Por José María Barbano
Sabido es que el pecado del rey acaba siendo el castigo del pueblo.
No queda demasiado en claro cuál fue el pecado del rey David. Parecería que lo más grave ha sido considerarse dueño del pueblo al que tenía que conducir. (En sí mismo no es leve pecado)
Y la voz de Dios fue escuchada por el profeta Gad que a la mañana se presentó al palacio y le dijo al rey: “Elige entre estos castigos: siete años de hambre, tres meses de guerra o tres días de peste. En todos los casos, mucha gente morirá”.
Y el rey fue sensato: Si hay hambruna, la necesidad no llegara a mi palacio. En la guerra mueren los soldados, pero el rey está a salvo. Elijo la peste que puede llegar también a mí y a los míos.
Y fue la peste. De Dan a Beerseba murieron 70.000 personas.
El nuevo nombre del pecado
Entre las pausas de guerras y el silencio sobre el hambre y la desesperación de los desplazados, nos cayó la peste.
“Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras, y sin embargo pestes y guerras toman a las gentes siempre desprevenidas”, decía Albert Camus.
Claro que no le toca a “las gentes” prevenir. Porque las guerras, la especulación sobre el precio de los alimentos, la salud pública, las relaciones internacionales, el manejo del presupuesto, no está en manos de “las gentes”.
Nadie habla ya de pecado, palabra relegada a tiempos de David. Pero sí hablamos de desvío de fondos, de abandono de ancianos y enfermos, de desprecio del trabajador, de información ocultada, de campañas mentirosas. CORRUPCIÓN es el nombre del pecado.
La peste no es democrática
Nos tiene que tocar a todos por igual, era la dolorosa visión democrática mil años antes de Cristo.
Pero en esta peste, algunos tienen corona. No toca mayormente a los poderosos. Tienen recursos privados. Eligen en cuál de sus mansiones pasar la cuarentena. Hay taxi aéreo para sus medicamentos…
Para el resto, los consejos no son sensatos.
Porque no todos tienen sábanas y camisetas de sobra para hacer tapabocas, no todos tienen agua segura para enjabonarse las manos a cada rato, no todos tienen alcohol 75% para las manijas de las puertas, no todos tienen acceso al ‘delíveri’ de comida y no todos tienen casa para encerrarse con su familia…
El verdadero argumento
Sabemos de dónde vienen las guerras y quiénes provocan el hambre. La peste, en cambio, tiene tanto de desconocido que se atribuye a la ira de Dios.
David lo sabía. Por eso, cuando el profeta lo dejó a solas con el drama de su decisión, lo pensó bien y dijo: “Antes que caer en manos de los hombres, prefiero caer en la mano de Dios, que ciertamente tiene más misericordia”.
NOTA: La historia original puede leerse en el capítulo 24 del Segundo Libro de Samuel.