Será el menemismo una inspiración renovada o el peso del pasado volverá a resurgir con nuevos costos?